Más allá del cuerpo
1. No hay nada externo a
ti. Esto es lo que finalmente tienes que aprender, pues es el reconocimiento de
que el Reino de los Cielos te ha sido restaurado. Pues eso fue lo único que
Dios creó, y Él no lo abandonó ni se separó a Sí Mismo de él. El Reino de los
Cielos es la morada del Hijo de Dios, quien no abandonó a su Padre ni mora
separado de Él. El Cielo no es un lugar ni tampoco una condición. Es
simplemente la conciencia de la perfecta Unicidad y el conocimiento de que no hay
nada más: nada fuera de esta Unicidad ni nada dentro.
2. ¿Qué otra cosa podría
dar Dios sino el Conocimiento de Sí Mismo? ¿Hay algo más que se pueda dar? La creencia de que puedes dar u obtener otra
cosa—algo externo a ti—te ha costado la conciencia del Cielo y la de tu
Identidad. Y has hecho algo todavía más extraño, de lo cual ni siquiera te has
percatado: has desplazado de tu mente a tu cuerpo la culpabilidad. El cuerpo, no obstante, no puede ser culpable,
pues no puede hacer nada por su cuenta. Tú que crees odiar a tu cuerpo, no haces
sino engañarte a ti mismo. Odias a tu mente, pues la culpa se ha adentrado en
ella, y procura mantenerse separada de la mente de tu hermano, lo cual no puede
hacer.
3. Las mentes están
unidas; los cuerpos no. Solo al atribuirle a la mente las propiedades del
cuerpo parece posible la separación. Y
es la mente la que parece ser algo privado y estar fragmentada y sola. Proyecta su culpabilidad, que es lo que la
mantiene separada, sobre el cuerpo, el cual sufre y muere porque se le ataca a
fin de mantener viva la separación en la mente e impedir que conozca su
Identidad. La mente no puede atacar, pero puede forjar fantasías y ordenarle al
cuerpo que las exteriorice. Mas lo que
el cuerpo hace nunca parece satisfacer a la mente. A menos que la mente crea que el cuerpo está
realmente exteriorizando sus fantasías, lo atacará proyectando aún más
culpabilidad sobre él.
4. En esto la mente está
claramente engañada. No puede atacar, pero sostiene que puede, y para probarlo,
se vale de lo que hace para ocasionarle daño al cuerpo. La mente no puede
atacar, pero puede engañarse a sí misma. Y eso es todo lo que hace cuando cree
que ha atacado al cuerpo. Puede
proyectar su culpabilidad, pero no puede deshacerse de ella proyectándola. Y aunque es obvio que puede percibir la
función del cuerpo erróneamente, no puede cambiar la función que el Espíritu
Santo le asignó a éste. El cuerpo no es el fruto del amor. Aun así, el amor no lo condena y puede
emplearlo amorosamente, respetando lo que el Hijo de Dios engendró y
utilizándolo para salvarlo de sus propias ilusiones.
5. ¿No te gustaría que los
medios de la separación fueran reinterpretados como medios de la salvación y se
usasen para los fines del amor? ¿No le
darías la bienvenida y le prestarías tu apoyo a este intercambio de fantasías
de venganza por tu liberación de ellas? La percepción que tienes del cuerpo puede ser
ciertamente enfermiza, pero no debes proyectar eso sobre él. Pues tu deseo de hacer que lo que no tiene la
capacidad de destruir sea destructivo, no puede tener ningún efecto real. Lo que Dios creó solo puede ser como Él quiere
que sea, pues así lo dispone Su Voluntad. Tú no puedes hacer que Su Voluntad sea
destructiva. Puedes, no obstante, forjar fantasías en las que tu voluntad entra
en conflicto con la Suya, pero eso es todo.
6. Es una locura usar el
cuerpo como chivo expiatorio sobre el que descargar tu culpabilidad, dirigiendo
sus ataques y culpándolo luego por lo que tú mismo quisiste que hiciera. Es imposible exteriorizar fantasías, pues éstas
siguen siendo lo que tú deseas y no tienen nada que ver con lo que el cuerpo
hace. El cuerpo no sueña con ellas, y lo
único que éstas hacen es convertirlo en un lastre en vez de en algo útil. Pues las fantasías han hecho de tu cuerpo tu
“enemigo”; algo débil, vulnerable y traicionero, merecedor del odio que le
tienes. ¿De qué te ha servido todo esto? Te has identificado con eso que odias,
el instrumento de venganza y la aparente fuente de tu culpabilidad. Le has hecho esto a algo que no tiene
significado, proclamándolo la morada del Hijo de Dios y haciendo luego que se
vuelva contra él.
7. Éste es el anfitrión de
Dios que tú has engendrado. Y ni Dios ni Su santísimo Hijo pueden
hospedarse en una morada donde reina el odio, y donde tú has sembrado semillas
de venganza, violencia y muerte. Esa cosa que engendraste para que estuviese al
servicio de tu culpabilidad se interpone entre ti y otras mentes. Las mentes están unidas, pero tú no te
identificas con ellas. Te ves a ti mismo
encerrado en una celda aparte, aislado e inaccesible, y tan incapaz de
establecer contacto con otros como de que otros lo establezcan contigo. Odias esta prisión que has construido y
procuras destruirla. Pero no quieres escaparte de ella ni dejarla indemne y libre
de toda culpa.
8. Sin embargo, ésa es la única
manera de escapar. La morada de la
venganza no es tu hogar. El lugar que reservaste
para que albergara a tu odio no es una prisión, sino una ilusión de ti
mismo. El cuerpo es un límite que se le
impone a la comunicación universal, la cual es un atributo eterno de la mente.
Mas la comunicación es algo interno. La
mente se extiende hasta sí misma. No se
compone de diferentes partes que se extienden hasta otras. No sale afuera. Dentro
de sí misma es ilimitada, y no hay nada externo a ella. Lo abarca todo. Te
abarca completamente: tú te encuentras dentro de ella y ella dentro de ti. No
hay nada más en ninguna parte ni jamás lo habrá.
9. El cuerpo es algo
externo a ti, y solo da la impresión de rodearte, de aislarte de los demás y de
mantenerte separado de ellos y a ellos de ti. Pero el cuerpo no existe. No hay ninguna barrera entre Dios y Su Hijo, y
Su Hijo no puede estar
separado de Sí Mismo, salvo en ilusiones. Ésa no puede ser su realidad, aunque él crea
que lo es. Solo podría serlo si Dios se
hubiese equivocado. Dios habría tenido
que crear de modo diferente y haberse separado de Su Hijo para que eso fuese
posible. Habría tenido que crear
diferentes cosas y establecer diferentes órdenes de realidad, de los que solo
algunos fuesen amor. Pero el amor tiene que ser eternamente igual a sí mismo,
sin alternativas e inmutable para siempre.
Y, por lo tanto, así es. Tú no puedes poner una barrera a tu alrededor
porque Dios no puso ninguna entre tú y Él.
10. Puedes alzar la mano y
tocar el Cielo. Tú, cuya mano se encuentra asida a la de tu hermano, has
comenzado a extenderte más allá del cuerpo, pero no fuera de ti mismo, para
alcanzar juntos la Identidad que comparten. ¿Cómo iba a encontrarse Ésta fuera
de ustedes, donde Dios no está? ¿Acaso
es Él un cuerpo? ¿E iba a haberte creado diferente de Sí Mismo y donde
Él no podría morar? Él es lo único que te rodea. ¿Qué limitaciones podrías tener tú a quien Él
abarca?
11. Todo el mundo ha
experimentado lo que podría describirse como una sensación de ser transportado
más allá de sí mismo. Esta sensación de
liberación va mucho más allá del sueño de libertad que a veces se espera encontrar
en las relaciones especiales. Es la sensación de haber escapado realmente de
toda limitación. Si examinases lo que
esa sensación de ser “transportado” realmente supone, te darías cuenta de que
es una súbita pérdida de la conciencia corporal y una experiencia de unión con
otra cosa en la que tu mente se expande para abarcarla. Esa otra cosa pasa a
formar parte de ti al tú unirte a ella. Y tanto tú como ella os completáis, y ninguno
se percibe entonces como separado. Lo
que realmente sucede es que has renunciado a la ilusión de una conciencia
limitada y has dejado de tenerle miedo a la unión. El amor que instantáneamente reemplaza a ese
miedo se extiende hasta lo que te ha liberado y se une a ello. Y mientras esto dura no tienes ninguna duda acerca
de tu Identidad ni deseas limitarla. Te has escapado del miedo, y has alcanzado
la paz no cuestionando la realidad, sino simplemente aceptándola. Has aceptado esto en lugar del cuerpo, y te
has permitido a ti mismo ser uno con algo que se encuentra más allá de éste, al
simplemente no permitir que tu mente esté limitada por él.
12. Esto puede ocurrir
independientemente de la distancia física que parezca haber entre ti y aquello
a lo que te unes; independientemente de vuestras respectivas posiciones en el
espacio o de vuestras diferencias de tamaño y aparente calidad. El tiempo es irrelevante: la unión puede
ocurrir con algo pasado, presente o con algo que se prevé. Ese “algo” puede ser cualquier cosa y estar en
cualquier parte; puede ser un sonido, algo que se ve, un pensamiento, un
recuerdo, o incluso una idea cualquiera sin ninguna referencia concreta. Mas
siempre te unes a ello sin reservas porque lo amas y quieres estar a su lado. Por eso te apresuras a ir a su encuentro, dejando
que tus limitaciones se desvanezcan, aboliendo todas las “leyes” que tu cuerpo
obedece y apartándote serenamente de ellas.
13. No hay violencia
alguna en este escape. No se ataca al cuerpo, sino simplemente se le percibe
correctamente. El cuerpo no puede limitarte, ya que ésa no es tu voluntad. En realidad no se te “saca” de él, ya que no
puede contenerte. Te diriges hacia donde
realmente quieres estar, adquiriendo, no perdiendo, una sensación de Ser. En estos instantes en que te liberas de toda
restricción física, experimentas mucho de lo que sucede en el instante santo:
un levantamiento de las barreras del tiempo y del espacio, una súbita
experiencia de paz y alegría. Mas por encima de todo, pierdes toda conciencia
del cuerpo y dejas de dudar acerca de si todo esto es posible o no.
14. Es posible porque tú
lo deseas. En la súbita expansión de
conciencia que tiene lugar solo con que tú lo desees reside el irresistible
atractivo del instante santo. Te exhorta
a que seas tú mismo en la seguridad de su abrazo. Ahí se te libera de todas las
leyes de la limitación y se te da la bienvenida a la mentalidad receptiva y a
la libertad. Ven a este lugar de refugio, donde puedes ser tú mismo en paz. No
mediante la destrucción ni mediante un escape, sino simplemente mediante una
serena fusión. Pues la paz se unirá a ti allí sencillamente porque has estado
dispuesto a abandonar los límites que le habías impuesto al amor, y porque te
uniste a él allí donde mora y adonde te condujo, en respuesta a su dulce
llamada a que estés en paz.
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