La ofrenda de azucenas
1. Observa todas las baratijas que se
confeccionan para colgarse del cuerpo, o para cubrirlo o para que las use. Contempla
todas las cosas inútiles que se han inventado para que sus ojos las vean. Piensa
en las muchas ofrendas que se le hacen para su deleite, y recuerda que todas
ellas se concibieron para que aquello que aborreces pareciera hermoso.
¿Utilizarías eso que aborreces para cautivar a tu hermano y atraer su atención?
Date cuenta de que lo único que le ofreces es una corona de espinas, al no
reconocer el cuerpo como lo que es y al tratar de justificar la interpretación
que haces de su valor basándote en la aceptación que tu hermano hace de él. Aun así, el regalo proclama el poco valor que
le concedes a él, del mismo modo en que el agrado con que él lo acepta refleja
el poco valor que se concede a sí mismo.
2. Si los regalos se han de dar y
recibir de verdad, no se pueden dar a través del cuerpo. El cuerpo no puede
ofrecer ni aceptar nada; tampoco puede dar o quitar nada. Solo la mente puede
evaluar, y solo ella puede decidir lo que quiere recibir y lo que quiere dar. Y
cada regalo que ofrece depende de lo que ella misma desea. La mente engalanará
con gran esmero lo que ha elegido como hogar y lo preparará para que reciba los
regalos que ella desea obtener, ofreciéndoselos a aquellos que vengan a dicho
hogar o a aquellos que quiere atraer a él. Y allí intercambiarán sus regalos, ofreciendo
y recibiendo lo que sus mentes hayan juzgado como digno de ellos.
3. Cada regalo es una evaluación tanto del que
recibe como del que da. No hay nadie que
no considere como un altar a sí mismo aquello que ha elegido como su hogar. Y no hay nadie que no desee atraer devotos a
lo que ha depositado allí, haciendo que sea digno de su devoción. Y todo el mundo ha puesto una luz sobre su
altar para que otros puedan ver lo que ha depositado en él y lo hagan suyo. Éste es el valor que le concediste a tu
hermano y que te concediste a ti mismo. Éste es el regalo que le haces a él y que te
haces a ti mismo: el veredicto acerca del Hijo de Dios por lo que él es. No te olvides de que es a tu salvador a quien
le ofreces el regalo. Ofrécele espinas y te crucificas a ti mismo. Ofrécele
azucenas y es a ti mismo a quien liberas.
4. Tengo gran necesidad de azucenas, pues el
Hijo de Dios no me ha perdonado. Mas ¿me
negaría acaso a ofrecerle perdón aun cuando él me ofrece espinas? Aquel que le ofrece espinas a alguien está
todavía contra mí, mas ¿quién podría ser íntegro sin él? Sé su amigo en mi nombre, para que yo pueda
ser perdonado y tú puedas ver que el Hijo de Dios goza de plenitud. Pero
examina primero el altar del hogar que has elegido y observa lo que allí has
depositado para ofrecérmelo a mí. Si son
espinas cuyas puntas refulgen en una luz de color sangre, has elegido al cuerpo
como hogar y lo que me ofreces es separación. Las espinas, no obstante, han
desaparecido. Examínalas más de cerca
ahora y podrás ver que tu altar ya no es lo que era antes.
5. Todavía miras con los ojos del
cuerpo, y éstos solo pueden ver espinas. Sin embargo, has pedido ver otra cosa
y se te ha concedido. Aquellos que aceptan el propósito del Espíritu Santo como
su propósito comparten asimismo Su visión. Y lo que le permite a Él ver
irradiar Su propósito desde cada altar es algo tan tuyo como Suyo. Él no ve
extraños, sino tan solo amigos entrañables y amorosos. Él no ve espinas, sino
únicamente azucenas que refulgen en el dulce resplandor de la paz, la cual
irradia su luz sobre todo lo que Él contempla y ama.
6. Durante estas Pascuas contempla a
tu hermano con otros ojos. Tú me has perdonado ya. Sin embargo, no puedo hacer uso de tu regalo
de azucenas mientras tú no las veas. Ni tú puedes hacer uso de lo que te he dado
mientras no lo compartas. La visión del
Espíritu Santo no es un regalo nimio ni algo con lo que se juega por un rato
para luego dejarse de lado. Presta gran
atención a esto, y no creas que es solo un sueño, una idea pueril con la que
entretenerte por un rato o un juguete con el que juegas de vez en cuando y del
que luego te olvidas. Pues si eso es lo
que crees, eso es lo que será para ti.
7. Gozas ya de la visión que te permite ver
más allá de las ilusiones. Se te ha concedido para que no veas espinas ni
extraños ni ningún obstáculo a la paz. El temor a Dios ya no significa nada para ti. ¿Quién temería enfrentarse a las ilusiones,
sabiendo que su salvador está a su lado? Con él a tu lado tu visión se ha convertido en
el poder más grande que Dios Mismo puede conceder para desvanecer las
ilusiones, pues lo que Dios le dio al
Espíritu Santo, tú lo has recibido. El
Hijo de Dios cuenta contigo para su liberación. Pues has pedido —y se te ha concedido—la
fortaleza para poder enfrentarte a este último obstáculo y no ver clavos ni
espinas que crucifiquen al Hijo de Dios y lo coronen como rey de la muerte.
8. El hogar que has elegido está al otro
lado, más allá del velo. Ha sido cuidadosamente preparado para ti y ahora está
listo para recibirte. No lo verás con
los ojos del cuerpo. Sin embargo, ya
dispones de todo cuanto puedas necesitar. Tu hogar te ha estado llamando desde
los orígenes del tiempo y nunca has sido completamente sordo a su llamada. Oías, pero no sabías cómo mirar ni hacia
dónde. Pero ahora sabes. El Conocimiento se encuentra en ti, presto a
ser revelado y liberado de todo el terror que lo mantenía oculto. En el amor no hay cabida para el miedo. El himno de la Pascua es el grato estribillo
que dice que al Hijo de Dios nunca se le crucificó. Alcemos juntos la mirada, no con miedo, sino
con fe. Y no tendremos miedo, pues no veremos ninguna ilusión, sino una senda
que conduce a las puertas del Cielo, el hogar que compartimos en un estado de
quietud y donde moramos dulcemente y en paz como uno solo.
9. ¿No te gustaría que tu santo hermano
te condujese hasta allí? Su inocencia alumbrará tu camino, ofreciéndote su luz
guiadora y absoluta protección, y refulgiendo desde el santo altar en su
interior donde tú depositaste las azucenas del perdón. Permite que sea él quien te salve de tus
ilusiones, y contémplalo con la nueva visión que ve las azucenas y te brinda
felicidad. Iremos más allá del velo del
temor, alumbrándonos mutuamente el camino. La santidad que nos guía se encuentra dentro
de nosotros, al igual que nuestro hogar. De este modo hallaremos lo que Aquel
que nos guía dispuso que hallásemos.
10. Éste es el camino que conduce al
Cielo y a la paz de la Pascua, donde nos unimos en gozosa conciencia de que el
Hijo de Dios se ha liberado del pasado y ha despertado al presente. Ahora es
libre, y su comunión con todo lo que se encuentra dentro de él es ilimitada. Ahora las azucenas de su inocencia no se ven
mancilladas por la culpabilidad, pues están perfectamente resguardadas del frío
estremecimiento del miedo, así como de la perniciosa influencia del pecado. Tu regalo lo ha salvado de las espinas y de
los clavos, y su vigoroso brazo está ahora libre para conducirte a salvo a
través de ellos hasta el otro lado. Camina con él ahora lleno de regocijo, pues el
que te salva de las ilusiones ha venido a tu encuentro para llevarte consigo a
casa.
11.
He aquí tu salvador y amigo, a quien tu visión ha liberado de la crucifixión,
libre ahora para conducirte allí donde él anhela estar. No te abandonará ni
dejará a su salvador a merced del dolor. Y gustosamente caminarán juntos por la
senda de la inocencia, cantando según contemplan las puertas del Cielo abiertas
de par en par y reconocen el hogar que los llamó. Concédele a tu hermano
felizmente libertad y fortaleza para que te pueda conducir hasta allí. Y ven
ante su santo altar, donde la fortaleza y la libertad te aguardan para que
ofrezcas y recibas la radiante conciencia que te conduce a tu hogar. La lámpara está encendida en ti para que le
des luz a tu hermano. Y las mismas manos
que se la dieron a él, te conducirán más allá del miedo al amor.
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