El estado de
impecabilidad
1. El estado de impecabilidad es simplemente esto: todo deseo de
atacar ha desaparecido, de modo que no hay razón para percibir al Hijo de Dios
de ninguna otra forma excepto como es. La necesidad de que haya culpa ha
desaparecido porque ya no tiene propósito, y sin el objetivo de pecado no tiene
sentido. El ataque y el pecado son una misma ilusión, pues cada uno es la
causa, el objetivo y la justificación del otro. Por su cuenta ninguno de los
dos tiene sentido, si bien parecen derivar sentido del otro. Cada uno depende
del otro para conferirle el significado que parece tener. Y nadie podría creer
en uno de ellos a menos que el otro fuese verdad, pues cada uno de ellos da fe
de que el otro tiene que ser cierto.
2. El ataque convierte a Cristo en tu enemigo y a Dios junto con Él.
¿Cómo no ibas a estar atemorizado con semejantes “enemigos”? ¿Y cómo no ibas a tener miedo de ti mismo? Pues
te has hecho daño, y has hecho de tu Ser tu “enemigo”. Y ahora no puedes sino
creer que tú no eres tú, sino algo ajeno a ti mismo, “algo distinto”, “algo”
que hay que temer en vez de amar. ¿Quién atacaría lo que percibe como
completamente inocente? ¿Y quién que desease atacar podría dejar de sentirse
culpable por abrigar ese deseo aunque anhelara la inocencia? Pues ¿quién podría
considerar al Hijo de Dios inocente y al mismo tiempo desear su muerte? Cada
vez que contemplas a tu hermano, Cristo se halla ante ti. Él no se ha marchado
porque tus ojos estén cerrados. Mas ¿qué podrías ver si buscas a tu Salvador y
lo contemplas con ojos que no ven?
3. No es a Cristo a quien contemplas cuando miras de esa manera. A
quien ves es al “enemigo”, que confundes con Cristo. Y lo odias porque no puedes
ver en él pecado alguno. Tampoco oyes su llamada suplicante, cuyo contenido no
cambia sea cual sea la forma en que la llamada se haga, rogándote que te unas a
él en inocencia y en paz. Sin embargo, tras los insensatos alaridos del ego,
tal es la llamada que Dios le ha encomendado que te haga, a fin de que puedas
oír en él Su Llamada a ti y la contestes devolviéndole a Dios lo que es Suyo.
4. El Hijo de Dios solo te pide esto: que le devuelvas lo que es suyo,
para que así puedas participar de ello con él. Por separado ni tú ni él lo
tienen. Y así, no les sirve de nada a ninguno de los dos. Pero si disponen de
ello juntos, les proporcionará a cada uno de ustedes la misma fuerza para
salvar al otro y para salvarse a sí mismo junto con él. Si lo perdonas, tu salvador
te ofrece salvación. Si lo condenas, te ofrece la muerte. Lo único que ves en
cada hermano es el reflejo de lo que elegiste que él fuese para ti. 8 Si
decides contra su verdadera función—la única que tiene en realidad—lo estarás
privando de toda la alegría que habría encontrado de haber podido desempeñar el
papel que Dios le encomendó. Pero no pienses que solo él pierde el Cielo. Y
éste no se puede recuperar a menos que le muestres el camino a través de ti,
para que así tú puedas encontrarlo, caminando con él.
5. Su salvación no supone ningún sacrificio para ti, pues mediante su libertad
tú obtienes la tuya. Permitir que su función se realice es lo que permite que
se realice la tuya. Y así, caminas en dirección al Cielo o al infierno, pero no
vas solo. ¡Cuán bella será su impecabilidad cuando la percibas! ¡Y cuán grande
tu alegría cuando él sea libre para ofrecerte el don de la visión que Dios le
dio para ti! Él no tiene otra necesidad que ésta: que le permitas completar la
tarea que Dios le encomendó. Recuerda únicamente esto: que lo que él hace tú lo
haces junto con él. Y tal como lo consideres, así definirás su función con
respecto a ti hasta que lo veas de otra manera y dejes que él sea para ti lo
que Dios dispuso que fuera.
6. Frente al odio que el Hijo de Dios pueda tener contra sí mismo, se
encuentra la creencia de que Dios es impotente para salvar lo que Él creó del
dolor del infierno. Pero en el amor que él se muestra a sí mismo, Dios es
liberado para que se haga Su Voluntad. Ves en tu hermano la imagen de lo que
crees que es la Voluntad de Dios para ti. Al perdonar entenderás cuánto te ama
Dios, pero si atacas creerás que te odia, al pensar que el Cielo es el
infierno. Mira a tu hermano otra vez, pero con el entendimiento de que él es el
camino al Cielo o al infierno, según lo percibas. Y no te olvides de esto: el
papel que le adjudiques se te adjudicará a ti, y por el camino que le señales
caminarás tú también porque ése es tu juicio acerca de ti mismo.
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