Ser especial en
contraposición a ser impecable
1. Ser especial implica una falta de confianza en todo el mundo
excepto en ti mismo. Depositas tu fe exclusivamente en ti. Todo lo demás se
convierte en tu enemigo: temido y atacado, mortal y peligroso, detestable y
merecedor únicamente de ser destruido. Cualquier gentileza que este enemigo te
ofrezca no es más que un engaño, pero su odio es real. Al estar en peligro de
destrucción tiene que matar, y tú te sientes atraído hacia él para matarlo
primero. Tal es la atracción de la culpabilidad. Ahí se entrona a la muerte
como el salvador; la crucifixión se convierte ahora en la redención y la
salvación no puede significar otra cosa que la destrucción del mundo con
excepción de ti mismo.
2. ¿Qué otro propósito podría tener el cuerpo sino ser especial? Esto
es lo que hace que sea frágil e incapaz de defenderse a sí mismo. Fue concebido
para hacer que tú fueses frágil e impotente. La meta de la separación es su
maldición. Los cuerpos, no obstante, no tienen metas. Tener propósitos es algo
que es solo propio de la mente. Y las mentes pueden cambiar sí así lo desean. No
pueden cambiar sus cualidades inherentes ni sus atributos, pero sí pueden cambiar el propósito que
persiguen y, al hacer eso, los estados corporales no pueden sino cambiar
también. El cuerpo no puede hacer nada por su cuenta. Considéralo un medio de
herir y será herido. Considéralo un medio para sanar y sanará.
3. Solo puedes hacerte daño a ti mismo. Hemos repetido esto con
frecuencia, pero todavía resulta difícil de entender. A las mentes empeñadas en
ser especiales les resulta imposible entenderlo. Pero a las que desean curar y
no atacar les resulta muy obvio. El propósito del ataque se halla en la mente,
y sus efectos solo se pueden sentir allí donde se encuentra. La mente no es
algo limitado, y a eso se debe que cualquier propósito perjudicial le haga daño
a toda ella cual una sola. Nada podría tener menos sentido para los que se
creen especiales. Nada podría tener mayor sentido para los milagros. Pues los
milagros no son sino el resultado de cambiar del propósito de herir al de
sanar. Este cambio de propósito pone “en peligro” el especialismo, pero solo en
el sentido de que la verdad supone una “amenaza” para las ilusiones. Ante la verdad no pueden quedar en pie. No
obstante, ¿qué consuelo encontraste alguna vez en ellas para que le niegues a
tu Padre el regalo que te pide y para que en lugar de dárselo a Él se lo des a
las ilusiones? Si se lo das a Él, el universo es tuyo. Si se lo das a ellas, no
recibes ningún regalo a cambio. Lo que le has dado a tu especialismo te ha
llevado a la bancarrota, dejando tus arcas yermas y vacías, con la tapa abierta
invitando a todo lo que quiera perturbar tu paz a entrar y destruir.
4. Te dije anteriormente que no te detuvieses a examinar los medios
con los que se logra la salvación ni cómo alcanzarla. Pero examina
detenidamente si es tu deseo ver a tu hermano libre de pecado. Para todo aquel
que se cree especial la respuesta tiene que ser “no”. Un hermano libre de
pecado es enemigo de su especialismo, mientras que el pecado, si fuera posible,
sería su amigo. Los pecados de tu hermano justificarían tu especialismo y le
darían el sentido que la verdad le niega. Todo lo que es real proclama que él
es incapaz de pecar; todo lo que es falso,
que sus pecados son reales. Si es un
pecador, tu realidad entonces no es real, sino únicamente un sueño de que eres
especial que no dura más que un instante antes de desmoronarse y convertirse en
polvo.
5. No defiendas este sueño insensato, en el que Dios se halla privado
de lo que ama y tú te encuentras más allá de la posibilidad de salvarte. Lo
único que es seguro en este mundo cambiante que no tiene sentido en la realidad
es esto: cuando no estás completamente en paz o cuando experimentas cualquier
clase de dolor, es que has percibido un pecado en tu hermano y te has
regocijado por lo que creíste ver en él. Tu sensación de ser especial pareció estar
a salvo a causa de ello. Y así, salvaste lo que habías designado como tu
salvador y crucificaste al que Dios te dio en su lugar. Y de este modo, estás
en la misma encrucijada que él, pues son uno. Por lo tanto, el especialismo es
su “enemigo” así como el tuyo.
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