El pequeño jardín
1. Estar consciente del
cuerpo es lo único que hace que el amor parezca limitado, pues el cuerpo es un
límite que se le impone al amor. La creencia en un amor limitado fue lo que dio
origen al cuerpo, que fue concebido para limitar lo ilimitado. No creas que esto es algo meramente
alegórico, pues el cuerpo fue concebido para limitarte a ti. ¿Cómo podrías tú, que te ves a ti mismo
dentro de un cuerpo, saber que eres una idea? Identificas todo lo que reconoces
con cosas externas, con algo fuera de sí mismo. Ni siquiera puedes pensar en
Dios sin imaginártelo en un cuerpo o en alguna forma que creas reconocer.
2. El cuerpo es incapaz de
saber nada. Y mientras limites tu conciencia a sus insignificantes sentidos, no
podrás ver la grandeza que te rodea. Dios
no puede hacer acto de presencia en un cuerpo, ni tú puedes unirte a Él ahí. Todo
límite que se le imponga al amor parecerá siempre excluir a Dios y mantenerte a
ti separado de Él. El cuerpo es una
diminuta cerca que rodea a una pequeña parte de una idea que es completa y
gloriosa. El cuerpo traza un círculo,
infinitamente pequeño, alrededor de un minúsculo segmento del Cielo, lo separa
del resto, y proclama que tu reino se encuentra dentro de él, donde Dios no
puede hacer acto de presencia.
3. Dentro de ese reino el
ego rige cruelmente. Y para defender esa
pequeña mota de polvo te ordena luchar contra todo el universo. Ese fragmento
de tu mente es una parte tan pequeña de ella, que si solo pudieras apreciar el todo
del que forma parte, verías instantáneamente que en comparación es como el más
pequeño de los rayos del sol o como la ola más pequeña en la superficie del
océano. En su increíble arrogancia, ese pequeño rayo ha decidido que él es el
sol, y esa ola casi imperceptible se exalta a sí misma como si fuese todo el
océano. Piensa cuán y asustado tiene que
estar ese diminuto pensamiento, esa ilusión infinitesimal, que se mantiene
separado del universo y enfrentado a él.
El sol se vuelve el “enemigo” del rayo de sol al que quiere devorar, y
el océano aterroriza a la pequeña ola y se la quiere tragar.
4. Mas ni el sol ni el
océano se dan cuenta de toda esta absurda e insensata actividad. Ellos sencillamente continúan existiendo, sin
saber que son temidos y odiados por un ínfimo fragmento de sí mismos. Aun así, no han perdido conciencia de ese
segmento, pues éste no podría subsistir separado de ellos. Y lo que cree que es, no cambia en modo
alguno su total dependencia de ellos para su propia existencia, toda vez que
ésta radica en ellos. Sin el sol el rayo
desaparecería, y sin el océano la ola sería inconcebible.
5. Tal es la extraña
situación en la que parecen hallarse aquellos que viven en un mundo habitado
por cuerpos. Cada cuerpo parece ser el albergue de una mente separada, de un
pensamiento desconectado del resto, que vive
y que de ningún modo está unido al Pensamiento mediante el cual fue
creado. Cada diminuto fragmento parece ser autónomo y necesitar a otros para
algunas cosas, pero sin ser en modo alguno completamente dependiente para todo
de su único Creador, ya que necesita la totalidad para poder tener algún significado,
pues de por sí no significa nada. Ni tampoco tiene una vida aparte e
independiente.
6. Al igual que el sol y
el océano, tu Ser continúa existiendo sin darse cuenta de que ese minúsculo fragmento
se considera a sí mismo ser tú. No es que esté ausente, pues no podría existir
si estuviera separado y el todo del que forma parte estaría incompleto sin él. No
es un reino aparte, regido por la idea de que está separado del resto. Ni tampoco está rodeado de una cerca que le
impide unirse al resto o que lo mantiene separado de su Creador. Este pequeño
aspecto no es diferente de la totalidad, ya que hay continuidad entre ambos y
es uno con ella. No vive una vida
separada, pues su vida es la unicidad en la que su ser fue creado.
7. No aceptes ese nimio y
aislado aspecto como tu identidad. El sol y el océano no son nada en
comparación con lo que tú eres. El rayo refulge solo a la luz del sol, y la ola
ondula mientras descansa sobre el océano. Pero ni en el sol ni en el océano se
encuentra el poder que mora en ti. ¿Preferirías
permanecer dentro de tu mísero reino y seguir siendo un triste rey, un amargado
gobernante de todo lo que contempla, que aunque no ve nada está dispuesto a dar
la vida por ello? Este pequeño yo no es
tu reino. Elevada como un arco muy por encima de él y rodeándolo con amor se
encuentra la gloriosa totalidad, la cual ofrece toda su felicidad y profunda satisfacción
a todas sus partes. El pequeño aspecto
que crees haber aislado no es una excepción.
8. El amor no sabe nada de
cuerpos y se extiende a todo lo que ha sido creado como él mismo. Su absoluta
falta de límites es su significado. Es completamente imparcial en su
dar, y abarca todo únicamente a fin de conservar y mantener intacto lo que
desea dar. ¡Cuán poco te ofrece tu
mísero reino! ¿No es ahí, entonces, donde
le deberías pedir al amor que entre? Contempla
el desierto—árido y estéril, calcinado y triste—que constituye tu mísero reino.
Y reconoce la vida y la alegría que el
amor le llevaría procedentes de donde él viene, y adonde quiere retornar
contigo.
9. El Pensamiento de Dios
rodea tu mísero reino y espera ante la barrera que construiste, deseoso de
entrar y de derramar su luz sobre el terreno yermo. ¡Mira cómo brota la vida
por todas partes! El desierto se
convierte en un jardín lleno de verdor, fértil y plácido, ofreciendo descanso a
todos los que se han extraviado y vagan en el polvo. Ofréceles este lugar de
refugio, que el amor preparó para ellos allí donde antes había un desierto. Y
todo aquel a quien le des la bienvenida te brindará el amor del Cielo. Entran
de uno en uno en ese santo lugar, pero no se marchan solos, que fue como
vinieron. El amor que trajeron consigo
les acompañará siempre, al igual que a ti.
Y bajo su beneficencia tu pequeño jardín crecerá y acogerá a todos los
que tienen sed de agua viva, pero están demasiado exhaustos para poder seguir
adelante solos.
10. Sal a su encuentro,
pues traen a tu Ser consigo, y
condúcelos dulcemente a tu plácido jardín y recibe allí su bendición. De este modo, tu jardín crecerá y se extenderá
a través del desierto, y no dejará afuera ni un
mísero reino excluido del amor, dejándote a ti dentro. Y tú te reconocerás a ti mismo y verás tu
pequeño jardín transformarse dulcemente en el Reino de los Cielos con todo el
amor de su Creador resplandeciendo sobre él.
11. El instante santo es
la invitación que le haces al amor para que entre en tu desolado y pesaroso
reino y lo transforme en un jardín de paz y de bienvenida. La respuesta del amor no se hace
esperar. Llegará porque viniste sin el
cuerpo y no interpusiste barrera alguna que pudiera obstaculizar su feliz
llegada. En el instante santo, le pides al amor únicamente lo que él ofrece a
todos: ni más ni menos. Y al pedirlo todo, recibirás todo. Y tu radiante Ser
elevará el ínfimo aspecto que trataste de ocultar del Cielo directamente hasta
éste. Ninguna parte del amor puede invocar a lo que es todo en vano. Ningún
Hijo de Dios se encuentra excluido de Su Paternidad.
12. Puedes estar seguro de
esto: el amor ha entrado a formar parte de tu relación especial, y ha entrado
de lleno en respuesta a tu vacilante solicitud. No te das cuenta de que ha
llegado porque aún no has levantado todas las barreras que construiste contra
tu hermano. Y ninguno de ustedes será
capaz de darle la bienvenida al amor por separado. Es tan imposible que puedas
conocer a Dios como que Él pueda
conocerte a ti sin tu hermano. Mas
juntos no podrían dejar de ser conscientes del amor, del mismo modo en que el
amor no podría no conocerlos ni dejar de reconocerse a sí mismo en ustedes.
13. Has llegado al final
de una jornada ancestral, pero aún no te has dado cuenta de que ya
concluyó. Todavía estás exhausto, y el
polvo del desierto aún parece empañar tus ojos y cegarte. Pero Aquel a Quien le diste la bienvenida ha
venido y quiere darte la bienvenida a ti. Ha estado esperando mucho tiempo para hacer
eso. Recíbela de Él ahora, pues Su Voluntad es que Lo conozcas. Solo un pequeño muro de polvo se interpone
todavía entre tu hermano y tú. Sóplalo
con ligereza, riendo felizmente, y desaparecerá. Y entra en el jardín que el amor ha preparado
para ustedes.
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