Los
heraldos de la eternidad
1.
En este mundo, el Hijo de Dios se acerca al máximo a sí mismo en una relación
santa. Ahí comienza a encontrar la confianza que su Padre tiene en él. Y ahí encuentra su función de restituir las
Leyes de su Padre a lo que no está operando bajo ellas y de encontrar lo que se
había perdido. Solo en el tiempo se puede perder algo, pero nunca para siempre.
Así pues, las partes separadas del Hijo
de Dios se unen gradualmente en el tiempo, y con cada unión el final de éste se
aproxima aún más. Cada milagro de unión
es un poderoso heraldo de la eternidad. Nadie que tenga un solo propósito,
unificado y firme, puede sentir miedo. Nadie que comparta con él ese mismo propósito
podría dejar de ser uno con él.
2.
Cada heraldo de la eternidad anuncia el fin del pecado y del miedo. Cada uno de
ellos habla en el tiempo de lo que se encuentra mucho más allá de éste. Dos
voces que se alzan juntas hacen un llamamiento al corazón de todos para que se
hagan de un solo latir. Y en ese latir se proclama la unidad del amor y se le
da la bienvenida. ¡Que la paz sea con su relación santa, la cual tiene el poder de conservar intacta la unidad
del Hijo de Dios! Lo que le das a tu hermano es para todos, y todo el mundo se
regocija gracias a tu regalo. No te
olvides de Aquel que te dio los regalos que das, y al no olvidarte de Él,
recordarás a Aquel que le dio los regalos para que Él te los diera a ti.
3.
Es imposible sobrestimar la valía de tu hermano. Solo el ego hace eso, pero
ello solo quiere decir que desea al otro para sí mismo y, por lo tanto, que lo
valora demasiado poco. Lo que goza de incalculable valor obviamente no puede
ser evaluado. ¿Eres consciente del miedo que se produce al intentar juzgar lo
que se encuentra tan fuera del alcance de tu juicio que ni siquiera lo puedes
ver? No juzgues lo que es invisible para ti o, de lo contrario, nunca lo podrás
ver. Más bien, aguarda con paciencia su llegada. Se te concederá poder ver la valía de tu
hermano cuando lo único que le desees sea la paz. Y lo que le desees a él es lo
que recibirás.
4.
¿Cómo podrías estimar la valía de aquel que te ofrece paz? ¿Qué otra cosa podrías desear, salvo lo que te
ofrece? Su valía fue establecida por su Padre, y tú te volverás consciente de
ella cuando recibas el regalo que tu Padre te hace a través de él. Lo que se
encuentra en él brillará con tal fulgor en tu agradecida visión, que simplemente
lo amarás y te regocijarás. No se te ocurrirá juzgarlo, pues, ¿quién puede ver
la faz de Cristo y aun así insistir en que juzgar tiene sentido? Pues esa
insistencia es propia de aquellos que no ven. Puedes elegir ver o juzgar, pero
nunca ambas cosas.
5.
El cuerpo de tu hermano tiene tan poca utilidad para ti como para él. Cuando se
usa únicamente de acuerdo con las enseñanzas del Espíritu Santo, no tiene
función alguna. Pues las mentes no necesitan el cuerpo para comunicarse. La
visión que ve al cuerpo no le es útil al propósito de la relación santa. Y mientras sigas viendo a tu hermano como un
cuerpo, los medios y el fin no estarán en armonía. ¿Por qué se han de necesitar tantos instantes
santos para alcanzar una relación santa cuando con uno solo bastaría? No hay más que uno. El pequeño aliento de
eternidad que atraviesa el tiempo como una luz dorada es solo uno: no ha habido
nada antes ni nada después.
6.
Ves cada instante santo como un punto diferente en el tiempo. Mas es siempre el
mismo instante. Todo lo que alguna vez hubo o habrá en él se encuentra aquí
ahora mismo. El pasado no le resta nada y el futuro no le añadirá nada más. En
el instante santo, entonces, se encuentra todo. En él se encuentra la belleza
de tu relación, con los medios y el fin perfectamente armonizados ya. En él se
te ha ofrecido ya la perfecta fe que algún día habrás de ofrecerle a tu
hermano; en él se ha concedido ya el ilimitado perdón que le concederás; y en
él es visible ya la faz de Cristo que algún día habrás de contemplar.
7.
¿Cómo ibas a poder calcular la valía de quien te ofrece semejante regalo? ¿Cambiarías ese regalo por otro? Ese regalo
restituye las Leyes de Dios nuevamente a tu memoria. Y solo por recordarlas, te olvidas de las
leyes que te mantenían prisionero del dolor y de la muerte. No es éste un
regalo que el cuerpo de tu hermano te pueda ofrecer. El velo que oculta el
regalo, también lo oculta a él. Él es el regalo, sin embargo, no lo sabe. Tú
tampoco lo sabes. Pero ten fe en que Aquel que ve el regalo en ti y en tu
hermano lo ofrecerá y lo recibirá por ustedes dos. Y a través de Su visión lo verás, y a través
de Su entendimiento lo reconocerás y lo amarás como tuyo propio.
8.
Consuélate, y siente cómo el Espíritu Santo cuida de ti con amor y con perfecta
confianza en lo que ve. Él conoce al
Hijo de Dios y comparte la certeza de su Padre de que el universo descansa a
salvo y en paz en sus tiernas manos. Consideremos ahora lo que tiene que
aprender a fin de poder compartir la confianza que su Padre tiene en él. ¿Quién
es él para que el Creador del universo ponga a éste en sus manos, sabiendo que
en ellas está a salvo? Él no se ve a sí mismo tal como su Padre lo conoce. Sin
embargo, es imposible que Dios se equivoque con respecto a dónde deposita Su
confianza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario