Las leyes del
caos
1. Puedes llevar las “leyes” del caos ante la luz, pero nunca las
podrás entender. Las leyes caóticas no tienen sentido, por lo tanto, se
encuentran fuera de la esfera de la razón. No obstante, aparentan ser un obstáculo
para la razón y para la Verdad. Contemplémoslas, pues, detenidamente, para
poder ver más allá de ellas y entender lo que son y no lo que quieren probar. Es esencial que se entienda cuál es su
propósito porque su fin es crear caos y atacar la Verdad. Éstas son las leyes
que rigen el mundo que tú fabricaste. Sin embargo, no gobiernan nada ni
necesitan violarse; necesitan simplemente contemplarse y trascenderse.
2. La primera ley caótica es que la verdad es diferente para cada
persona. Al igual que todos estos principios, éste mantiene que cada cual es un
ente separado, con su propia manera de pensar que lo distingue de los demás.
Este principio procede de la creencia en una jerarquía de ilusiones: que
algunas son más importantes que otras y, por lo tanto, más reales. Cada cual
establece esto para sí mismo, y le confiere realidad atacando lo que otro
valora. Y el ataque se justifica porque los valores difieren, y los que tienen
distintos valores parecen ser diferentes y, por ende, enemigos.
3. Observa cómo parece ser esto un impedimento para el primer
principio de los milagros, pues establece grados de verdad entre las ilusiones,
haciendo que algunas parezcan ser más difíciles de superar que otras. Si uno
pudiese darse cuenta de que todas ellas son la misma ilusión y de que todas son
igualmente falsas, sería fácil entender entonces por qué razón los milagros se
aplican a todas ellas por igual. Cualquier clase de error puede ser corregido
precisamente porque no es cierto. Cuando se lleva ante la verdad en vez de ante
otro error, simplemente desaparece. Ninguna parte de lo que no es nada puede
ser más resistente a la verdad que otra.
4. La segunda ley del caos, muy querida por todo aquel que venera el
pecado, es que no hay nadie que no peque y, por lo tanto, todo el mundo merece
ataque y muerte. Este principio, estrechamente vinculado al primero, es la
exigencia de que el error merece castigo y no corrección. Pues la destrucción
del que comete el error lo pone fuera del alcance de la corrección y del
perdón. De este modo, interpreta lo que ha hecho como una sentencia irrevocable
contra sí mismo que ni siquiera Dios puede revocar. Los pecados no pueden ser
perdonados, al ser la creencia de que el Hijo de Dios puede cometer errores por
los cuales su propia destrucción se vuelve inevitable.
5. Piensa en las consecuencias que esto parece tener en la relación
entre Padre e Hijo. Ahora parece que nunca jamás podrán ser Uno otra vez. Pues
Uno de Ellos no puede sino estar por siempre condenado, y por el Otro. Ahora
son diferentes y, por ende, enemigos. Y Su relación es una de oposición, de la
misma forma en que los aspectos separados del Hijo convergen únicamente para
entrar en conflicto, mas no para unirse. Uno de ellos se debilita y el otro se
fortalece con la derrota del primero. Y su temor a Dios y el que se tienen
entre sí parece ahora razonable, pues se ha vuelto real por lo que el Hijo de
Dios se ha hecho a sí mismo y por lo que le ha hecho a su Creador.
6. En ninguna otra parte es más evidente la arrogancia en la que se
basan las leyes del caos que como sale a relucir aquí. He aquí el principio que
pretende definir lo que debe ser el Creador de la Realidad. Lo que debe pensar
y lo que debe creer, y creyéndolo, cómo
debe responder. Ni siquiera se considera necesario preguntarle si eso que se ha
decretado que son Sus creencias es verdad. Su Hijo le puede decir lo que ésta
es, y la única alternativa que Le queda es aceptar la palabra de Su Hijo o
estar equivocado. Esto conduce directamente a la tercera creencia descabellada
que hace que el caos parezca ser eterno. Pues si Dios no puede estar
equivocado, tiene entonces que aceptar la creencia que Su Hijo tiene de sí
mismo y odiarlo por ello.
7. Observa cómo este tercer principio refuerza el temor a Dios. Ahora
se hace imposible recurrir a Él en momentos de tribulación, pues se ha
convertido en el “enemigo” que la causó y no sirve de nada recurrir a Él. La salvación tampoco puede encontrarse en el
Hijo, ya que cada uno de sus aspectos parece estar en pugna con el Padre, y
siente que su ataque está justificado. Ahora el conflicto se ha vuelto
inevitable e inaccesible a la ayuda de Dios. Pues ahora la salvación jamás será
posible, ya que el salvador se ha convertido en el enemigo.
8. No hay manera de librarse o escapar. La Expiación se convierte en
un mito, y lo que la Voluntad de Dios dispone es la venganza, no el perdón. Desde allí donde todo esto se origina, no se
ve nada que pueda ser realmente una ayuda. Solo la destrucción puede ser el
resultado final. Y Dios Mismo parece estar poniéndose de parte de la destrucción
para derrotar a Su Hijo. No pienses que el ego te va a ayudar a escapar de lo
que él desea para ti. Ésa es la función de este curso, que no le concede ningún
valor a lo que el ego tiene en gran estima.
9. El ego atribuye valor únicamente a aquello de lo que se apropia. Esto conduce a la cuarta ley del caos, que, si
las demás son aceptadas, no puede sino ser verdad. Esta supuesta ley es la creencia de que haces
tuyo aquello de lo que te apropias. De
acuerdo con esa ley, la pérdida de otro es tu ganancia y, por consiguiente, no
reconoce el hecho de que nunca puedes quitarle nada a nadie, excepto a ti
mismo. Mas las otras tres leyes no pueden sino conducir a esto. Pues los que
son enemigos no se conceden nada de buen grado el uno al otro ni procuran compartir
las cosas que valoran. Y lo que tus enemigos ocultan de ti debe ser algo que
vale la pena poseer, ya que lo mantienen oculto de ti.
10. Todos los mecanismos de la locura se hacen patentes aquí: el
“enemigo” que se fortalece al mantener oculto el valioso legado que debería ser
tuyo; la postura que adoptas y el ataque que infliges, los cuales están
justificados por razón de lo que se te ha negado; y la pérdida inevitable que
el enemigo debe sufrir para que tú te puedas salvar. Así es como los culpables
declaran su inocencia. Si el
comportamiento inescrupuloso del enemigo no los forzara a este vil ataque, solo
responderían con bondad. Pero en un
mundo despiadado los bondadosos no pueden sobrevivir, de modo que tienen que
apropiarse de todo cuanto puedan o dejar que otros se apropien de lo que es
suyo.
11. Y ahora queda una vaga pregunta por contestar, que aún no ha sido “explicada”.
¿Qué es esa cosa tan preciada, esa perla de inestimable valor, ese tesoro
oculto que con justa indignación debe arrebatársele a éste el más pérfido y
astuto de los enemigos? Debe de ser lo
que siempre has anhelado, pero nunca hallaste. Y ahora “entiendes” la razón de
que nunca lo encontraras. Este enemigo te lo había arrebatado y lo ocultó donde
jamás se te habría ocurrido buscar. Lo ocultó en su cuerpo, haciendo que éste
sirviera de refugio para su culpa, de escondrijo de lo que es tuyo. Ahora su
cuerpo se tiene que destruir y sacrificar para que tú puedas tener lo que te
pertenece. La traición que él ha cometido exige su muerte para que tú puedas
vivir. Y así, solo atacas en defensa propia.
12. Pero ¿qué es eso que deseas que exige su muerte? ¿Cómo puedes
estar seguro de que tu ataque asesino está justificado, a menos que sepas cuál
es su propósito? Aquí es donde el “último” principio del caos acude en tu
“auxilio”. Este principio alega que hay un substituto para el amor. Ésta es la
magia que curará todo tu dolor, el elemento que falta que curaría tu locura. Ésa
es la razón de que tengas que atacar. He aquí lo que hace que tu venganza esté
justificada. He aquí, revelado, el regalo secreto del ego, arrancado del cuerpo
de tu hermano donde se había ocultado con malicia y con odio hacia aquel a
quien verdaderamente le pertenece. Él te quiere privar de ese ingrediente
secreto que le daría significado a tu vida. El substituto del amor, nacido de
su mutua enemistad, tiene que ser la salvación. Y no tiene substituto, pues solo
hay uno. Y así, el propósito de todas tus relaciones es apropiarte de él y
convertirte en su dueño.
13. Mas nunca podrás poseerlo del todo. Y tu hermano jamás cesará de
atacarte por lo que le robaste. La venganza de Dios contra los dos tampoco
cesará, pues en Su locura Él tiene también que poseer ese substituto del amor y
destruirlos a ambos. Tú que crees ser cuerdo y caminar por tierra firme en un
mundo en el que se puede encontrar significado, considera lo siguiente: Éstas
son las leyes en las que parece basarse tu “cordura”. Éstos son los principios
que hacen que el suelo que pisas parezca firme. Y es ahí donde tratas de
encontrar significado. Ésas son las leyes que promulgaste para tu salvación. Apoyan
firmemente al substituto del Cielo que prefieres. Ése es su propósito, pues
para eso es para lo que fueron promulgadas. No tiene objeto preguntar qué significado
tienen. Eso es obvio. Los medios de la locura no pueden sino ser dementes.
¿Estás tú igualmente seguro de que comprendes que su objetivo es la locura?
14. Nadie desea la locura, ni nadie se aferra a su propia locura si ve
que eso es lo que es. Lo que protege a la locura es la creencia de que es la
verdad. Usurpar el lugar de la verdad es la función de la demencia. Y para
poder creer en ella tiene que considerarse la verdad. Y si es la verdad,
entonces su opuesto, que antes era la verdad, tiene que ser ahora la locura.
Tal inversión, en la que todo está completamente al revés; en la que la
demencia es cordura, las ilusiones verdad, el ataque bondad, el odio amor y el
asesinato bendición, es el objetivo que persiguen las leyes del caos. Ésos son
los medios que hacen que las Leyes de Dios parezcan estar invertidas. Ahí las
leyes del pecado parecen mantener cautivo al amor y haber puesto al pecado en
libertad.
15. Ésos no parecen ser los objetivos del caos, pues gracias a la gran
inversión parecen ser las leyes del orden. ¿Cómo podría ser de otra manera? El
caos es la ausencia total del orden y de leyes. Para que se pueda creer en él,
sus aparentes leyes tienen que percibirse como reales. Su objetivo de demencia tiene
que verse como cordura. Y el miedo, con labios mortecinos y ojos que no ven,
obcecado y de aspecto horrible, es elevado al trono del amor, su moribundo
conquistador, su substituto, el que te salva de la salvación. ¡Cuán bella hacen
lucir a la muerte las leyes del miedo! Dale gracias al héroe que se sentó en el
trono del amor y que salvó al Hijo de Dios para entregárselo al miedo y a la
muerte.
16. Sin embargo, ¿cómo es posible que se pueda creer en semejantes
leyes? Hay un extraño mecanismo que hace que ello sea posible. Es algo que nos resulta familiar, pues hemos
visto en innumerables ocasiones cómo parece funcionar. En realidad no funciona
en absoluto, mas en sueños, donde los protagonistas principales son solo sombras,
parece ser muy poderoso. Ninguna de las leyes del caos podría coaccionar a
nadie a que creyese en ella, si no fuera por el énfasis que se pone en la forma
y por el absoluto desprecio que se hace del contenido. Nadie que crea que una
sola de estas leyes es verdad se da cuenta de lo que estipula. Algunas de las
formas que adoptan parecen tener sentido, pero eso es todo.
17. ¿Cómo es posible que algunas formas de asesinato no signifiquen
muerte? ¿Puede acaso un ataque, sea cual sea la forma en que se manifieste, ser
amor? ¿Qué forma de condena podría ser una bendición? ¿Quién puede incapacitar
a su salvador y hallar la salvación? No dejes que la forma que adopta el ataque
contra tu hermano te engañe. No puedes intentar herirlo y al mismo tiempo
salvarte. ¿Quién puede estar a salvo del ataque atacándose a sí mismo? ¿Cómo
iba a importar la forma en que se manifiesta esta locura? Es un juicio que se
derrota a sí mismo, al condenar lo que afirma querer salvar. No te dejes
engañar cuando la locura adopte una forma que a ti te parece hermosa. Lo que
está empeñado en destruirte no es tu amigo.
18. Sostienes—y piensas que es verdad—que no crees en estas leyes
insensatas ni que tus acciones están basadas en ellas. Pues cuando examinas de
cerca lo que postulan, ves que no se puede creer en ellas. Hermano, crees en
ellas. Pues de no ser así, ¿cómo podrías percibir la forma que adoptan, con
semejante contenido? ¿Podría acaso ser sostenible cualquiera de las formas que
adoptan? Sin embargo, crees en ellas debido a la forma que adoptan y no
adviertes el contenido. Éste nunca cambia. ¿Puedes acaso darle vida a un
esqueleto pintando sus labios de color rosado, vistiéndolo de punta en blanco,
acariciándolo y mimándolo? ¿Y puede acaso satisfacerte la ilusión de que estás
vivo?
19. Fuera del Cielo no hay vida. La vida se encuentra allí donde Dios
la creó. En cualquier otro estado que no sea el Cielo la vida no es más que una
ilusión. En el mejor de los casos parece vida, en el peor, muerte. Ambos son,
no obstante, juicios acerca de lo que no es la vida, idénticos en su inexactitud
y falta de significado. Fuera del Cielo la vida es imposible, y lo que no se
encuentra en el Cielo no se encuentra en ninguna parte. Fuera del Cielo lo
único que hay es un conflicto de ilusiones, de todo punto insensato, imposible
y más allá de la razón, aunque se percibe como un eterno impedimento para
llegar al Cielo. Las ilusiones no son sino formas. Su contenido nunca es
verdad.
20. Las leyes del caos gobiernan todas las ilusiones. Las formas que
éstas adoptan entran en conflicto, haciendo que parezca posible concederle más
valor a unas que a otras. Sin embargo, cada ilusión se basa, al igual que todas
las demás, en la creencia de que las leyes del caos son las leyes del orden. Cada
una de ellas apoya dichas leyes completamente y ofrece un testimonio inequívoco
de que son verdad. Las formas de ataque que en apariencia son más benévolas no
son menos inequívocas en su testimonio o en sus resultados. Es indudable que el
miedo que engendran las ilusiones se debe a las creencias que las originan y no
a su forma. Y la falta de fe en el amor, sea cual sea la forma en que se
manifieste, da testimonio de que el caos es la realidad.
21. La fe en el caos es la consecuencia inevitable de la creencia en
el pecado. El que sea una consecuencia es lo que hace que parezca ser una
conclusión lógica, un paso válido en el pensamiento ordenado. Los pasos que
conducen al caos proceden metódicamente desde su punto de partida. Cada uno de
ellos se manifiesta de forma diferente en el proceso de invertir la verdad, y
conduce aún más profundamente al terror y más allá de ella. No pienses que un
paso es más corto que otro, ni que el retorno desde uno de ellos es más fácil
que desde otro. En cada uno de ellos reside el descenso desde el Cielo en su
totalidad. Y allí donde tu pensamiento empieza, allí mismo tiene que terminar.
22. Hermano, no des ni un solo paso en el descenso hacia el infierno. Pues
una vez que hayas dado el primero, no podrás reconocer el resto como lo que
son. Y cada uno de ellos seguirá al primero. Cualquier forma de ataque te
planta en la tortuosa escalera que te aleja del Cielo. Sin embargo, en
cualquier instante todo esto se puede des-hacer. ¿Cómo puedes saber si has
elegido las escaleras que llevan al Cielo o el camino que conduce al infierno?
Muy fácilmente. ¿Cómo te sientes? ¿Estás
en paz? ¿Tienes certeza con respecto a tu camino? ¿Estás seguro de que el Cielo
se puede alcanzar? Si la respuesta es no, es que caminas solo. Pídele entonces
a tu Amigo que se una a ti y te dé certeza con respecto a qué camino seguir.
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