La Navidad como
símbolo del fin del sacrificio
1. No temas reconocer que la idea del sacrificio no es sino tu propia
invención ni trates de protegerte a ti mismo buscando seguridad donde no la
hay. Tus hermanos y tu Padre se han vuelto muy temibles para ti. Y estás
dispuesto a regatear con ellos por unas cuantas relaciones especiales, en las
que crees ver ciertos vestigios de seguridad. No sigas tratando de mantener tus
pensamientos separados del Pensamiento que se te ha dado. Cuando aquellos se ponen al lado de Éste y se
perciben allí donde realmente se encuentran, elegir entre ellos no es más que
un dulce despertar, tan simple como abrir los ojos a la luz del día cuando ya
no tienes más sueño.
2. El símbolo de la Navidad es una estrella; una luz en la obscuridad.
No la veas como algo que se encuentra fuera de ti, sino como algo que refulge
en el Cielo interno, y acéptala como la señal de que la hora de Cristo ha llegado.
Cristo llega sin exigir nada. No le
exige a nadie ningún tipo de sacrificio. En Su Presencia la idea de sacrificio deja de
tener significado, pues Él es el
Anfitrión de Dios. Y tú no tienes más
que invitar a Aquel que ya se encuentra ahí, al reconocer que Su Anfitrión es
Uno y que ningún pensamiento ajeno a Su Unicidad puede residir allí con Él. El
amor tiene que ser total para que se Le pueda dar la bienvenida, pues la
Presencia de la Santidad es lo que crea la santidad que lo envuelve. Ningún
temor puede asaltar al anfitrión que le abre los brazos a Dios en la hora de
Cristo, pues el anfitrión es tan santo como la Perfecta Inocencia que Cristo
protege y Cuyo poder a su vez lo protege a él.
3. Esta Navidad entrégale al Espíritu Santo todo lo que te hiere. Permítete a ti mismo ser sanado completamente
para que puedas unirte a Él en la curación, y celebremos juntos nuestra
liberación liberando a todo el mundo junto con nosotros. Inclúyelo todo, pues la liberación es total, y
cuando la hayas aceptado junto conmigo la darás junto conmigo. Todo dolor, sacrificio y pequeñez
desaparecerá de nuestra relación, que es tan inocente como la relación que
tenemos con nuestro Padre e igual de poderosa. Todo dolor que se traiga ante nuestra
presencia desaparecerá, y sin dolor no puede haber sacrificio. Y allí donde no hay sacrificio, allí está el
amor.
4. Tú que crees que el sacrificio es amor debes aprender que el
sacrificio no hace sino alejarnos del amor. Pues el sacrificio conlleva culpabilidad
tan inevitablemente como el amor brinda paz. La culpabilidad es la condición que da lugar
al sacrificio, de la misma manera en que la paz es la condición que te permite
ser consciente de tu relación con Dios. Mediante la culpabilidad excluyes a tu
Padre y a tus hermanos de ti mismo. Mediante la paz los invitas de nuevo al darte
cuenta de que ellos se encuentran allí donde tú les pides que estén. Lo que excluyes de ti mismo parece temible,
pues lo imbuyes de temor y tratas de deshacerte de ello, si bien forma parte de
ti. ¿Quién puede percibir parte de sí mismo como despreciable y al mismo tiempo
vivir en paz consigo mismo? ¿Y quién
puede tratar de resolver su “conflicto” interno entre el Cielo y el infierno
expulsando al Cielo y dotándolo de los atributos del infierno sin sentirse
incompleto y solo?
5. Mientras percibas el cuerpo como tu realidad, te percibirás a ti
mismo como un ser solitario y desposeído. Y te percibirás también como una víctima del
sacrificio y creerás que está justificado sacrificar a otros. Pues ¿quién podría rechazar al Cielo y a su
Creador sin experimentar una sensación de sacrificio y de pérdida? ¿Y quién podría ser objeto de sacrificios y
pérdidas sin tratar de rehacerse a sí mismo? No obstante, ¿cómo ibas a poder hacer esto por
tu cuenta, cuando la base de tus intentos es que crees en la realidad de la
privación? Sentirse privado de algo
engendra ataque, al ser la creencia de que el ataque está justificado. Y
mientras prefieras conservar la privación, el ataque se vuelve salvación y el
sacrificio amor.
6. Y así resulta que, en tu búsqueda de amor, vas en busca de
sacrificio y lo encuentras. Mas no
encuentras amor. Es imposible negar lo que es el amor y al mismo tiempo
reconocerlo. El significado del amor
reside en aquello de lo que te desprendiste, lo cual no tiene significado
aparte de ti. Lo que prefieres conservar
es lo que no tiene significado, mientras que lo que quieres mantener alejado de
ti encierra todo el significado del universo y lo conserva intacto dentro de su
propio significado. Si el universo no
estuviese unido en ti, estaría separado de Dios, y estar sin Él es carecer de
significado.
7. En el instante santo se satisface la condición del amor, pues las
mentes se unen sin la interferencia del cuerpo, y allí donde hay comunicación
hay paz. El Príncipe de la Paz nació
para restablecer la condición del amor, enseñando que la comunicación continúa
sin interrupción aunque el cuerpo sea destruido, siempre y cuando no veas al
cuerpo como el medio indispensable para la comunicación. Y si entiendes esta
lección, te darás cuenta de que sacrificar el cuerpo no es sacrificar nada, y
de que la comunicación, que es algo solo
propio de la mente, no puede ser sacrificada. ¿Dónde está entonces el sacrificio? Nací para enseñar la lección de que el
sacrificio no está en ningún lugar y que el amor está en todas partes, y ésta
es la lección que todavía quiero enseñarles a todos mis hermanos. Pues la comunicación lo abarca todo, y en la
paz que restablece, el amor viene por su propia voluntad.
8. No permitas que la desesperanza opaque la alegría de la Navidad,
pues la hora de Cristo no tiene sentido si no va acompañada de alegría. Unámonos en la celebración de la paz no
exigiéndole a nadie ningún sacrificio, pues de esta manera me ofreces el amor
que yo te ofrezco. ¿Qué podría hacernos más felices que percibir que no
carecemos de nada? Ése es el mensaje de
la hora de Cristo, que yo te doy para que tú lo puedas dar y se lo devuelvas al
Padre, que me lo dio a mí. Pues en la
hora de Cristo se restablece la comunicación, y Él se une a nosotros para
celebrar la creación de Su Hijo.
9. Dios le da las gracias al santo anfitrión que desee recibirle y le
deje entrar y morar allí donde Él desea estar. Y al tú darle la bienvenida, Él te acoge en Sí
Mismo, pues lo que se encuentra en ti que le das la bienvenida, se le devuelve
a Él. Y nosotros no hacemos sino celebrar Su Plenitud cuando le damos la bienvenida
dentro de nosotros. Los que reciben al
Padre son uno con Él, al ser los anfitriones de Aquel que los creó. Y al abrirle las puertas, Su recuerdo llega
con Él, y así recuerdan la única relación que han tenido jamás y la que siempre
querrán tener.
10. Ésta es la época en la que muy pronto dará comienzo un nuevo año del
calendario cristiano. Tengo absoluta confianza en que lograrás todo lo que te
propongas hacer. Nada te ha de faltar, y
tu voluntad será completar, no destruir.
Dile, entonces, a tu hermano:
Te entrego al Espíritu Santo
como parte de mí mismo. Sé que te
liberarás, a menos que quiera valerme de ti para aprisionarme a mí mismo. En
nombre de mi libertad elijo tu liberación porque reconozco que nos vamos a
liberar juntos.
De esta forma damos comienzo al año con alegría y en libertad. Es
mucho lo que aún nos queda por hacer, y llevamos mucho retraso. Acepta el
instante santo con el nacimiento de este año, y ocupa tu lugar—por tanto tiempo
vacante—en el Gran Despertar. Haz que este año sea diferente al hacer que todo
sea lo mismo. Y permite que todas tus relaciones
sean santificadas. Ésta es nuestra voluntad. Amén.
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