Capítulo 25
LA JUSTICIA DE DIOS
Introducción
1. El Cristo en ti no habita en un cuerpo. Sin embargo, está en ti. De
ello se deduce, por lo tanto, que no tú estás dentro de un cuerpo. Lo que se
encuentra dentro de ti no puede estar afuera. Y es cierto que no puedes estar
aparte de lo que constituye el centro mismo de tu vida. Lo que te da vida no
puede estar alojado en la muerte, de la
misma manera en que tú tampoco puedes estarlo. Cristo se encuentra dentro de un marco de
santidad cuyo único propósito es permitir que Él se pueda poner de manifiesto
ante aquellos que no le conocen y así llamarlos a que vengan a Él y lo vean
allí donde antes creían que estaban sus cuerpos. Sus cuerpos entonces desaparecerán, de modo
que Su santidad pase a ser su marco.
2. Nadie que lleve a Cristo dentro de sí puede dejar de reconocerlo en
cualquier parte. Excepto en cuerpos. Pero
mientras alguien crea estar en un cuerpo, Cristo no podrá estar donde él cree
estar. Y así, lo llevará consigo sin
darse cuenta, pero no Lo pondrá de manifiesto. Y de este modo no reconocerá dónde se
encuentra. El hijo del hombre no es el
Cristo resucitado. El Hijo de Dios, no
obstante, mora exactamente donde el hijo del hombre está, y camina con él
dentro de su santidad, la cual es tan fácil de ver como lo es la manifestación
de su deseo de ser especial en su cuerpo.
3. El cuerpo no tiene necesidad de curación. Pero la mente que cree ser un cuerpo,
ciertamente está enferma. Y aquí es donde Cristo suministra el remedio. Su
propósito envuelve al cuerpo en Su luz y lo llena con la santidad que irradia
desde Él. Y nada que el cuerpo diga o
haga deja de ponerlo a Él de manifiesto. De este modo, el cuerpo lleva a
Cristo, dulce y amorosamente, ante aquellos que no lo conocen, para así sanar
sus mentes. Tal es la misión que tu hermano tiene con respecto a ti. Y tu misión con respecto a él no puede sino
ser la misma.
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