El
pecado como ajuste
1.
La creencia en el pecado es un ajuste. Y
un ajuste es un cambio: una alteración en la percepción o la creencia de que lo
que antes era de una manera ahora es distinto. Cada ajuste es, por lo tanto, una distorsión,
y tiene necesidad de defensas que lo sostengan en contra de la realidad. El
Conocimiento no requiere ajustes y, de hecho, se pierde si se lleva a cabo cualquier
cambio o alteración, pues eso lo reduce de inmediato a ser simplemente una
percepción: una forma de ver en la que se ha dejado de tener certeza y donde se
ha infiltrado la duda. En esta condición deficiente es necesario hacer ajustes
porque la condición en sí no es verdad. ¿Quién necesita ajustarse a la Verdad,
si para ser entendida solo apela a lo que uno es?
2.
Los ajustes, sean de la clase que sean, siempre forman parte del ámbito del
ego. Pues la creencia fija del ego es que todas las relaciones dependen de que
se hagan ajustes, para así hacer de ellas lo que él quiere que sean. Las relaciones directas, en las que no hay
interferencia, él siempre las considera peligrosas. El ego se ha nombrado a sí
mismo mediador de todas las relaciones, y hace todos los ajustes que cree
necesarios y los interpone entre aquellos que se han de conocer, a fin de
mantenerlos separados e impedir su unión. Esta planeada interferencia es lo que hace que
te resulte tan difícil reconocer tu santa relación tal como es.
3.
Los que son santos no interfieren en la verdad. No le tienen miedo, pues en la
verdad es donde reconocen su santidad y donde se regocijan debido a lo que ven.
La contemplan directamente, sin tratar de adaptarse a ella ni de que ella se
adapte a ellos. Y así se dan cuenta de
que se encontraba en ellos, al no haber decidido de antemano dónde debería
estar. El hecho mismo de que ellos la
busquen plantea una pregunta, y lo que ven es lo que les responde. Tú fabricas el mundo, y luego te adaptas a él y
haces que él se adapte a ti. Y no hay
ninguna diferencia entre él y tú en tu percepción, la cual os inventó a los
dos.
4.
Todavía queda una pregunta por contestar, la cual es muy simple. ¿Te gusta lo que has fabricado? a Un mundo de
asesinatos y de ataque por el que te abres paso tímidamente en medio de
constantes peligros, solo y temeroso, esperando a lo sumo a que la muerte se
demore un poco antes de que se abalance sobre ti y desaparezcas. Todo eso son
fabricaciones tuyas. Es un cuadro de lo
que crees ser; de cómo te ves a ti mismo. Los asesinos están aterrorizados y
los que matan tienen miedo de la muerte. Todas estas cosas no son sino los temibles
pensamientos de aquellos que se amoldan a un mundo que se ha vuelto temible
debido a los ajustes que ellos mismos hicieron. Y lo contemplan con pesar desde su propia
tristeza interior, y ven la tristeza en él.
5.
¿Te has preguntado alguna vez cómo es realmente el mundo y qué aspecto tendría
si se contemplase con ojos felices? El mundo que ves no es sino un juicio con
respecto a ti mismo. No existe en absoluto. Tus juicios, no obstante, le
imponen una sentencia, la justifican y hacen que sea real. Ése es el mundo que
ves: un juicio contra ti, que tú mismo has emitido. El ego protege celosamente
esa imagen enfermiza de ti mismo, pues ésa es su imagen y lo que él ama, y la
proyecta sobre el mundo. Y tú te ves obligado a adaptarte a ese mundo mientras
sigas creyendo que esa imagen es algo externo a ti y que te tiene a su merced. Ese mundo es despiadado, y si se encontrara
fuera de ti, tendrías ciertamente motivos para estar atemorizado. Pero fuiste tú quien hizo que fuera
inclemente, y si ahora esa inclemencia parece volverse contra ti, puede ser
corregida.
6.
¿Quién, que se encuentre en una relación santa, podría seguir siendo no santo
por mucho más tiempo? El mundo que ven
los santos es uno con ellos, de la misma forma en que el mundo que ve el ego es
semejante a él. El mundo que ven los
santos es hermoso porque lo que ven en él es su propia inocencia. Ellos no le impusieron lo que tenía que ser ni
hicieron ajustes para que se amoldara a sus mandatos. Simplemente le preguntaron con un leve
susurro: “¿Qué eres?” Y Aquel que cuida de toda percepción les respondió. No aceptes los juicios del mundo como la
respuesta a la pregunta: “¿Qué soy?” El mundo cree en el pecado, pero la
creencia que lo fabricó tal como tú lo ves no se encuentra fuera de ti.
7.
No procures que el Hijo de Dios se adapte a su demencia. En él reside un
extraño que, mientras vagaba sin rumbo, entró en la morada de la Verdad, mas
tal como vino así se irá. Vino sin
ningún propósito, pero no podrá permanecer ante la radiante luz que el Espíritu
Santo te ofreció y que tú aceptaste. Pues bajo esa luz el extraño se queda sin
hogar y a ti se te da la bienvenida. No
le preguntes a ese transeúnte: “¿Qué soy?” Él es la única cosa en todo el universo que no
lo sabe. No obstante, es a él a quien se
lo preguntas y es a su respuesta a la que deseas amoldarte. Este pensamiento torvo y ferozmente arrogante
y, sin embargo, tan ínfimo y carente de significado que su pasar a través del
universo de la verdad ni siquiera se nota, se vuelve tu guía. A él te diriges
para preguntarle el significado del universo. Y a lo único que es ciego en todo el universo
vidente de la verdad le preguntas: “¿Cómo debo contemplar al Hijo de Dios?”
8.
¿Se le puede pedir que emita juicios a lo que está desprovisto de todo juicio? Y si ya lo has hecho, ¿creerías la respuesta
que te da y te ajustarías a ella como si fuera cierta? El mundo que ves a tu
alrededor es la respuesta que te dio, y tú le has conferido el poder de hacer
los ajustes necesarios en el mundo para que su respuesta sea cierta. Le preguntaste a ese soplo de locura que te
explicara el significado de tu relación no santa e hiciste que ésta se ajustara
a su descabellada respuesta. ¿Te hizo
eso feliz? ¿Te reuniste acaso jubilosamente con tu hermano para bendecir al
Hijo de Dios y darle las gracias por toda la felicidad que les ha brindado? ¿Has
reconocido acaso a tu hermano como el eterno regalo que Dios te dio? ¿Has visto
la santidad que irradia en cada uno de ustedes para bendecir al otro? Ése es el propósito de tu relación santa. No
le preguntes cuáles son los medios necesarios para su consecución a la única
cosa que haría todo lo posible para que siguiera siendo no santa. No le otorgues el poder de adaptar los medios
al fin.
9.
Los que llevan años aprisionados con pesadas cadenas, hambrientos y demacrados,
débiles y exhaustos, con los ojos aclimatados a la obscuridad desde hace tanto
tiempo que ni siquiera recuerdan la luz, no se ponen a saltar de alegría en el
instante en que son liberados. Tardan
algún tiempo en comprender lo que es la libertad. Andabas a tientas en el polvo
y encontraste la mano de tu hermano, indeciso de si soltarla o bien asirte a la
vida por tanto tiempo olvidada. Agárrate aún con más fuerza y levanta la mirada
para que puedas contemplar a tu fuerte compañero, en quien reside el
significado de tu libertad. Él parecía
estar crucificado a tu lado. Sin
embargo, su santidad ha permanecido intacta y perfecta, y, con él a tu lado,
este día entrarás en el Paraíso y conocerás la Paz de Dios.
10.
Eso es lo que mi voluntad dispone para ti y para tu hermano, y para cada uno de
ustedes con respecto al otro y con respecto a sí mismo. Ahí solo se puede
encontrar santidad y unión sin límites. Pues ¿qué es el Cielo sino unión, directa y
perfecta, y sin el velo del temor sobre ella? Ahí somos uno, y ahí nos contemplamos a
nosotros mismos, y el uno al otro, con perfecta dulzura. Ahí no es posible
ningún pensamiento de separación entre nosotros. Tú que eras un prisionero en
la separación eres ahora libre en el Paraíso. Y allí me uniré a ti, que eres mi
amigo, mi hermano y mi propio Ser.
11.
El regalo que le has hecho a tu hermano me ha dado la certeza de que pronto nos
uniremos. Comparte, pues, esta fe
conmigo, y no dudes de que está justificada. En el amor perfecto no hay cabida
para el miedo porque el amor perfecto no conoce el pecado y solo puede ver a los
demás como se ve a sí mismo. Si mira
dentro de sí mismo con caridad, ¿qué podría inspirarle temor afuera? Los inocentes ven seguridad, y los puros de
corazón ven a Dios en Su Hijo y apelan al Hijo para que los guíe al Padre. ¿Y a
qué otro lugar querrían ir sino allí donde anhelan estar? Tú y tu hermano se conducirán el uno al otro
hasta el Padre tan irremediablemente como que Dios creó santo a Su Hijo y así
lo conservó. En tu hermano se encuentra la luz de la eterna promesa de inmortalidad
que Dios te hizo. No veas pecado en él,
y el miedo no podrá apoderarse de ti.
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