Los testigos del
pecado
1. El dolor demuestra que el cuerpo no puede sino ser real. Es una voz
estridente y ensordecedora, cuyos alaridos intentan ahogar lo que el Espíritu
Santo dice e impedir que Sus palabras lleguen hasta tu conciencia. El dolor
exige atención, quitándosela así al Espíritu Santo y centrándola en sí mismo. Su
propósito es el mismo que el del placer, pues ambos son medios de otorgar
realidad al cuerpo. Lo que comparte un mismo propósito es lo mismo. Esto es lo
que estipula la ley que rige todo propósito, el cual une dentro de sí a todos
aquellos que lo comparten. El placer y el dolor son igualmente ilusorios, ya
que su propósito es inalcanzable. Por lo tanto, son medios que no llevan a
ninguna parte, pues su objetivo no tiene sentido. Y comparten la falta de
sentido de que adolece su propósito.
2. El pecado oscila entre el dolor y el placer y de nuevo al dolor. Pues
cualquiera de esos testigos es el mismo y solo tienen un mensaje: “Te
encuentras aquí, dentro de un cuerpo, y se te puede hacer daño. También puedes
tener placer, pero el coste de éste es el dolor”. A estos testigos se unen
muchos más. Cada uno de ellos parece diferente porque tiene un nombre distinto
y, así, parece responder a un sonido diferente. A excepción de esto, los
testigos del pecado son todos iguales. Llámale dolor al placer y dolerá. Llámale
placer al dolor y no sentirás el dolor que se oculta tras el placer. Los
testigos del pecado no hacen sino cambiar de un término a otro, según uno de
ellos ocupa el primer plano y el otro retrocede al segundo. Es irrelevante, no
obstante, cuál de ellos tenga primacía en cualquier momento dado. Los testigos
del pecado solo oyen la llamada de la muerte.
3. El cuerpo, que de por sí carece de propósito, contiene todas tus
memorias y esperanzas. Te vales de sus ojos para ver y de sus oídos para oír, y
dejas que te diga lo que siente. Mas él no lo sabe. Cuando convocas a los
testigos de su realidad, te repite únicamente los nombres de éstos que le diste
para que él los usara. No puedes elegir cuál de entre ellos es real, pues
cualquiera que elijas es igual que los demás. Lo único que puedes hacer es
decidir llamarlo por un nombre o por otro, pero eso es todo. No puedes hacer
que un testigo sea verdadero solo porque lo llames con el nombre de la Verdad. La
verdad se encuentra en él si eso es lo que representa. De lo contrario, miente,
aunque lo llames con el santo Nombre de Dios Mismo.
4. El Testigo de Dios no ve testigos contra el cuerpo. Tampoco presta
atención a los testigos que con otros nombres hablan de manera diferente en favor
de la realidad del cuerpo. Él sabe que no es real. Pues nada podría contener lo
que crees que el cuerpo contiene dentro de sí. El cuerpo no puede decirle a una
parte de Dios cómo debe sentirse o cuál es su función. El Espíritu Santo, sin embargo, no puede sino
amar aquello que tú tienes en gran estima. Y por cada testigo de la muerte del
cuerpo, te envía un testigo de la vida que tienes en Aquel que no conoce la
muerte. Cada milagro que trae es un testigo de la irrealidad del cuerpo. Él
cura a éste de sus dolores y placeres por igual, pues todos los testigos del
pecado son reemplazados por los Suyos.
5. El milagro no hace distinciones entre los nombres con los que se llama
a los testigos del pecado. Demuestra simplemente que lo que ellos representan
no tiene efectos. Y puede demostrar esto porque sus propios efectos han venido
a substituirlos. Sea cual sea el término que hayas utilizado para referirte a
tu sufrimiento, éste ya no existe. Aquel que es portador del milagro percibe
que todos esos términos son uno y lo mismo y los llama miedo. De la misma
manera en que el miedo es el testigo de la muerte, el milagro es el testigo de
la vida. Es un testigo que nadie puede refutar, pues los efectos que trae
consigo son los de la vida. Gracias a él los moribundos se recuperan, los
muertos resucitan y todo dolor desaparece. Un milagro, no obstante, no habla en
nombre propio, sino solo en Nombre de lo que representa.
6. El amor, asimismo, tiene símbolos en el mundo del pecado. El
milagro perdona porque representa lo que yace más allá del perdón, lo cual es
verdad. ¡Cuán absurdo y demente es pensar que un milagro pueda estar limitado
por las mismas leyes que vino exclusivamente a abolir! Las leyes del pecado
tienen diferentes testigos con distintos puntos fuertes. Y estos testigos dan
testimonio de diferentes clases de sufrimiento. No obstante, para Aquel que
envía los milagros a fin de bendecir el mundo, una leve punzada de dolor, un
pequeño placer mundano o la agonía de la muerte no son sino el mismo
estribillo: una petición de curación, una llamada de socorro en un mundo de
sufrimiento. De esa similitud es de lo que el milagro da testimonio. Esa similitud es lo que prueba. Las leyes que
consideraban que todas esas cosas eran diferentes son abolidas, lo cual
demuestra su impotencia. El propósito del milagro es lograr esto. Y Dios Mismo
ha garantizado el poder de los milagros por razón de lo que atestiguan.
7. Sé, pues, un testigo del milagro y no de las leyes del pecado. No
hay necesidad de que sigas sufriendo. Pero sí de que sanes, ya que el
sufrimiento y la angustia del mundo han hecho que sea sordo a su propia
necesidad de salvación y liberación.
8. La resurrección del mundo aguarda hasta que sanes y seas feliz para
que puedas demostrar que el mundo ha sanado. El instante santo substituirá todo
pecado solo con que lleves sus efectos contigo. Y nadie elegirá sufrir más. ¿A
qué función mejor que ésta podrías servir? Sana para que así puedas sanar y
evítate el sufrimiento que conllevan las leyes del pecado. Y la verdad te será
revelada a ti que elegiste dejar que los símbolos del amor ocupasen los del
pecado.
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