El
cambio interno
1.
¿Son, entonces, peligrosos los pensamientos? ¡Para los cuerpos sí! Los pensamientos que parecen destruir son
aquellos que le enseñan al pensador que él puede ser destruido. Y así, “muere”
por razón de lo que aprendió. Pasa de la vida a la muerte, la prueba final de
que valoró lo efímero más que lo constante. Seguramente creyó que quería la
felicidad. Mas no la deseó porque la
felicidad es la verdad y, por lo tanto, no puede sino ser constante.
2.
Una dicha constante es una condición completamente ajena a tu entendimiento. Sin
embargo, si pudieras imaginar cómo sería, la desearías aunque no la
entendieses. En esa condición de constante dicha no hay excepciones ni cambios
de ninguna clase. Es tan inquebrantable como lo es el Amor de Dios por Su
Creación. Al estar tan segura de su visión como su Creador lo está de lo que Él
sabe, la felicidad contempla todo y ve que todo es uno. No ve lo efímero, pues
desea que todo sea como ella misma, y así lo ve. Nada tiene el poder de alterar
su constancia porque su propio deseo no puede ser conmovido. Les llega a aquellos que comprenden que la
última pregunta es necesaria para que las demás queden contestadas, del mismo
modo en que la paz no puede sino llegarles a quienes eligen curar y no juzgar.
3.
La razón te dirá que no puedes pedir felicidad de una manera inconsistente. Pues si lo que deseas se te concede, y la
felicidad es constante, entonces no necesitas pedirla más que una sola vez para
gozar de ella eternamente. Y si siendo
lo que es no gozas de ella siempre, es que no la pediste. Pues nadie deja de
pedir lo que desea a lo que cree que tiene la capacidad de concedérselo. Tal
vez esté equivocado con respecto a lo que pide, dónde lo pide y a qué se lo
pide. No obstante, pedirá porque desear
algo es una solicitud, una petición, hecha por alguien a quien Dios Mismo nunca
dejaría de responder. Dios ya le ha dado todo lo que él realmente quiere. Mas
aquello de lo que no está seguro, Dios no se lo puede dar. Pues mientras siga
estando inseguro es que no lo desea realmente, y el otorgamiento de Dios no
podría ser completo a menos que se reciba.
4.
Tú que completas la Voluntad de Dios y que eres Su Felicidad; tú cuya voluntad
es tan poderosa como la Suya y cuyo poder no puedes perder ni en tus ilusiones,
piensa detenidamente por qué razón no has decidido todavía cómo vas a contestar
la última pregunta. Tu respuesta a las otras te ha ayudado a estar parcialmente
cuerdo. Es la última, no obstante, la que realmente pregunta si estás dispuesto
a estar completamente cuerdo.
5.
¿Qué es el instante santo sino el llamamiento de Dios a que reconozcas lo que
Él te ha dado? He aquí el gran llamamiento a la razón, a la conciencia de lo
que siempre está ahí a la vista, a la felicidad que podría ser siempre tuya. He
aquí la paz constante que podrías experimentar siempre. He aquí revelado ante
ti lo que la negación ha negado. Pues aquí la última pregunta ya está contestada,
y lo que pides, concedido. Aquí el
futuro es ahora, pues el tiempo es impotente ante tu deseo de lo que nunca ha
de cambiar. Pues has pedido que nada se interponga entre la santidad de tu
relación y tu conciencia de esa santidad.
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