La
entrada al arca
1.
Nada puede herirte a no ser que le confieras ese poder. Mas tú confieres poder según las leyes de este
mundo interpretan lo que es dar: que al dar, pierdes. No obstante, no es a ti a quien corresponde
conferir poder a nada. Todo poder es de
Dios; Él lo otorga, y el Espíritu Santo, que sabe que al dar no puedes sino
ganar, lo revive. Él no le confiere
poder alguno al pecado, que, por consiguiente, no tiene ninguno; tampoco le
confiere poder a sus resultados tal como el mundo los ve: la enfermedad, la muerte,
la aflicción y el dolor. Ninguna de estas cosas ha ocurrido porque el Espíritu
Santo no las ve ni le otorga poder a su aparente fuente. Así es como te
mantiene a salvo de ellas. Al no tener
ninguna ilusión acerca de lo que eres, el Espíritu Santo sencillamente pone
todo en Manos de Dios, Quien ya ha dado y recibido todo lo que es verdad. Lo que no es verdad Él ni lo ha recibido ni lo
ha dado.
2.
El pecado no tiene cabida en el Cielo, donde sus resultados serían algo ajeno a
éste y donde ni ellos ni su fuente podrían entrar. Y en esto reside tu
necesidad de no ver pecado en tu hermano.
El Cielo se encuentra en él. Si
ves pecado en él, pierdes de vista el Cielo. Mas contémplalo tal como es, y lo que es tuyo
irradiará desde él hasta ti. Tu salvador te ofrece solo amor, pero lo que
recibes de él depende de ti. Él tiene el
poder de pasar por alto todos tus errores, y en ello reside su propia
salvación. Y lo mismo sucede con la
tuya. La salvación es una lección en dar, tal como el Espíritu Santo la
interpreta. La salvación es el re-despertar
de las Leyes de Dios en mentes que han promulgado otras leyes a las que han
otorgado el poder de poner en vigor lo que Dios no creó.
3.
Tus desquiciadas leyes fueron promulgadas para garantizar que cometieses
errores y que éstos tuvieran poder sobre ti al aceptar sus consecuencias como
tu justo merecido. ¿Qué puede ser esto sino una locura? ¿Y es esto acaso lo que
quieres ver en aquel que te puede salvar de la demencia? Él está tan libre de ello como tú, y en la
libertad que ves en él ves la tuya. Pues la libertad es algo que compartís. Lo que Dios ha dado obedece Sus Leyes y solo
Sus Leyes. Es imposible que aquellos que las obedecen puedan sufrir las
consecuencias de cualquier otra causa.
4.
Los que eligen la libertad experimentarán únicamente sus resultados. Pues el poder del que gozan procede de Dios, y
solo le otorgarán ese poder a lo que Dios ha dado, a fin de compartirlo con
ellos. Nada excepto esto puede
afectarles, pues es lo único que ven, y comparten su poder con ello de acuerdo
con la Voluntad de Dios. Y de esta manera es como se establece y se mantiene
vigente su libertad, la cual prevalece por encima de cualquier tentación de
querer aprisionar a otros o de ser aprisionados. Debes preguntar qué es la libertad a aquellos
que han aprendido lo que es. No le preguntes a un gorrión cómo se eleva el
águila, pues los alicortas no han aceptado para sí mismos el poder que pueden
compartir contigo.
5.
Los que son incapaces de pecar dan tal como han recibido. Ve en tu hermano,
pues, el poder de la impecabilidad y comparte con él el poder de la liberación
del pecado que le concediste. A todo el
que camina por la tierra en aparente soledad se le ha dado un salvador, cuya
función especial aquí es liberarlo, para así liberarse él a sí mismo. En el mundo de la separación se le asigna esa
función a cada uno por separado, aunque todos ellos son uno solo. Pero los que
saben que todos ellos son uno solo no tienen necesidad de salvación. Y cada uno encuentra a su salvador cuando está
listo para contemplar la faz de Cristo y ver que Éste está libre de pecado.
6.
No es éste un plan que tú hayas elaborado, y no tienes que hacer nada, salvo
aprender el papel que se te asignó. Pues
Aquel que conoce todo lo demás se ocupará de ello sin tu ayuda. Pero no pienses que Él no tiene necesidad del
papel que te corresponde desempeñar para que lo asista a Él en lo demás. Pues del desempeño de tu papel depende todo el
plan, y ningún papel está completo sin el tuyo ni tampoco puede lo que es todo
estar completo sin él. Al arca de la paz
se entra de dos en dos. Sin embargo, el comienzo de otro mundo los acompaña. Toda
relación santa tiene que entrar aquí para aprender la función especial que le
corresponde desempeñar en el plan del Espíritu Santo ahora que comparte Su
propósito. Y a medida que ese propósito se alcanza, surge un nuevo mundo en el
que el pecado no tiene cabida, y donde el Hijo de Dios puede entrar sin miedo y
descansar por un rato para olvidar su esclavitud y recordar su libertad. Mas
¿cómo iba a poder entrar a descansar y a recordar si tú no le acompañas? A
menos que estés allí, él no está completo. Y es su compleción lo que él
recuerda allí.
7.
Éste es el propósito que se te encomendó. No pienses que perdonar a tu hermano
beneficia solo a ustedes dos. Pues el nuevo mundo en su totalidad descansa en
las manos de cada dos seres que entren allí a descansar. Y mientras descansan,
la faz de Cristo refulge sobre ellos, y ellos recuerdan las Leyes de Dios,
olvidándose de todo lo demás y anhelando únicamente que Sus Leyes se cumplan
perfectamente en ellos y en todos sus hermanos. ¿Crees que podrías descansar
sin ellos una vez que esto se haya realizado? No podrías dejar ni a uno solo
afuera tal como yo tampoco podría dejarte a ti afuera, y olvidarme así de una
parte de mí mismo.
8.
Tal vez te preguntes cómo vas a poder estar en paz si, mientras estés en el
tiempo, aún queda tanto por hacer antes de que el camino que lleva a la paz
esté libre y despejado. Quizá te parezca
que esto es imposible. Pero pregúntate si es posible que Dios hubiese podido
elaborar un plan para tu salvación que pudiera fracasar. Una vez que aceptes Su
plan como la única función que quieres desempeñar, no habrá nada de lo que el
Espíritu Santo no se haga cargo por ti sin ningún esfuerzo por tu parte. Él irá
delante de ti despejando el camino, y no dejará escollos en los que puedas
tropezar ni obstáculos que pudieran obstruir tu paso. Se te dará todo lo que
necesites. Toda aparente dificultad
simplemente se desvanecerá antes de que llegues a ella. No tienes que
preocuparte por nada, sino, más bien, desentenderte de todo, salvo del único propósito
que quieres alcanzar. De la misma manera en que éste te fue dado, asimismo su
consecución se llevará a cabo por ti. La promesa de Dios se mantendrá firme
contra todo obstáculo, pues descansa sobre la certeza, no sobre la
contingencia. Descansa en ti. ¿Y qué
puede haber que goce de más certeza que un Hijo de Dios?
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