El reconocimiento
del Espíritu
1. O bien ves la carne o bien
reconoces el Espíritu. En esto no hay términos medios. Si uno de ellos es real,
el otro no puede sino ser falso, pues lo que es real niega a su opuesto. La
visión no ofrece otra opción que ésta. Lo que decides al respecto determina
todo lo que ves y crees real, así como todo lo que consideras que es verdad. De
esta elección depende todo tu mundo, pues mediante ella estableces en tu propio
sistema de creencias lo que eres: carne o Espíritu. Si eliges ser carne jamás
podrás liberarte de la creencia de que el cuerpo es tu realidad, puesto que tu
decisión reflejará que eso es lo que quieres. Pero si eliges el Espíritu, el
Cielo mismo se inclinará para tocar tus ojos y bendecir tu santa visión a fin
de que no veas más el mundo de la carne, salvo para sanar, consolar y bendecir.
2. La salvación es un des-hacer. Si eliges ver el cuerpo, ves un mundo
de separación, de cosas inconexas y de sucesos que no tienen ningún sentido. Alguien
aparece y luego desaparece al morir; otro es condenado al sufrimiento y a la
pérdida. Y nadie es exactamente como era un instante antes ni será el mismo un
instante después. ¿Qué confianza se puede tener ahí donde se percibe tanto cambio?
¿Y qué valía puede tener quien no es más que polvo? La salvación es el proceso
que des-hace todo esto. Pues la constancia es lo que ven aquellos cuyos ojos la
salvación ha liberado de tener que contemplar el costo que supone conservar la
culpa, ya que en lugar de ello eligieron abandonarla.
3. La salvación no te pide que contemples el Espíritu y no percibas el
cuerpo. Simplemente te pide que ésa sea tu elección. Pues puedes ver el cuerpo
sin ayuda, pero no sabes cómo contemplar otro mundo aparte de él. Tu mundo es
lo que la salvación habrá de des-hacer, permitiéndote así ver otro que tus ojos
jamás habrían podido encontrar. Cómo va a lograrse esto no es algo que deba
preocuparte. No comprendes cómo apareció ante ti lo que ves, pues si lo comprendieras,
desaparecería. El velo de ignorancia está corrido igualmente sobre lo bueno que
sobre lo malo, y se tiene que traspasar para que ambas cosas puedan desaparecer
a fin de que la percepción no encuentre ningún lugar donde ocultarse. ¿Cómo se
puede hacer esto? No se puede hacer en absoluto. Pues ¿qué podría aún quedar
por hacer en el universo que Dios creó?
4. Solo la arrogancia podría hacerte pensar que tienes que allanar el
camino que conduce al Cielo. Se te han proporcionado los medios para que puedas
ver el mundo que reemplazará al que inventaste. ¡Hágase tu voluntad! Esto es
verdad para siempre tanto en el Cielo como en la tierra, independientemente de
dónde creas estar o de lo que creas que la verdad acerca de ti mismo debe
realmente ser. Independientemente también de lo que contemples y de lo que elijas
sentir, pensar o desear. Pues Dios Mismo ha dicho: “Hágase tu voluntad”. Y, por
consiguiente, se hace.
5. Tú que crees que puedes ver al Hijo de Dios como quisieras que
fuese, no olvides que ningún concepto que abrigues de ti mismo puede oponerse a
la verdad de lo que eres. Erradicar la verdad es imposible. Pero cambiar de
conceptos no es difícil. Una sola visión que se vea claramente y que no se
ajuste a la imagen que antes se percibía, hará que el mundo sea diferente para
los ojos que han aprendido a ver porque el concepto del yo habrá cambiado.
6. ¿Eres invulnerable? Entonces el mundo te parece un lugar
inofensivo. ¿Perdonas? Entonces el mundo es misericordioso, pues le has
perdonado sus ofensas, de modo que te contempla tal como tú lo contemplas a él.
¿Eres un cuerpo? Entonces ves en cada hermano un traidor, listo para matar. ¿Eres
Espíritu, inmortal y sin la más mínima posibilidad de corrupción ni mancha
alguna de pecado sobre ti? Entonces ves estabilidad en el mundo, pues ahora es
absolutamente digno de toda tu confianza: un lugar feliz en donde descansar por
un tiempo, en donde no hay nada que temer, sino solo amar. ¿Le negarían los
puros de corazón la bienvenida a alguien? ¿Y qué podría herir a los que son
verdaderamente inocentes?
7. ¡Hágase tu voluntad, santa Criatura de Dios! No importa si crees estar en el Cielo o en la
tierra. Lo que la Voluntad de tu Padre ha dispuesto para ti jamás ha de
cambiar. La verdad en ti permanece tan radiante como una estrella, tan pura
como la Luz, tan inocente como el Amor Mismo. Y eres digno de que se haga tu
voluntad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario