El círculo de la
Expiación
1. La única parte de tu mente que es real es la parte que aún te vincula
con Dios. ¿Te gustaría que toda ella fuese transformada en un radiante mensaje
del Amor de Dios para ser compartido con todos los que se sienten solos por
haber negado a Dios? Dios hace que esto
sea posible. ¿Cómo ibas a negarle Su
anhelo de que se Le conozca? Tú anhelas
estar con Él, tal como Él anhela estar contigo. Esto es eternamente inalterable.
Acepta, pues, lo inmutable. Deja el
mundo de la muerte atrás y regresa al Cielo en paz. Aquí no hay nada que tenga
valor; todo lo que tiene valor se encuentra en el Cielo. Escucha al Espíritu Santo,
y a Dios a través de Él. Él te habla de
ti. No hay culpabilidad en ti, pues Dios
se encuentra bendecido en Su Hijo, tal como el Hijo se encuentra bendecido en
el Padre.
2. Todo el mundo tiene un papel especial en la Expiación, pero el
mensaje que se le da a cada uno de ellos es siempre el mismo: El Hijo de Dios
es inocente. Cada uno enseña este
mensaje de modo diferente y lo aprende de modo diferente. Pero hasta que no lo enseñe y lo aprenda,
tendrá la vaga conciencia de que no está llevando a cabo su verdadera función y
no podrá por menos que sufrir por ello. La carga de la culpa es pesada, pero
Dios no quiere que sigas atado a ella. Su plan para tu despertar es tan perfecto como
el tuyo es falible. Tú no sabes lo que haces, pero Aquel que sabe está contigo.
Tuya es Su dulzura, y todo el amor que
compartes con Dios Él lo ha salvaguardado para ti. Él solo quiere enseñarte a
ser feliz.
3. ¡Bendito Hijo de un Padre que bendice sin reservas, el júbilo fue
creado para ti! ¿Quién puede condenar a
quien Dios ha bendecido? No hay nada en
la Mente de Dios que no comparta Su radiante Inocencia. La Creación es la extensión natural de la
perfecta pureza. Tu único oficio aquí es
dedicarte plenamente, y de buena voluntad, a la negación de todas las manifestaciones
de la culpabilidad. Acusar es no
entender. Los felices aprendices de la Expiación se convierten en los maestros
de la inocencia, la cual es el derecho de todo lo que Dios creó. No les niegues
lo que les corresponde, pues no se lo estarías negando sólo a ellos.
4. El Hijo de Dios tiene derecho a heredar el Reino, el cual se le dio
en su creación. No trates de robárselo,
pues estarás buscándote culpabilidad y no podrás sino experimentarla. Protege su pureza contra cada pensamiento que
quisiera robársela y ocultarla de sus ojos. Lleva la inocencia a la luz, en
respuesta a la llamada de la Expiación. Nunca permitas que la pureza permanezca
oculta, sino que, por el contrario, descorre con tu luz los pesados velos de
culpabilidad tras los cuales el Hijo de Dios se ha ocultado a sí mismo de sus
propios ojos.
5. Aquí todos estamos unidos en la Expiación, y no hay nada más en
este mundo que pueda unirnos. Así es
como desaparecerá el mundo de la separación y como se restablecerá la plena comunicación
entre Padre e Hijo. El milagro reconoce la inocencia que tiene que haberse
negado para que se haya producido la necesidad de curación. No niegues este
jubiloso reconocimiento, pues toda esperanza de felicidad y de liberación de
cualquier tipo de sufrimiento reside en él. ¿Hay alguien que no desee liberarse del dolor?
Tal vez no haya aprendido todavía cómo intercambiar la culpabilidad por la
inocencia ni se haya dado cuenta de que sólo mediante este intercambio se puede
liberar del dolor. Aun así, aquellos que
no lo han aprendido necesitan que se les enseñe, no que se les ataque. Atacar a los que necesitan que se les enseñe
es perder la oportunidad de poder aprender de ellos.
6. Los maestros de la inocencia, cada uno a su manera, se han unido
para desempeñar el papel que les corresponde en el programa de estudios
unificado de la Expiación. Aparte de este programa, no hay nada más que tenga
un objetivo de enseñanza unificado. En
este programa de estudios no hay conflictos, pues sólo tiene un objetivo, no
importa cómo se enseñe. Todo esfuerzo que se haga en su favor se le ofrece a la
eterna Gloria de Dios y de Su Creación con el solo propósito de liberar de la culpa.
Y cada enseñanza que apunte en esa dirección apunta directamente al Cielo y a
la Paz de Dios. No hay dolor, pruebas o
miedo que esta enseñanza no pueda vencer. El Poder de Dios Mismo la apoya y garantiza
sus resultados ilimitados.
7. Une tus esfuerzos al Poder que no puede fracasar y solo puede
conducir a la paz. No hay nadie a quien
una enseñanza como ésta no le conmueva. No te sentirás excluido del Poder de
Dios si te dedicas a enseñar sólo esto. No estarás exento de los efectos de esta santísima
lección, que solo se propone restablecer lo que constituye el derecho de la
Creación de Dios. Todo aquel a quien liberes de la culpa te mostrará tu
inocencia. El círculo de la Expiación no tiene fin. Y con cada hermano que incluyas dentro de los
confines de seguridad y perfecta paz de dicho círculo, tu confianza de que
estás incluido y a salvo dentro del mismo aumentará.
8. ¡Que la paz sea, pues, con todos los que se convierten en maestros
de paz! Pues la paz es el reconocimiento de la pureza perfecta de la que nadie
está excluido. Dentro de su santo
círculo se encuentran todos los que Dios creó como Su Hijo. El júbilo es su atributo unificador, y no deja
a nadie afuera solo, sufriendo el dolor de la culpa. El Poder de Dios atrae a todos hacia la
seguridad que ofrece su regazo de amor y unión. Ocupa quedamente tu puesto
dentro del círculo, y atrae a todas las mentes torturadas para que se unan a ti
en la seguridad de su paz y santidad. Mora a mi lado dentro de él como maestro de la
Expiación y no de la culpabilidad.
9. Bendito seas tú que enseñas esto conmigo. Nuestro poder no emana de nosotros, sino de
nuestro Padre. En inocencia Lo conocemos, tal como Él nos conoce inocentes. Yo estoy dentro del círculo, exhortándote a
que vengas a la paz. Enseña paz conmigo
y álzate junto a mí en tierra santa. Recuerda por todos el poder que el Padre les
ha otorgado. No pienses que no puedes
enseñar Su perfecta paz. No te quedes fuera,
sino únete a mí dentro. No dejes de cumplir el único propósito al que mi enseñanza
te exhorta. Devuélvele a Dios Su Hijo tal como Él lo creó, enseñándole que es
inocente.
10. La crucifixión no desempeñó ningún papel en la Expiación. Fue la resurrección la que lo hizo y ésa fue
mi contribución. La resurrección es el
símbolo de la liberación de la culpa por medio de la inocencia. Tú
crucificarías a todo aquel a quien percibes como culpable. Mas le devuelves la
inocencia a todo aquel a quien consideres inocente. La crucifixión es siempre la meta del ego, que considera a todo el mundo culpable, y
mediante su condenación procura matar.
El Espíritu Santo solo ve inocencia, y mediante Su dulzura desea
liberarte del miedo y restablecer el Reino del Amor. El poder del amor reside en Su dulzura, que es
de Dios y, por lo tanto, no puede crucificar ni ser crucificada. El templo que restauras se convierte en tu
altar, pues fue reconstruido a través de ti. Todo lo que le das a Dios es tuyo.
Así es como Él crea y así es como tú
debes restaurar.
11. A todo aquel que ves, o bien lo ubicas dentro del santo círculo de
la Expiación o bien lo dejas fuera, juzgándolo como que merece ser redimido o
crucificado. Si lo incluyes dentro del
círculo de pureza, descansarás allí con él. Si lo excluyes, te quedas afuera con él. No juzgues, excepto desde una quietud que no
emana de ti. Niégate a aceptar que alguien pueda estar exento de la bendición
de la Expiación y condúcelo a ésta bendiciéndolo. La santidad tiene que ser compartida, pues en
ello radica todo lo que la hace santa. Ven gustosamente al santo círculo y contempla
en paz a todos los que creen estar excluidos. No excluyas a nadie del círculo porque en él
se encuentra lo que tu hermano y tú están buscando. Ven, unámonos a él en el santo lugar de paz en
el que nos corresponde estar a todos, unidos cual uno solo dentro de la Causa
de la Paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario