La razón y las
distintas formas del error
1. La introducción de la razón en el sistema de pensamiento del ego es
el comienzo de su des-hacimiento, pues la razón y el ego se contradicen entre
sí. Y no es posible que coexistan en tu conciencia, ya que el objetivo de la
razón es hacer que todo esté claro y, por ende, que sea obvio. La razón es algo
que tú puedes ver. Esto no es simplemente un juego de palabras, pues ahí da
comienzo una visión que tiene sentido. La visión es literalmente sentido. Dado
que no es lo que el cuerpo ve, la visión no puede sino ser comprendida, pues es
inequívoca, y lo que es obvio no es ambiguo. Por lo tanto, puede ser
comprendido. Ahí la razón y el ego se separan, y cada uno sigue su camino.
2. Lo que le permite al ego seguir existiendo es su creencia de que tú
no puedes aprender este curso. Si compartes con él esa creencia, la razón será
incapaz de ver tus errores y despejar el camino hacia su corrección. Pues la
razón ve más allá de los errores y te dice que lo que pensabas que era real no
lo es. La razón puede reconocer la diferencia entre el pecado y el error porque
desea la corrección. Te dice, por lo tanto, que lo que pensabas que era
incorregible puede ser corregido y que, por consiguiente, tuvo que haber sido
un error. La oposición del ego a la corrección conduce a su creencia fija en el
pecado y a desentenderse de los errores. No ve nada que pueda ser corregido. El ego,
por lo tanto, condena y la razón salva.
3. La razón de por sí no es la salvación, pero despeja el camino para
la paz y te conduce a un estado mental en el que se te puede conceder. El
pecado es un obstáculo que se alza como un formidable portón—cerrado con
candado y sin llave—en medio del camino hacia la paz. Nadie que lo contemplase
sin la ayuda de la razón osaría traspasarlo. Los ojos del cuerpo lo ven como si
fuera de granito sólido y de un espesor tal que sería una locura intentar
atravesarlo. La razón, en cambio, ve fácilmente a través de él, puesto que es
un error. La forma que adopta no puede ocultar su vacuidad de los ojos de la
razón.
4. La forma del error es lo único que atrae al ego. No trata de ver si
esa forma de error tiene significado o no, pues es incapaz de reconocer
significados. Todo lo que los ojos del cuerpo pueden ver es una equivocación,
un error de percepción, un fragmento distorsionado del todo sin el significado
que éste le aportaría. Sin embargo, cualquier error, sea cual sea su forma,
puede ser corregido. El pecado no es sino un error expresado en una forma que
el ego venera. El ego quiere conservar todos los errores y convertirlos en
pecados. Pues en eso se basa su propia estabilidad, la pesada ancla que ha
echado sobre el mundo cambiante que él fabricó; la roca sobre la que se edificó
su iglesia y donde sus seguidores están condenados a sus cuerpos, al creer que
la libertad del cuerpo es la suya propia.
5. La razón te diría que no es la forma que adopta el error lo que hace
que sea una equivocación. Si lo que la forma oculta es un error, la forma no puede
impedir su corrección. Los ojos del cuerpo ven únicamente formas. No pueden ver
más allá de aquello para cuya contemplación fueron fabricados. Y fueron
fabricados para fijarse en los errores y no ver más allá de ellos. Su
percepción es ciertamente extraña, pues solo pueden ver ilusiones, al no poder
ver más allá del bloque de granito del pecado y al detenerse ante la forma externa
de lo que no es nada. Para esta forma distorsionada de visión, el exterior de
todas las cosas, el muro que se interpone entre la verdad y tú, es
absolutamente real. Mas ¿cómo va a poder
ver correctamente una visión que se detiene ante lo que no es nada como si de
un sólido muro se tratase? Está restringida por la forma, habiendo sido
concebida para garantizar que no perciba nada, excepto la forma.
6. Esos ojos, hechos para no
ver, jamás podrán ver. Pues la idea que representan nunca se separó de su
hacedor, y es su hacedor el que ve a través de ellos. ¿Qué otro objetivo tenía
su hacedor, salvo el de no ver? Para tal fin, los ojos del cuerpo son los
medios perfectos, pero no para ver. Advierte cómo los ojos del cuerpo se posan
en lo exterior sin poder ir más allá de ello. Observa cómo se detienen ante lo
que no es nada, incapaces de comprender el significado que se encuentra tras la
forma. Nada es tan cegador como la percepción de la forma. Pues ver la forma
significa que el entendimiento ha quedado velado.
7. Solo los errores varían de forma, y a eso se debe que puedan
engañar. Tú puedes cambiar la forma porque ésta no es verdad. Y no puede ser la
realidad precisamente porque puede cambiar. La razón te diría que si la forma
no es la realidad tiene que ser entonces una ilusión, y que no se puede ver
porque no existe. Y si la ves debes estar equivocado, pues estás viendo lo que
no puede ser real como si lo fuera. Lo que no puede ver más allá de lo que no
existe no puede sino ser una percepción distorsionada, y no puede por menos que
percibir a las ilusiones como si fueran la Verdad. ¿Cómo iba a poder, entonces,
reconocer la Verdad?
8. No permitas que la forma de sus errores te aleje de aquel cuya santidad
es la tuya. No permitas que la visión de su santidad, que te mostraría tu
perdón, quede oculta tras lo que ven los ojos del cuerpo. No permitas que la
conciencia que tienes de tu hermano se vea obstruida por tu percepción de sus
pecados y de su cuerpo. ¿Qué hay en él que quisieras atacar, excepto lo que
asocias con su cuerpo, el cual crees que puede pecar? Más allá de sus errores
se encuentra su santidad junto con tu salvación. No le diste su santidad, sino
que trataste de ver tus pecados en él para tú salvarte. Sin embargo, su
santidad es tu perdón. ¿Cómo ibas a poder salvarte si haces de aquel cuya
santidad es tu salvación un pecador?
9. Una relación santa, por muy recién nacida que sea, tiene que
valorar la santidad por encima de todo. Cualquier valor profano producirá
confusión, y lo hará en la conciencia. En las relaciones no santas se le
atribuye valor a cada uno de los individuos que la componen, ya que cada uno de
ellos parece justificar los pecados del otro. Cada uno ve en el otro aquello
que lo incita a pecar en contra de su voluntad. De esta manera, cada uno le
atribuye sus pecados al otro, y se siente atraído hacia él para poder
perpetuarlos. Y así, ninguno de ellos puede ver que él mismo es el causante de
sus propios pecados al desear que el pecado sea real. La razón, en cambio, ve
una relación santa como lo que realmente es: un estado mental común, donde
ambos gustosamente le entregan sus errores a la Corrección, de manera que los
dos puedan ser felizmente sanados cual uno solo.
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