La callada
respuesta
1. En la quietud todas las cosas reciben respuesta y todo problema
queda resuelto serenamente. Pero en medio del conflicto no puede haber respuesta
ni se puede resolver nada, pues su propósito es asegurarse de que no haya
solución y de que ninguna respuesta sea simple. Ningún problema puede
resolverse dentro del conflicto, pues se le ve de diferentes maneras. Y lo que
sería una solución desde un punto de vista, no lo es desde otro. Tú estás en
conflicto. Por lo tanto, es evidente que no puedes resolver nada en absoluto,
pues los efectos del conflicto no son parciales. No obstante, si Dios dio una
solución, de alguna manera tus problemas tienen que haberse resuelto, pues lo
que Su Voluntad dispone ya se ha hecho.
2. Por eso es por lo que el tiempo no está involucrado en la solución
de ningún problema, ya que cualquiera de ellos se puede resolver ahora mismo. Y
por eso es también por lo que, en tu estado mental, ninguna solución es
posible. Dios tiene que haberte dado, por lo tanto, una manera de alcanzar otro
estado mental en el que se encuentra la solución. Tal es el instante santo. Ahí
es donde debes llevar y dejar todos tus problemas. Ahí es donde les corresponde
estar, pues ahí se encuentra su solución. Y si su solución se encuentra ahí, el
problema tiene que ser simple y fácil de resolver. No tiene objeto tratar de
resolver un problema donde es imposible que se encuentre su solución. Mas es
igualmente seguro que se resolverá si se lleva donde ésta se encuentra.
3. No intentes resolver ningún problema excepto desde la seguridad del
instante santo. Pues ahí el problema tiene solución y queda resuelto. Fuera de
él no habrá solución, pues fuera de él no puede hallarse respuesta alguna. No
hay lugar fuera de él donde jamás se pueda plantear ni una sola pregunta
sencilla. El mundo solo puede hacer preguntas que se componen de dos partes.
Una pregunta con muchas respuestas no tiene respuesta. Ninguna de ellas sería
válida. El mundo no hace preguntas con la intención de que sean contestadas,
sino solo para reiterar su propio punto de vista.
4. Las preguntas que se hacen
en este mundo no son realmente preguntas, sino solo una manera de ver las
cosas. Ninguna pregunta que se haga con odio puede ser contestada porque de por
sí ya es una respuesta. Una pregunta que
se compone de dos partes, pregunta y responde simultáneamente, y ambas cosas
dan testimonio de lo mismo aunque de forma diferente. El mundo tan solo hace
una pregunta y es ésta: “De todas estas ilusiones, ¿cuál es verdad? ¿Cuáles proclaman
paz y ofrecen dicha? ¿Y cuál puede ayudarte a escapar de todo el dolor del que
este mundo está hecho?” Independientemente
de la forma que adopte la pregunta, su propósito es siempre el mismo: pregunta solo
para establecer que el pecado es real y responde en forma de preferencias.
“¿Qué pecado prefieres? Éste es el que debes elegir. Los otros no son verdad. ¿Qué
quieres que el cuerpo obtenga para ti que tú deseas por encima de todo? Él es tu
siervo y también tu amigo. Dile simplemente lo que quieres y te servirá amorosa
y diligentemente.” Esto no es una pregunta, pues te dice lo que quieres y a
donde debes ir para encontrarlo. No da lugar a que sus creencias se puedan
poner en tela de juicio. Lo único que hace es exponer lo que afirma en forma de
pregunta.
5. Una pseudopregunta carece de respuesta, pues dicta la respuesta al
mismo tiempo que hace la pregunta. Toda pregunta que se hace en el mundo es,
por lo tanto, una forma de propaganda a favor de él. Y así como los testigos
del cuerpo son sus propios sentidos, así también las respuestas a las preguntas
que el mundo plantea están implícitas en las preguntas que hace. Cuando la
respuesta es lo mismo que la pregunta, no aporta nada nuevo ni se aprende nada
de ella. Una pregunta honesta es un medio de aprendizaje que inquiere sobre
algo que tú desconoces. No establece los parámetros a los que se debe ajustar
la respuesta, sino que simplemente pregunta cuál es la respuesta. Mas nadie que
se encuentre en un estado conflictivo es libre de hacer esta clase de pregunta,
pues no desea una respuesta honesta que ponga fin a su conflicto.
6. Solo dentro del instante santo se puede plantear honestamente una
pregunta honesta. Y del significado de la pregunta se derivará todo el
significado que pueda tener la respuesta. Es posible entonces separar tus
deseos de la respuesta, para que ésta se te pueda dar y también para que la
puedas aceptar. La respuesta se ofrece por doquier. Mas solo se puede oír en el
instante santo. Una respuesta honesta no exige sacrificios porque solo contesta
preguntas verdaderas. Las preguntas que hace el mundo tan solo quieren saber a
quién se le debe exigir sacrificio y no si el sacrificio tiene sentido o no. Y
así, a menos que la respuesta indique “a quién se le debe exigir el
sacrificio”, no se reconocerá ni será escuchada, y de este modo la pregunta
seguirá en pie, ya que se contestó a sí misma. El instante santo es aquel en el
que la mente está lo suficientemente serena para poder escuchar una respuesta
que no está implícita en la pregunta; una que ofrece algo nuevo y distinto. ¿Cómo
iba a poderse contestar una pregunta que no hace sino repetirse a sí misma?
7. No trates, por lo tanto, de solventar problemas en un mundo del que
se ha excluido la solución. Lleva más bien el problema al único lugar en el que
se halla la respuesta y en el que se te ofrece amorosamente. En él se
encuentran las respuestas que solventarán tus problemas, pues no forman parte
de ellos y toman en cuenta lo que puede ser contestado: lo que la pregunta
realmente es. Las respuestas que el mundo ofrece no hacen sino suscitar otra
pregunta, si bien dejan la primera sin contestar. En el instante santo puedes
llevar la pregunta a la respuesta y recibir la respuesta que fue formulada
expresamente para ti.
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