El
templo del Espíritu Santo
1. El significado del Hijo de Dios reside
exclusivamente en la relación que tiene con su Creador. Si residiese en
cualquier otra cosa estaría basado en lo contingente, pero no hay nada más. Y
este hecho es totalmente amoroso y eterno. El Hijo de Dios, no obstante, ha
inventado una relación no santa entre él y su Padre. Su verdadera relación es una de perfecta unión
e ininterrumpida continuidad. La
relación que inventó es parcial, egoísta, fragmentada y llena de temor. La que
su Padre creó se abarca y se extiende totalmente a sí misma. La que él inventó es totalmente auto-destructiva y se limita a sí misma.
2.
Nada puede mostrar mejor este contraste que la experiencia de ambas clases de
relación, la santa y la no santa. La
primera se basa en el amor, y descansa sobre él tranquila y serena. El cuerpo no se inmiscuye en ella en absoluto.
Ninguna relación en la que el cuerpo
forma parte está basada en el amor, sino en la idolatría. El amor desea ser conocido, y completamente
comprendido y compartido. No guarda
secretos ni hay nada que desee mantener aparte y oculto. Camina en la luz, sereno y con los ojos
abiertos, y acoge todo con una sonrisa en sus labios y con una sinceridad tan
pura y tan obvia que no podría interpretarse erróneamente.
3.
Mas los ídolos no comparten. Aceptan,
pero lo que aceptan no es correspondido. Se les puede amar, pero ellos no pueden amar. No
entienden lo que se les ofrece, y cualquier relación en la que entran a formar
parte deja de tener significado. El amor que se les tiene ha hecho que el amor
no tenga significado. Viven en secreto,
detestando la luz del sol, felices, no obstante, en la penumbra del cuerpo,
donde pueden ocultarse y mantener sus secretos ocultos junto con ellos mismos. Y
no tienen relaciones, pues allí no se le da la bienvenida a nadie. No le sonríen a nadie ni ven a los que les
sonríen a ellos.
4.
El amor no tiene templos sombríos donde mantener misterios en la obscuridad,
ocultos de la luz del sol. No va en
busca de poder, sino de relaciones. El cuerpo es el arma predilecta del ego
para obtener poder mediante las relaciones que entabla. Y sus relaciones solo
pueden ser profanas, pues lo que verdaderamente son, él ni siquiera lo ve. Las
desea exclusivamente como ofrendas con las que sus ídolos medran. Todo lo demás
simplemente lo desecha, pues él no le otorga ningún valor a lo que le podría
ofrecer. Al estar desamparado, el ego
trata de acumular tantos cuerpos como pueda para que sirvan de altares para sus
ídolos, y así convertirlos en templos consagrados a sí mismo.
5.
El templo del Espíritu Santo no es un cuerpo, sino una relación. El cuerpo es
una aislada mota de obscuridad; una alcoba secreta y oculta; una diminuta
mancha de misterio que no tiene sentido; un recinto celosamente protegido, pero
que aun así no oculta nada. Aquí es donde la relación no santa se escapa de la
realidad y donde va en busca de migajas para sobrevivir. Ahí quiere arrastrar a
sus hermanos, a fin de mantenerlos atrapados en la idolatría. Ahí se siente a salvo, pues el amor no puede
entrar. El Espíritu Santo no edifica Sus
templos allí donde el amor jamás podría estar. ¿Escogería Aquel que ve la faz de Cristo como
Su hogar el único lugar en el universo donde ésta no se puede ver?
6.
Tú no puedes hacer del cuerpo el templo del Espíritu Santo, y el cuerpo nunca
podrá ser la sede del amor. Es la morada del idólatra y de lo que condena al
amor. Pues ahí el amor se vuelve algo temible y se pierde toda esperanza. Incluso los ídolos que ahí son adorados están
revestidos de misterio y se les mantiene aparte de aquellos que les rinden
culto. Éste es el templo consagrado a la negación de las relaciones y de la
reciprocidad. Ahí se percibe con asombro el “misterio” de la separación y se le
contempla con reverencia. Lo que Dios no dispuso que fuese se mantiene ahí “a
salvo” de Él. Pero de lo que no te das cuenta es de que aquello que temes en tu
hermano y te niegas a ver en él, es lo que hace que Dios te parezca temible y
que no Lo conozcas.
7.
Los idólatras siempre tendrán miedo del amor, pues nada los amenaza tanto como
su proximidad. Deja que el amor se les
acerque y pase por alto el cuerpo, como sin duda hará, y corren despavoridos,
sintiendo cómo empiezan a estremecerse y a tambalearse los cimientos aparentemente
sólidos de su templo. Hermano, tú
tiemblas con ellos. Sin embargo, de lo
que tienes miedo es del heraldo de la libertad. Ese lugar de sombras no es tu
hogar. Tu templo no está en peligro. Ya no eres un idólatra. El propósito del
Espíritu Santo está a salvo en tu relación y no en tu cuerpo. Te has escapado del cuerpo. El cuerpo no
puede entrar allí donde tú estás, pues ahí es donde el Espíritu Santo ha
establecido Su templo.
8.
Las relaciones no admiten grados. O son o no son. Una relación no santa no es
una relación. Es un estado de aislamiento que aparenta ser lo que no es. Eso es
todo. En el instante en que pareció posible que la idea descabellada de hacer
que tu relación con Dios fuese profana, todas tus relaciones dejaron de tener
significado. En ese instante profano nació el tiempo, y se concibieron los
cuerpos para albergar esa idea descabellada y conferirle la ilusión de
realidad. Y así, pareció tener un hogar que duraba por un cierto período de
tiempo, para luego desaparecer del todo. Pues ¿qué otra cosa sino un fugaz
instante podría dar albergue a esa loca idea que se opone a la realidad?
9.
Los ídolos desaparecerán y no quedará rastro de ellos tras su partida. El instante profano de su aparente poder es
tan frágil como un copo de nieve, pero sin su belleza. ¿Es éste el substituto
que deseas en lugar de la eterna bendición del instante santo y su ilimitada
beneficencia? ¿Es la malevolencia de la
relación no santa, tan aparentemente poderosa y mal comprendida, y tan
revestida de una falsa atracción lo que prefieres en lugar del instante santo,
que te ofrece entendimiento y paz? Deja
a un lado el cuerpo entonces, y elevándote al encuentro de lo que realmente
deseas, trasciéndelo serenamente. Y
desde Su templo santo, no mires atrás a aquello de lo que has despertado. Pues
no hay ilusiones que puedan resultarle atractivas a la mente que las ha
trascendido y dejado atrás.
10.
La relación santa refleja la verdadera relación que el Hijo de Dios tiene con
su Padre en la realidad. El Espíritu Santo mora dentro de ella con la certeza
de que es eterna. Sus firmes cimientos están eternamente sostenidos por la
verdad, y el amor brilla sobre ella con la dulce sonrisa y tierna bendición que
ofrece a lo que es suyo. Aquí el
instante no santo se intercambia gustosamente por uno santo y de absoluta
reciprocidad. He aquí tiernamente
despejado el camino que conduce a las verdaderas relaciones, por el que tú y tu
hermano camináis juntos dejando atrás el cuerpo felizmente para descansar en
los Eternos Brazos de Dios. Los Brazos del Amor están abiertos para recibirte y
brindarte paz eterna.
11.
El cuerpo es el ídolo del ego, la creencia en el pecado hecha carne y luego
proyectada afuera. Esto produce lo que parece ser una muralla de carne
alrededor de la mente, que la mantiene prisionera en un diminuto confín de
espacio y tiempo hasta que llegue la muerte, y disponiendo de solo un instante
en el que suspirar, sufrir y morir en honor de su amo. Y este instante no santo
es lo que parece ser la vida: un instante de desesperación, un pequeño islote
de arena seca, desprovisto de agua y sepultado en el olvido. Aquí se detiene brevemente el Hijo de Dios
para hacer su ofrenda a los ídolos de la muerte y luego fallecer. Sin embargo, aquí está más muerto que vivo. No obstante, es aquí también donde vuelve a
elegir entre la idolatría y el amor. Aquí se le da a escoger entre pasar dicho
instante rindiéndole culto al cuerpo o permitir que se le libere de él. Aquí
puede aceptar el instante santo que se le ofrece como substituto del instante
no santo que antes había elegido. Y aquí
puede finalmente darse cuenta de que las relaciones son su salvación y no su
ruina.
12.
Tú que estás aprendiendo esto puede que aún tengas miedo, pero no estás
inmovilizado. El instante santo tiene ahora para ti mucho más valor que su
aparente contrapartida, y te has dado cuenta de que realmente solo deseas uno
de ellos. Este no es un período de tristeza. Tal vez de confusión, pero no de
desaliento. Tienes una verdadera relación,
la cual tiene significado. Es tan
similar a tu verdadera relación con Dios, como lo son entre sí todas las cosas
que gozan de igualdad. La idolatría
pertenece al pasado y no tiene significado. Quizá aún le tienes un poco de miedo a tu
hermano; quizá te acompaña todavía una sombra del temor a Dios. Mas ¿qué
importancia tiene eso para aquellos a quienes se les ha concedido tener una
verdadera relación que trasciende el cuerpo? ¿Y se les podría privar por mucho
más tiempo de contemplar la faz de Cristo? ¿Y podrían ellos seguir privándose a
sí mismos del recuerdo de la relación que tienen con su Padre y mantener la
memoria de Su Amor fuera de su conciencia?
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