El Cristo en ti
1. El Cristo en ti está muy quedo. Contempla lo que ama y lo reconoce
como Su Propio Ser. Y así, se regocija con lo que ve, pues sabe que es uno con
Él y con Su Padre. El especialismo también se regocija con lo que ve, aunque lo
que ve no es verdad. Aun así, lo que buscas es una fuente de gozo tal como lo
concibes. Lo que deseas es verdad para ti. Pues es imposible desear algo y no
tener fe en que es real. Desear otorga realidad tan irremediablemente como
ejercer la voluntad crea. El poder de un deseo apoya a las ilusiones tan
fuertemente como el amor se extiende a sí mismo. Excepto que uno de ellos
engaña y el otro sana.
2. No hay ningún sueño de querer ser especial que no suponga tu propia
condenación, por muy oculta o disfrazada que se encuentre la forma en que éste
se manifiesta, por muy hermoso que pueda parecer o por muy delicadamente que
ofrezca la esperanza de paz y la escapatoria del dolor. En los sueños, causa y
efecto se intercambian, pues en ellos el hacedor del sueño cree que lo que hizo
le está sucediendo a él. No se da cuenta de que tomó una hebra de aquí, un
retazo de allá y que tejió un cuadro de la nada. Mas las partes no casan, y el
todo no les aporta nada que haga que tengan sentido.
3. ¿De dónde podría proceder tu paz sino del perdón? El Cristo en ti
contempla solamente la verdad y no ve ninguna condenación que pudiera necesitar
perdón. Él está en paz porque no ve pecado alguno. Identifícate con Él, ¿y qué
puede tener Él que tú no tengas? Cristo es tus ojos, tus oídos, tus manos, tus
pies. ¡Qué afables los panoramas que contempla, los sonidos que oye! ¡Qué
hermosa la mano de Cristo que sostiene a la de Su hermano! a ¡Y con cuánto amor
camina junto a él, mostrándole lo que se puede ver y oír e indicándole también
dónde no podrá ver nada y dónde no hay ningún sonido que se pueda oír!
4. Mas deja que tu deseo de ser especial dirija su camino, y tú lo
recorrerás con él. Y ambos caminaréis en peligro, intentando conducir al otro a
un precipicio execrable y arrojarlo por él, mientras se mueven por el sombrío
bosque de los invidentes, sin otra luz que la de los breves y oscilantes
destellos de las luciérnagas del pecado, que titilan por un momento para luego
apagarse. Pues ¿en qué puede deleitarse el deseo de ser especial sino en matar?
¿Qué busca sino ver la muerte? ¿A dónde conduce sino a la destrucción? Mas no
creas que fue a tu hermano a quien contempló primero ni al que aborreció antes
de aborrecerte a ti. El pecado que sus ojos ven en él y en lo que se deleitan,
lo vio en ti y todavía lo sigue contemplando con deleite. Sin embargo, ¿qué
deleite te puede dar contemplar la putrefacción y la demencia y creer que esa
cosa que está a punto de desintegrarse, con la carne desprendiéndose ya de los
huesos y con cuencas vacías por ojos, es como tú?
5. Regocíjate de no tener ojos con los que ver ni oídos con los que
oír ni manos con las que sujetar nada ni pies a los que guiar. Alégrate de que
el único que pueda prestarte los Suyos sea Cristo, mientras tengas necesidad de
ellos. Los Suyos son ilusiones también, lo mismo que los tuyos. Sin embargo,
debido a que sirven a un propósito diferente, disponen de la fuerza de éste. Y
derraman luz sobre todo lo que ven, oyen, sujetan o guían, a fin de que tú
puedas guiar tal como fuiste guiado.
6. El Cristo en ti está muy sereno. Él sabe a dónde te diriges y te
conduce allí dulcemente, bendiciéndote a lo largo de todo el camino. Su Amor
por Dios reemplaza todo el miedo que creíste ver dentro de ti. Su Santidad hace
que Él se vea a Sí Mismo en aquel cuya mano tú sujetas, y a quien conduces
hasta Él. Y lo que ves es igual a ti. Pues ¿a quién sino a Cristo se puede ver,
oír, amar y seguir a casa? Él te contempló primero, pero reconoció que no
estabas completo. De modo que buscó lo que te completa en cada ser vivo que Él
contempla y ama. Y aún lo sigue buscando, para que cada uno pueda ofrecerte el
Amor de Dios.
7. Aun así, Él permanece muy tranquilo, pues sabe que el amor está en
ti ahora, sostenido con firmeza por la misma mano que sujeta a la de tu
hermano. La mano de Cristo sujeta a todos sus hermanos en Sí Mismo. Él les
concede visión a sus ojos invidentes y les canta himnos celestiales para que
sus oídos dejen de oír el estruendo de las batallas y de la muerte. Él se
extiende hasta otros a través de ellos y les ofrece Su mano para que puedan
bendecir todo ser vivo y ver su santidad. Él se regocija de que éstos sean los
panoramas que ves, y de que los contemples con Él y compartas Su Júbilo. Él
está libre de todo deseo de ser especial y eso es lo que te ofrece, a fin de
que puedas salvar de la muerte a todo ser vivo y recibir de cada uno de ellos
el don de vida que tu perdón le ofrece a tu Ser. La visión de Cristo es lo
único que se puede ver. El canto de Cristo es lo único que se puede oír. La
mano de Cristo es lo único que se puede asir. No hay otra jornada, salvo caminar
con Él.
8. Tú que te contentarías con ser especial y que buscarías la
salvación luchando contra el amor, considera esto: el santo Señor del Cielo ha
descendido hasta ti para ofrecerte tu compleción. Lo que es de Él es tuyo
porque en tu compleción reside la Suya. Él, que no dispuso estar sin Su Hijo,
jamás habría podido disponer que tú estuvieses sin tus hermanos. ¿Y te habría
dado un hermano que no fuera tan perfecto como tú y tan semejante a Él en
santidad como tú no puedes sino serlo también?
9. Antes de que pueda haber conflicto tiene que haber duda. Y toda
duda tiene que ser acerca de ti mismo. Cristo no tiene ninguna duda y Su serenidad
procede de Su certeza. Él intercambiará
todas tus dudas por Su certeza, si aceptas que es Uno contigo y que esa unidad
es interminable, intemporal y que está a tu alcance porque tus manos son las
Suyas. Él está en ti, sin embargo, camina a tu lado y delante de ti,
mostrándote el camino que Él debe seguir para encontrar Su Propia compleción. Su
quietud se convierte en tu certeza. ¿Y dónde está la duda una vez que la
certeza ha llegado?
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