Cómo recordar a Dios
1. Los milagros son simplemente
la transformación de la negación en verdad. Si amarse uno a sí mismo significa
curarse uno a sí mismo, los que están enfermos no se aman a sí mismos. Por lo
tanto, están pidiendo el amor que los podría sanar, pero que se están negando a
sí mismos. Si supieran la verdad acerca de sí mismos no podrían estar enfermos.
La tarea del obrador de milagros es, por lo tanto, negar la negación de la
verdad. Los enfermos deben curarse a sí
mismos, pues la verdad mora en ellos. Mas al haberla nublado, la luz de otra mente
necesita brillar sobre la suya porque dicha luz es suya.
2. La luz brilla en todos ellos
con igual intensidad independientemente de cuán densa sea la niebla que la
oculta. Si no le otorgas a la niebla ningún poder para ocultar la luz, no tiene
ninguno. Pues solo tiene poder si el
Hijo de Dios se lo confiere. Y debe ser
él mismo quien le retire ese poder, recordando que todo poder es de Dios. Tú puedes recordar esto por toda la Filiación.
No permitas que tu hermano se olvide,
pues su olvido es también el tuyo. Pero
cuando tú lo recuerdas, lo estás recordando por él también porque a Dios no se
le recuerda solo. Esto es lo que has
olvidado. Percibir la curación de tu
hermano como tu propia curación es, por lo tanto, la manera de recordar a Dios.
Pues te olvidaste de tus hermanos y de
Dios, y la Respuesta de Dios a tu olvido es la manera de recordar.
3. No percibas en la enfermedad
más que una súplica de amor, y ofrécele a tu hermano lo que él cree que no se
puede ofrecer a sí mismo. Sea cuál sea la enfermedad, no hay más que un
remedio. Alcanzarás la plenitud a medida que restaures la plenitud de otros,
pues percibir en la enfermedad una petición de salud es reconocer en el odio
una súplica de amor. Y dar a un hermano lo que realmente desea es ofrecértelo a
ti mismo, ya que tu Padre dispone que comprendas que tu hermano y tú sois lo
mismo. Concédele su petición de amor y
la tuya quedará concedida. La curación es el amor de Cristo por Su Padre y por
Sí Mismo.
4. Recuerda lo que dijimos acerca
de las percepciones atemorizantes que tienen los niños pequeños, las cuales son
aterradoras para ellos porque no las entienden. Si piden iluminación y la aceptan,
sus miedos se desvanecen. Pero si
ocultan sus pesadillas, las conservan. Es fácil ayudar a un niño inseguro, ya que
reconoce que no entiende el significado de sus percepciones. Tú, sin embargo,
crees que entiendes el significado de las tuyas. Criatura de Dios, estás
ocultando tu cabeza bajo unas pesadas mantas que tú mismo te has echado encima.
Y ocultas tus pesadillas en la obscuridad de tu falsa certeza y te niegas a
abrir los ojos y a mirarlas de frente.
5. No nos quedemos con las
pesadillas, pues no son ofrendas dignas de Cristo y, por lo tanto, no son
regalos dignos de ti. Quítate las mantas
de encima y hazle frente a lo que te da miedo. Solo lo que tú te imaginas que
ello pueda ser es lo que te da miedo, pues la realidad de lo que no es nada no
puede dar miedo. No demoremos esto, pues el sueño de odio no se apartará de ti
a menos que tengas ayuda, y la Ayuda ya está aquí. Aprende a mantenerte sereno
en medio de la agitación, pues la quietud supone el final de la lucha y en esto
consiste la jornada a la paz. Mira de frente cada imagen que surja para
demorarte, pues el logro del objetivo es inevitable debido a que es eterno.
Tener al amor por objetivo es algo a lo que tienes derecho, y ello es así a
pesar de tus sueños.
6. Todavía quieres lo que Dios
dispone, y ninguna pesadilla puede impedir que un Hijo de Dios logre su
propósito. Pues tu propósito te fue dado
por Dios y no puedes sino cumplirlo, ya que ésa es Su Voluntad. Despierta y
recuerda tu propósito, ya que es tu voluntad recordarlo. Lo que ya se ha llevado a cabo por ti tiene
que ser tuyo. No permitas que tu odio
obstruya el camino del amor, pues no hay nada que pueda resistirse al amor que
Cristo le profesa a Su Padre o al amor que Su Padre le profesa a Él.
7. Dentro de poco me verás, pues
yo no estoy oculto porque tú te estés ocultando. Es tan seguro que te despertaré como que me
desperté a mí mismo porque desperté por ti. En mi resurrección radica tu liberación. Nuestra misión es escapar de la crucifixión,
no de la redención. Confía en mi ayuda,
pues yo no caminé solo, y caminaré contigo de la misma manera en que nuestro
Padre caminó conmigo. ¿No sabías que caminé con Él en paz? ¿Y no significa eso
que la paz nos acompaña durante toda la jornada?
8. En el amor perfecto no hay
miedo. No haremos otra cosa que
mostrarte la perfección de lo que ya es perfecto en ti. No tienes miedo de lo desconocido, sino de lo
conocido. No fracasarás en tu misión porque yo no fracasé en la mía. En nombre
de la absoluta confianza que tengo en ti, confía en mí aunque solo sea un poco,
y alcanzaremos fácilmente la meta de perfección juntos. Pues la perfección
simplemente es y no puede ser negada. Negar la negación de lo perfecto no es tan
difícil como negar la verdad, y creerás en lo que podemos realizar juntos
cuando lo veas realizado.
9. Tú que has tratado de desterrar el amor no has
podido lograrlo, pero tú que eliges desterrar el miedo no podrás por menos que
triunfar. El Señor está contigo, pero tú no lo sabes. Sin embargo, tu Redentor vive, y mora en ti en
la paz de la cual Él fue creado. ¿No te
gustaría intercambiar tu conciencia de miedo por ésta? Cuando hayamos superado el miedo—no
ocultándolo ni restándole importancia; ni negando en modo alguno su impacto—esto
es lo que realmente verás. No puedes dejar a un lado los obstáculos a la
verdadera visión a menos que primero los observes, ya que dejarlos a un lado
significa que has juzgado contra ellos. Si los examinas, el Espíritu Santo los juzgará,
y los juzgará correctamente. Sin embargo, Él no puede eliminar con Su luz lo
que tú mantienes oculto, pues no se lo has ofrecido y Él no puede quitártelo.
10. Nos estamos embarcando, por
lo tanto, en un programa muy bien organizado, debidamente estructurado y cuidadosamente
planeado que tiene por objeto aprender a entregarle al Espíritu Santo todo
aquello que no desees. Él sabe qué hacer
con ello. Tú, sin embargo, no sabes cómo
valerte de Su conocimiento. Cualquier
cosa que se Le entregue que no sea de Dios, desaparece. No obstante, tienes que
estar completamente dispuesto a examinar eso que Le entregas, ya que de otro
modo Su conocimiento no te servirá de nada. Él jamás dejará de prestarte ayuda, pues
prestar ayuda es Su único propósito. ¿No es cierto acaso que tienes más razones
para temer al mundo tal como lo percibes, que para mirar a la causa del miedo y
abandonarla para siempre?
No hay comentarios:
Publicar un comentario