Capítulo
20
LA
VISIÓN DE LA SANTIDAD
La Semana Santa
1. Hoy es Domingo de Ramos, la
celebración de la victoria y la aceptación de la verdad. No nos pasemos esta
Semana Santa lamentando la crucifixión del Hijo de Dios, sino celebrando
jubilosamente su liberación. Pues la
Pascua de Resurrección es el signo de la paz, no del dolor. Un Cristo asesinado no tiene sentido. Pero un Cristo resucitado se convierte en el
símbolo de que el Hijo de Dios se ha perdonado a sí mismo; en la señal de que
se considera a sí mismo sano e íntegro.
2. Esta semana empieza con ramos y
termina con azucenas, el signo puro y santo de que el Hijo de Dios es inocente.
No permitas que ningún signo lúgubre de crucifixión se interponga entre la
jornada y su propósito, entre la aceptación de la verdad y su expresión. Esta semana celebramos la vida, no la muerte. Y honramos la perfecta pureza del Hijo de
Dios, no sus pecados. Hazle a tu hermano la ofrenda de las azucenas, no la de
una corona de espinas; el regalo del amor, no el “regalo” del miedo. Te encuentras a su lado, con espinas en una
mano y azucenas en la otra, indeciso con respecto a cuál le vas a dar. Únete a mí ahora, deshazte de las espinas y,
en su lugar, ofrécele las azucenas. Lo
que quiero esta Pascua es el regalo de tu perdón, que tú me concedes y yo te
devuelvo. No podemos unirnos en la crucifixión
ni en la muerte. Ni tampoco puede consumarse la resurrección hasta que tu
perdón descanse sobre Cristo, junto con el mío.
3. Una semana es poco tiempo, sin
embargo, la Semana Santa simboliza la jornada que el Hijo de Dios emprendió. Él
comenzó con el signo de la victoria, la promesa de la resurrección, la cual ya
se le había concedido. No dejes que caiga en la tentación de la crucifixión ni
que se demore allí. Ayúdale a seguir
adelante en paz más allá de ella, con la luz de su propia inocencia alumbrando
el camino hacia su redención y liberación. No le obstruyas el paso con clavos y
espinas cuando su redención está tan cerca. Deja, en cambio, que la blancura de
tu radiante ofrenda de azucenas lo acelere en su camino hacia la resurrección.
4. La Pascua no es la celebración del coste
del pecado, sino la celebración de su final. Si al mirar entre los níveos
pétalos de las azucenas que has recibido y ofrecido como tu regalo vislumbras
tras el velo la faz de Cristo, estarás contemplando la faz de tu hermano y
reconociéndola. Yo era un extraño y tú
me acogiste, a pesar de que no sabías Quién era. Mas lo sabrás por razón de tu ofrenda de
azucenas. En el perdón que le concedes a
ese forastero, que aunque es un extraño para ti es tu Amigo ancestral, reside
su liberación y tu redención junto con él. La temporada de Pascua es una temporada de
júbilo, no de duelo. Contempla a tu
Amigo resucitado y celebra su santidad junto conmigo. Pues la Pascua es la temporada de tu
salvación, junto con la mía.
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