El fin de la
injusticia
1. ¿Qué es, entonces, lo que aún hay que des-hacer para que puedas darte
cuenta de Su Presencia? Solamente esto: la distinción que todavía haces con
respecto a cuándo está justificado atacar y cuándo es injusto y no se debe
permitir. Cuando percibes un ataque como injusto, crees que reaccionar con ira
está justificado. Y así, ves lo que es lo mismo como si fuera diferente. La
confusión no es parcial. Si se presenta, es total. Y su presencia, en la forma
que sea, ocultará la Presencia de Ellos, pues a Ellos se les conoce claramente o
no se les conoce en absoluto. Una percepción confusa obstruye el Conocimiento. Y
no es cuestión de cuán grande es la confusión o de cuánto interfiere. Su mera
presencia impide la de Ellos y los mantiene afuera donde no se les puede
conocer.
2. ¿Qué puede significar el hecho de que percibes algunas formas de
ataque como si fueran injusticias contra ti? Significa que tiene que haber
otras que consideras justas. Pues de otro modo, ¿cómo se podrían juzgar algunas
como injustas? Por lo tanto, a algunas se les atribuye significado y se
perciben como razonables. Y solo otras se consideran insensatas. Esto niega el
hecho de que todas carecen de sentido, de que están desprovistas por igual de
causa o consecuencias y de que no pueden tener efectos de ninguna clase. La
Presencia de Ellos se nubla con cualquier velo que se interponga entre Su
radiante inocencia y tu conciencia de que dicha inocencia es la tuya propia y
de que le pertenece por igual a todo ser vivo junto contigo. Dios no pone límites.
Y lo que tiene límites no puede ser el Cielo. Por lo tanto, tiene que ser el
infierno.
3. La injusticia y el ataque son el mismo error, y están tan
estrechamente vinculados que donde uno se percibe el otro se ve también. Tú no
puedes ser tratado injustamente. La creencia de que puedes es solo otra forma
de la idea de que es otro, y no tú, quien te está privando de algo. La
proyección de la causa del sacrificio es la raíz de todo lo que percibes como
injusto y no como tu justo merecido. Sin embargo, eres tú quien se exige esto a
sí mismo, cometiendo así una profunda injusticia contra el Hijo de Dios. Tú
eres tu único enemigo, y eres en verdad enemigo del Hijo de Dios porque no
reconoces que él es lo que tú eres. ¿Qué podría ser más injusto que privarlo de
lo que él es, negarle el derecho a ser él mismo y pedirle que sacrifique el
Amor de su Padre y el tuyo por ser algo que no le corresponde?
4. Cuídate de la tentación de percibirte a ti mismo como que se te
está tratando injustamente. Desde este punto de vista, tratas de encontrar
inocencia únicamente en ti y no en ellos, a expensas de la culpabilidad de
otro. ¿Puedes acaso comprar la inocencia descargando tu culpa sobre otro? ¿Y no
es acaso la inocencia lo que andas buscando cuando lo atacas? ¿No será la
represalia por tu propio ataque contra el Hijo de Dios lo que buscas? ¿No te
hace sentir más seguro creer que eres inocente con respecto a eso y que has
sido una víctima a pesar de tu inocencia? No importa cómo se juegue el juego de la
culpa, alguien siempre tiene que salir perdiendo. Y alguien siempre tiene que
perder su inocencia para que otro pueda apropiarse de ella y hacerla suya.
5. Crees que tu hermano es injusto contigo porque crees que uno de
ustedes dos tiene que ser injusto para
que el otro pueda ser inocente. Y en ese juego percibes el único propósito que
le adscribes a tu relación. Y eso es lo que le quieres añadir al propósito que
ya se le asignó. El propósito del Espíritu Santo es que la Presencia de tus Santos
Invitados te sea conocida. A ese propósito no se le puede añadir nada, pues el
mundo no tiene otro propósito que ése. Añadirle o quitarle algo a esa única
finalidad es privar al mundo y privarte a ti mismo de todo propósito. Y toda
injusticia que el mundo parezca cometer contra ti, tú la has cometido contra el
mundo al privarlo de su propósito y de la función que el Espíritu Santo ve en
él. Y de este modo, se le ha negado la justicia a todo ser vivo sobre la faz de
la tierra.
6. No puedes ni siquiera imaginarte los efectos que esa injusticia
tiene sobre ti que juzgas injustamente y que ves tal como has juzgado. El mundo
se vuelve sombrío y amenazante, y no puedes percibir ni rastro de la feliz
chispa que la salvación brinda para alumbrar tu camino. Y así, te ves a ti
mismo privado de la luz, abandonado en las tinieblas e injustamente desposeído
de todo propósito en un mundo fútil. El
mundo es justo porque el Espíritu Santo ha llevado la injusticia ante la luz
interna, y ahí toda injusticia ha quedado resuelta y reemplazada con justicia y
amor. Si percibes injusticias en cualquier parte, solo necesitas decir: Con
esto niego la Presencia del Padre y la del Hijo. Mas prefiero conocerlos a
Ellos que ver injusticias, las cuales se desvanecen ante la luz de Su
Presencia.
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