El lugar que el
pecado dejó vacante
1. En este mundo el perdón es el equivalente a la Justicia del Cielo. El
perdón transforma el mundo del pecado en un mundo simple, en el que se puede
ver el reflejo de la justicia que emana desde más allá de la puerta tras la
cual reside lo que carece de todo límite. No hay nada en el amor ilimitado que
pudiese necesitar perdón. Y lo que en el mundo es caridad, más allá de las
puertas del Cielo pasa a ser simple justicia. Nadie perdona a menos que haya
creído en el pecado y aún crea que hay mucho por lo que él mismo necesita ser
perdonado. El perdón se vuelve de esta manera el medio por el que aprende que
no ha hecho nada que necesite perdón. El perdón siempre descansa en el que lo
concede, hasta que reconoce que ya no lo necesita más. De este modo, es
restaurado a su verdadera función de crear, que su perdón le ofrece nuevamente.
2. El perdón convierte el mundo del pecado en un mundo de gloria,
maravilloso de contemplar. Cada flor brilla en la luz, y en el canto de todos
los pájaros se ve reflejado el júbilo del Cielo. No hay tristeza ni divisiones,
pues todo se ha perdonado completamente. Y los que han sido perdonados no
pueden sino unirse, pues nada se interpone entre ellos para mantenerlos
separados y aparte. Los que son incapaces de pecar no pueden sino percibir su
unidad, pues no hay nada que se interponga entre ellos para alejar a unos de
otros. Se funden en el espacio que el pecado dejó vacante, en jubiloso
reconocimiento de que lo que es parte de ellos no se ha mantenido aparte y
separado.
3. El santo lugar en el que te encuentras no es más que el espacio que
el pecado dejó vacante. En su lugar ves alzarse ahora la faz de Cristo. ¿Quién
podría contemplar la faz de Cristo y no recordar a Su Padre tal como Éste
realmente es? ¿Y quién que temiese al amor podría pisar la tierra en la que el
pecado ha dejado un sitio para que se erija un altar al Cielo que se eleve muy
por encima del mundo hasta llegar más allá del universo y tocar el Corazón de
toda la Creación? ¿Qué es el Cielo sino un himno de gratitud, de amor y de
alabanza que todo lo creado le canta a la Fuente de su creación? El más santo de los altares se erige donde una
vez se creyó reinaba el pecado. Y todas
las luces del Cielo vienen a él para ser reavivadas y para incrementar su gozo.
Pues en este altar se les restituye lo
que habían perdido y recobran todo su fulgor.
4. Los milagros que el perdón deposita ante las puertas del Cielo no
son insignificantes. Aquí el Hijo de Dios Mismo viene a recibir cada uno de los
regalos que lo acerca más a su hogar. Ni uno solo de ellos se pierde y a
ninguno se le atribuye más valor que a otro. Cada uno de esos regalos le
recuerda el Amor de su Padre en igual medida que el resto. Y cada uno le enseña
que lo que él temía es lo que más ama. ¿Qué otra cosa, salvo un milagro, podría
hacerle cambiar de mentalidad de modo que comprenda que el amor no puede ser
temido? ¿Qué otro milagro puede haber aparte de éste? ¿Y qué otra cosa se
podría necesitar para que el espacio entre ustedes desaparezca?
5. Donde antes se percibía el pecado se alzará un mundo que se
convertirá en el altar de la verdad, y allí te unirás a las luces del Cielo y
entonarás con ellas su himno de gratitud y alabanza. Y tal como ellas vienen a
ti para completarse a sí mismas, con ese mismo propósito te dirigirás a ellas. Pues
no hay nadie que pueda oír el himno del Cielo sin añadir el poder de su voz, haciéndolo
así aún más dulce. Y todos se unirán al himno ante el altar que fue erigido en
el pequeño espacio que el pecado proclamaba que era suyo. Y lo que entonces era
minúsculo se habrá expandido hasta convertirse en un himno excelso en el que
todo el universo se habrá unido cual una sola voz.
6. Esa pequeña mácula de pecado que aún se interpone entre ustedes está demorando el feliz momento en el que las puertas del Cielo se abrirán. ¡Cuán
pequeño es el obstáculo que te impide disponer de la riqueza del Cielo! ¡Y cuán
grande el gozo en el Cielo cuando te unas al imponente coro en alabanza al Amor
de Dios!
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