El punto de
encuentro
1. ¡Cuán tenazmente defiende su especialismo—deseando que sea
verdad—todo aquel que se encuentra encadenado a este mundo! Su deseo es ley para él, y él lo obedece. Todo lo que su deseo de ser especial exige, él
se lo concede. Nada que este amado deseo
necesite, él se lo niega. Y mientras
este deseo lo llame, no oirá otra Voz. Ningún esfuerzo es demasiado grande,
ningún costo excesivo ni ningún precio prohibitivo a la hora de salvar su deseo
de ser especial del más leve desaire, del más mínimo ataque, de la menor duda,
del menor indicio de amenaza o de lo que sea, excepto de la reverencia más absoluta.
Éste es tu hijo, amado por ti como tú lo eres por tu Padre. Él es quien ocupa el lugar de tus creaciones,
que sí son tu hijo, para que compartieras la Paternidad de Dios, no para que se
la arrebatases. ¿Quién es este hijo que has hecho para que sea tu fortaleza? ¿Qué
criatura de la tierra es ésta sobre la que se vuelca tanto amor? ¿Qué parodia
de la Creación de Dios es ésta que ocupa el lugar de tus creaciones? ¿Y dónde
se encuentran éstas, ahora que el anfitrión de Dios ha encontrado otro hijo al
que prefiere en lugar de ellas?
2. El recuerdo de Dios no brilla a solas. Lo que se encuentra en tu
hermano todavía contiene dentro de sí toda la Creación; todo lo creado y todo
lo que crea; todo lo nacido o por nacer; lo que todavía está en el futuro y lo
que aparentemente ya pasó. Lo que se encuentra en él es inmutable, y cuando
reconozcas esto, reconocerás también tu propia inmutabilidad. La santidad que
mora en ti le pertenece a tu hermano. Y al verla en él, regresa a ti. Todo tributo que le hayas prestado a tu
especialismo le corresponde a él, y de esta manera retorna a ti. Todo el amor y
cuidado que le profesas a tu especialismo, la absoluta protección que le
ofreces, tu constante desvelo por él día y noche, tu profunda preocupación, así
como la firme convicción de que eso es lo que eres, le corresponden a tu
hermano. Todo lo que le has dado a tu especialismo le corresponde a él. Y todo
lo que le corresponde a él te corresponde a ti.
3. ¿Cómo ibas a poder reconocer tu valía mientras te domine el deseo
de ser especial? ¿Cómo no ibas a poder reconocerla en la santidad de tu
hermano? No trates de hacer que tu especialismo sea la verdad, pues si lo fuese
estarías ciertamente perdido. En lugar de ello, siéntete agradecido de que se
te haya concedido ver la santidad de tu hermano debido a que es la verdad. Y lo que es verdad con respecto a él tiene que
ser igualmente verdad con respecto a ti.
4. Hazte a ti mismo esta pregunta: ¿Puedes proteger la mente? El
cuerpo sí, un poco, mas no del tiempo, sino temporalmente. Y mucho de lo que
crees que lo protege, en realidad le hace daño. ¿Para qué quieres proteger el cuerpo? Pues en
esa elección radica tanto su salud como su destrucción. Si lo proteges para
exhibirlo o como carnada para pescar otro pez o bien para albergar más
elegantemente tu especialismo o para tejer un marco de hermosura alrededor de
tu odio, lo estás condenando a la putrefacción y a la muerte. Y si ves ese
mismo propósito en el cuerpo de tu hermano, tal es la condena del tuyo. Teje,
en cambio, un marco de santidad alrededor de tu hermano, de modo que la verdad
pueda brillar sobre él y salvarte a ti de la putrefacción.
5. El Padre mantiene a salvo todo lo que creó, lo cual no se ve
afectado por las falsas ideas que has inventado, ya que tú no fuiste su
creador. No permitas que tus absurdas fantasías te atemoricen. Lo que es
inmortal no puede ser atacado, y lo que es solo temporal no tiene efectos. Únicamente
el propósito que ves en ello tiene significado, y si éste es verdad, su
seguridad está garantizada. Si no es verdad, no tiene propósito alguno ni sirve
como medio para nada. Cualquier cosa que se perciba como un medio para la
verdad comparte la santidad de ésta y descansa en una luz tan segura como la
Verdad Misma. Esa luz no desaparecerá cuando ello se haya desvanecido. Su santo
propósito le confirió inmortalidad, encendiendo así otra luz en el Cielo, que
tus creaciones reconocen como un regalo procedente de ti: como una señal de que
no te has olvidado de ellas.
6. La prueba a la que puedes someter todas las cosas en esta tierra es
simplemente ésta: “¿Para qué es?” La contestación a esta pregunta es lo que le
confiere el significado que ello tiene para ti. De por sí, no tiene ninguno,
sin embargo, tú le puedes otorgar realidad, según el propósito al que sirvas. En
esto no eres más que un medio, al igual que ello. Dios es a la vez Medio y Fin.
6 En el Cielo, los medios y el fin son uno y lo mismo, así como uno con Él. Éste
es el estado de verdadera creación, el cual no se encuentra en el tiempo, sino
en la eternidad. Es algo indescriptible para cualquiera aquí. No hay modo de
aprender lo que ese estado significa. No se comprenderá hasta que vayas más
allá del aprendizaje hasta lo Dado y vuelvas a construir un santo hogar para
tus creaciones.
7. Un co-creador con el Padre tiene que tener un Hijo. No obstante,
este Hijo tiene que haber sido creado a semejanza de Él Mismo: un ser perfecto,
que todo lo abarca y es abarcado por todo, al que no hay nada que añadir ni
nada que restar; un ser que no tiene tamaño, que no ha nacido en ningún lugar o
tiempo ni está sujeto a límites o incertidumbres de ninguna clase. Ahí los
medios y el fin se vuelven uno, y esta unidad no tiene fin. Todo esto es verdad y, sin embargo, no
significa nada para quien todavía retiene en su memoria una sola lección que
aún no haya aprendido, un solo pensamiento cuyo propósito sea aún incierto o un
solo deseo con dos objetivos.
8. Este curso no pretende enseñar lo que no se puede aprender
fácilmente. Su alcance no excede el tuyo, excepto para señalar que lo que es
tuyo te llegará cuando estés listo. Aquí los medios y el propósito están
separados porque así fueron concebidos y así se perciben. Por lo tanto, los tratamos
como si lo estuvieran. Es esencial tener presente que toda percepción seguirá
estando invertida hasta que se haya comprendido su propósito. La percepción no
parece ser un medio. Y es esto lo que hace que sea tan difícil entender hasta
qué punto depende del propósito que tú le asignas. Parece que es la percepción
la que te enseña lo que ves. Sin embargo, lo único que hace es dar testimonio
de lo que tú enseñaste. Es el cuadro externo de un deseo: la imagen de lo que
tú querías que fuese verdad.
9. Contémplate a ti mismo y verás un cuerpo. Contempla este cuerpo bajo
otra luz y se verá diferente. Y sin ninguna luz parecerá haber desaparecido.
Sin embargo, estás convencido de que está ahí porque aún puedes sentirlo con
tus manos y oír sus movimientos. He aquí la imagen que quieres tener de ti
mismo; el medio para hacer que tu deseo se cumpla. Te proporciona los ojos con
los que lo contemplas, las manos con las que lo sientes y los oídos con los que
escuchas los sonidos que emite. De este modo te demuestra su realidad.
10. Así es como el cuerpo se convierte en una teoría de ti mismo, sin
proveerte de nada que pueda probar que hay algo más allá de él ni de ninguna
posibilidad de escape a la vista. Cuando se contempla a través de sus propios ojos,
su curso es inescapable. El cuerpo crece y se marchita, florece y muere. Y tú no puedes concebirte a ti mismo aparte de
él. Lo tildas de pecaminoso y odias sus acciones, tachándolo de malvado. No
obstante, tu deseo de ser especial susurra: “He aquí a mi amado hijo, en quien
me complazco”. Así es como el “hijo” se convierte en el medio para apoyar el
propósito de su “padre”. No es idéntico
ni siquiera parecido, aunque aún es el medio de ofrecer a ese “padre” lo que él
quiere. Tal es la parodia que se hace de la Creación de Dios. Pues de la misma
manera en que haber creado a Su Hijo hizo feliz al Padre—además de dar
testimonio de Su Amor y de compartir Su propósito—así el cuerpo da testimonio
de la idea que lo concibió, y habla en favor de la realidad y verdad de ésta.
11. De esta manera se concibieron dos hijos, y ambos parecen caminar
por esta tierra sin un lugar donde poder encontrarse. A uno de ellos—tu amado
hijo—lo percibes como externo a ti. El otro—el Hijo de su Padre— descansa en el
interior de tu hermano tal como descansa en el tuyo. La diferencia entre ellos no estriba en sus
apariencias ni en el lugar hacia donde se dirigen y ni siquiera en lo que
hacen. Tienen distintos propósitos. Eso es lo que los une a los que son
semejantes a ellos y lo que los separa de todo lo que tiene un propósito
diferente. El Hijo de Dios conserva aún la Voluntad de su Padre. El hijo del
hombre percibe una voluntad ajena y desea que sea verdad. Y así, su percepción
apoya su deseo, haciendo que parezca verdad. La percepción, sin embargo, puede
servir para otro propósito. No está sujeta al deseo de ser especial, excepto si
así lo decides. Y se te ha concedido poder tomar otra decisión y usar la
percepción para un propósito diferente. Y lo que veas servirá debidamente para
ese propósito y te demostrará su realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario