La llegada del
Invitado
1. ¿Cómo no ibas a percibir como una liberación del sufrimiento darte
cuenta de que eres libre? ¿Por qué no habrías de aclamar a la verdad en vez de
considerarla un enemigo? ¿Por qué razón te parece ardua, escabrosa y demasiado
difícil de seguir una senda que es fácil y que está tan claramente señalada que
es imposible perderse? ¿No será acaso porque consideras que es el camino al
infierno en vez de una manera sencilla, sin sacrificios ni pérdidas, de
encontrarte en el Cielo y en Dios? Mientras no te des cuenta de que no renuncias
a nada y de que es imposible perder, habrá veces en que te arrepentirás de
haber elegido este camino. Y no verás los muchos beneficios que tu decisión te
ha aportado. No obstante, aunque no los veas, están ahí. Su causa ya los
produjo, y los efectos tienen que estar allí donde su causa ha hecho acto de
presencia.
2. Has aceptado la causa de la curación. Por lo tanto, debes haber
sanado. Y al haber sanado, debes ahora también poseer el poder de sanar. El
milagro no es un incidente aislado que ocurre de repente como si se tratara de
un efecto sin causa. Ni tampoco es en sí una causa. Pero allí donde está su
causa, allí tiene que estar el milagro. Ahora ha sido causado, aunque aún no se
perciba. Y sus efectos se encuentran ahí, aunque aún no se vean. Mira dentro de
ti ahora, y no verás motivo alguno para estar arrepentido, sino razones para
sentir un gran regocijo y abrigar esperanzas de paz.
3. Todo esfuerzo de encontrar esperanzas de paz en un campo de batalla
ha sido en vano. Ha sido fútil pedirle a lo que se concibió precisamente para
que perpetuase el pecado y el dolor que te ayude a escapar de ellos. Pues el
dolor y el pecado son la misma ilusión, tal como el odio y el miedo, el ataque
y la culpa son uno. Allí donde no tienen causa, sus efectos desaparecen, y el
amor llega dondequiera que ellos no estén. ¿Por qué no estás contento? Te has
librado del dolor y de la enfermedad, de la aflicción y de la pérdida, así como
de todos los efectos del odio y del ataque. El dolor ya no es tu amigo ni la
culpa tu dios. Por lo tanto, dale la bienvenida a los efectos del amor.
4. Tu Invitado ha llegado. Lo invitaste y Él vino. No lo oíste entrar
porque la bienvenida que le diste no fue total. Sus dones, no obstante,
llegaron con Él. Y los depositó a tus pies, y ahora te pide que los contemples
y los consideres tuyos. Él necesita tu ayuda para dárselos a todos los que
caminan por su cuenta, creyendo estar solos y separados. Ellos sanarán cuando
tú aceptes tus dones, pues tu Invitado le dará la bienvenida a todo aquel cuyos
pies hayan tocado la tierra santa que tú pisas y donde Él ha puesto Sus dones a
su disposición.
5. No te das cuenta de cuánto puedes dar ahora como resultado de todo
lo que has recibido. No obstante, Aquel que vino únicamente está a la espera de
que vayas allí donde Lo invitaste. No hay ningún otro lugar donde Él pueda
encontrarse con Su anfitrión o Su anfitrión con Él. Ni tampoco hay ningún otro
lugar donde se puedan obtener Sus dones de paz y dicha, así como toda la felicidad
que brinda Su Presencia. Pues Sus dones se hallan allí donde se encuentra Aquel
que los trajo Consigo para concedértelos a ti. No puedes ver a tu Invitado,
pero puedes ver los dones que trajo. Y cuando los contemples, aceptarás que Él
debe estar ahí. Pues lo que ahora puedes hacer no podrías haberlo hecho sin el
amor y la gracia que emanan de Su Presencia.
6. Ésta es la promesa del Dios viviente: que Su Hijo viva, que todo
ser vivo forme parte de él y que nada más tenga vida. Aquello a lo que tú has
dado “vida” no está vivo, y solo simboliza tu deseo de vivir separado de la
vida, de estar vivo en la muerte, y de percibir a ésta como si fuera la vida y
al vivir como la muerte. Aquí las confusiones se suceden una tras otra, pues
este mundo se basa en la confusión y en nada más. Su base es inmutable, si bien
parece estar cambiando continuamente. Mas ¿qué podría ser eso sino lo que
realmente es el estado de confusión? Para los que están confundidos la
estabilidad no tiene sentido, y la variación y el cambio se convierten en la
ley por la que rigen sus vidas.
7. El cuerpo no cambia. Representa el sueño más amplio de que el
cambio es posible. Cambiar es alcanzar un estado distinto de aquel en el que
antes te encontrabas. En la inmortalidad no hay cambios y en el Cielo se
desconocen. Aquí en la tierra, no obstante, los cambios tienen un doble
propósito, pues se pueden utilizar para enseñar cosas contradictorias. Y esas
cosas son un reflejo del maestro que las enseña. El cuerpo puede parecer
cambiar con el tiempo, debido a las enfermedades o al estado de salud o a eventos
que parecen alterarlo. Mas esto solo significa que la mente aún no ha cambiado
de parecer con respecto a cuál es el propósito del cuerpo.
8. La enfermedad es la exigencia de que el cuerpo sea lo que no es. Su
insubstancialidad, no obstante, garantiza que no pueda enfermar. En tu
exigencia de que sea más de lo que es radica la idea de la enfermedad. Pues
dicha exigencia requiere que Dios sea menos de lo que es. ¿Qué va a ser de ti,
entonces, si es a ti a quien se le exige el sacrificio? Pues a Dios se le
informa que una parte de Él ya no le pertenece. Y a Él no le queda ahora otro
remedio que sacrificar tu Ser y, como resultado de Su sacrificio, tú te
engrandeces y Él se empequeñece al perderte a ti. Y lo que ya no Le pertenece
se convierte en tu dios, y te impide ser parte de Él.
9. El cuerpo al que se le pide ser un dios es vulnerable al ataque, ya
que su insubstancialidad no se reconoce. Y así, parece ser algo con poder
propio. Al ser algo, se puede percibir y también se puede pensar que siente y
actúa y que te tiene prisionero en su puño. Y puede que no llegue a ser lo que
le exigiste que fuera. Y lo odiarás por su insignificancia, sin darte cuenta de
que el fracaso no se debe a que sea menos de lo que crees que debe ser, sino
solo a que no te has dado cuenta de que no es nada. No obstante, en el hecho
mismo de que no es nada reside tu salvación, de la cual quieres huir.
10. En cuanto que “algo”, se le pide al cuerpo que sea el enemigo de
Dios y que reemplace lo que Él es con pequeñez, limitaciones y desesperanza. Es
Su pérdida lo que celebras cuando consideras al cuerpo algo que amas o que
odias. Pues si Dios es la suma de todo, entonces lo que no está en Él no
existe, y en Su Compleción radica la insubstancialidad del cuerpo. Tu salvador
no ha muerto ni tampoco mora en lo que se edificó para ser un templo a la
muerte. Él vive en Dios, y esto y solo esto es lo que lo convierte en tu
salvador. La insubstancialidad de su cuerpo libera al tuyo de la enfermedad y
de la muerte. Pues lo que te pertenece a ti no puede ser ni más ni menos que lo
que le pertenece a él.
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