La verdad que
yace tras las ilusiones
1. Atacarás lo que no te satisfaga y, así, no te darás cuenta de que
fuiste tú mismo quien lo inventó. Tu batalla es siempre con las ilusiones. Pues
la verdad que yace tras ellas es tan hermosa y tan serena en su amorosa
dulzura, que si fueras consciente de ella te olvidarías por completo de tus
defensas y te apresurarías a echarte en sus brazos. La verdad jamás puede ser
atacada. Y sabías esto cuando inventaste los ídolos. Los concebiste
precisamente para olvidarte de este hecho. Lo único que atacas son las ideas
falsas, nunca las verdaderas. Los ídolos son todas las ideas que concebiste
para llenar la brecha que crees se formó entre lo que es verdad y tú. Y las
atacas por lo que crees que representan. Pero lo que yace tras ellas no puede
ser atacado.
2. Los dioses que inventaste—opresores e incapaces de satisfacerte—son
como juguetes infantiles descomunales. Un niño se asusta cuando una cabeza de
madera salta de una caja de resorte al ésta abrirse repentinamente o cuando un
oso de peluche, suave y silencioso, emite sonidos cuando lo aprieta. Las reglas
que había establecido para las cajas de resorte y para los osos de peluche le
han fallado y le han hecho perder el “control” de lo que le rodea. Ahora tiene
miedo, pues pensó que las reglas lo protegían. Ahora tiene que aprender que las
cajas y los osos no lo engañaron ni violaron ninguna regla, y que lo ocurrido
no quiere decir que su mundo se haya vuelto caótico y peligroso. Es él quien estaba equivocado. No sabía qué era lo
que lo mantenía a salvo y pensó que lo había abandonado.
3. La inexistente brecha se encuentra repleta de juguetes de
innumerables formas. Cada uno parece violar las reglas que estableciste para
él. Sin embargo, ninguno de ellos fue jamás lo que tú pensabas que era. Y así,
no pueden sino dar la impresión de que violan las reglas de seguridad que
estableciste, toda vez que éstas son falsas. Mas tú no estás en peligro. Puedes
reírte de los muñecos que saltan de cajas de resorte y de los juguetes que
emiten sonidos, de la misma manera en que lo hace el niño que ya ha aprendido
que no suponen ningún peligro para él. Sin embargo, mientras le guste jugar con
ellos, seguirá percibiéndolos como si respetaran las reglas que él estableció
para su propio deleite. Por lo tanto, todavía habrá reglas que dichos juguetes
parecerán violar y, consecuentemente, se asustará. Mas ¿está realmente a merced
de sus juguetes? ¿Y pueden éstos realmente suponer una amenaza para él?
4. La realidad obedece las Leyes de Dios y no las reglas que tú
estableces. Son Sus Leyes las que garantizan tu seguridad. Las ilusiones que
creas con respecto a ti mismo no obedecen ninguna ley. Parecen danzar por un
rato, al compás de las leyes que promulgaste para ellas. Mas luego se desploman
para no levantarse más. No son más que juguetes, hijo mío, de modo que no lamentes
su pérdida. Su danza jamás te brindó felicidad alguna, pero tampoco eran cosas
que pudieran asustarte o mantenerte a salvo si respetaban tus reglas. Las
ilusiones no deben ni apreciarse ni atacarse, sino que simplemente se deben
considerar como juguetes infantiles, sin ningún significado intrínseco. Ve
significado en una sola de ellas y lo verás en todas ellas. No veas significado en ninguna, y no podrán
afectarte en absoluto.
5. Las apariencias engañan precisamente porque son apariencias y no la
realidad. No les prestes atención sea cual sea la forma que adopten. Lo único
que hacen es distorsionar la realidad y producir temor, debido a que ocultan la
verdad. No ataques lo que tú mismo hiciste a fin de ser engañado, pues eso
demostraría que has sido engañado. El ataque tiene el poder de hacer que las
ilusiones parezcan reales. Mas en realidad no hace nada. ¿Quién podría tener
miedo de un poder que no tiene efectos reales? ¿Qué podría ser dicho poder sino
una ilusión que hace que las cosas parezcan ser como él mismo? Observa
calmadamente sus juguetes y comprende que no son más que ídolos que no hacen
sino danzar al compás de vanos deseos. No los veneres, pues no existen. Cuando
atacas, no obstante, te olvidas de esto. El Hijo de Dios no necesita defenderse
de sus sueños. Sus ídolos no suponen ninguna amenaza para él. El único error
que comete es creer que son reales. Mas ¿hay algo que las ilusiones puedan
lograr?
6. Lo único que las apariencias pueden hacer es engañar a la mente que
desea ser engañada. Pero tú puedes tomar una decisión muy simple que te situará
por siempre más allá del engaño. No te preocupes por cómo se va a lograr esto,
pues eso no es algo que puedas entender. Pero sí verás los grandes cambios que
se producirán de inmediato una vez que hayas tomado esta simple decisión: que
no deseas lo que crees que un ídolo te puede dar. Pues así es como el Hijo de
Dios declara que se ha liberado de todos ellos. Y, por lo tanto, es libre.
7. ¡Qué paradójica es la salvación! ¿Qué otra cosa podría ser, sino un
sueño feliz? Lo único que te pide es que perdones todas las cosas que nadie
jamás hizo nunca, que pases por alto lo que no existe y que no veas lo ilusorio
como si fuera real. Se te pide únicamente que permitas que se haga tu voluntad
y que dejes de buscar las cosas que ya no deseas. Y se te pide también que permitas que se te
libere de los sueños de lo que nunca fuiste y desistas de tu empeño en querer
substituir la Voluntad de Dios por la fuerza de los deseos vanos.
8. Llegado este punto, el sueño de separación empieza a desvanecerse y
a desaparecer. Pues aquí la brecha inexistente comienza a percibirse libre de
los juguetes de terror que tú inventaste. Esto es lo único que se te pide.
Alégrate en verdad de que la salvación no pida mucho, sino de que pida tan
poco. En realidad no pide nada. Y aun en las ilusiones solo pide que el perdón
sea el substituto del miedo. Ésa es la única regla para tener sueños felices. La
brecha se vacía de todos los juguetes de temor, poniéndose así de manifiesto su
irrealidad. Los sueños no sirven para nada y el Hijo de Dios ya no tiene
necesidad de ellos. No le ofrecen ni una sola cosa que él pudiera alguna vez
desear. El Hijo de Dios se libera de las ilusiones por su propia voluntad y
simplemente es restaurado a lo que es. ¿Qué podría ser el plan de Dios para su
salvación sino un medio para darse a Sí Mismo Su Hijo?
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