Capítulo 15
EL INSTANTE SANTO
Los dos usos del
tiempo
1. ¿Puedes imaginarte lo que sería no tener inquietudes,
preocupaciones ni ansiedades de ninguna clase, sino simplemente gozar de
perfecta calma y sosiego todo el tiempo? Ése es, no obstante, el propósito del
tiempo: aprender justamente eso y nada más. El Maestro de Dios no puede
sentirse satisfecho con Sus enseñanzas mientras éstas no constituyan lo único
que sabes. Su función docente no se consumará mientras no seas un alumno tan
dedicado que solo aprendes de Él. Cuando
eso haya ocurrido, ya no tendrás necesidad de un maestro ni de tiempo en el que
aprender.
2. La razón del aparente desaliento del que tal vez padezcas es tu
creencia de que ello toma tiempo y de que los resultados de las enseñanzas del
Espíritu Santo se encuentran en un futuro remoto. Sin embargo, no es así, pues el Espíritu Santo usa el tiempo a Su manera
y no está limitado por él. El tiempo es Su amigo a la hora de enseñar. No causa
deterioro en Él como lo hace en ti. Todo el deterioro que el tiempo parece
ocasionar se debe únicamente a tu identificación con el ego, que se vale del
tiempo para reforzar su creencia en la destrucción. El ego, al igual que el
Espíritu Santo, se vale del tiempo para convencerte de la inevitabilidad del
objetivo y del final del aprendizaje. El objetivo del ego es la muerte, que es
su propio fin. Mas el objetivo del Espíritu Santo es la vida, la cual no tiene
fin.
3. El ego es un aliado del tiempo, pero no un amigo. Pues desconfía
tanto de la muerte como de la vida, y lo que desea para ti, él no lo puede
tolerar. Él ego te quiere ver muerto, pero él no quiere morir. El resultado de
esta extraña doctrina no puede ser otro, por lo tanto, que el de convencerte de
que él te puede perseguir más allá de la tumba. Y al no estar dispuesto a que
ni siquiera en la muerte encuentres paz, te ofrece inmortalidad en el infierno.
Te habla del Cielo, pero te asegura que el Cielo no es para ti. Pues ¿qué
esperanzas pueden tener los culpables de ir al Cielo?
4. Creer en el infierno es ineludible para aquellos que se identifican
con el ego. Sus pesadillas y sus miedos están asociados con él. El ego te enseña que el infierno está en el
futuro, pues ahí es hacia donde todas sus enseñanzas apuntan. Su objetivo es el
infierno. Pues aunque tiene por finalidad la muerte y la disolución, él mismo
no cree en ello. El objetivo de muerte que ansía para ti le deja insatisfecho. Nadie
que siga sus enseñanzas puede estar libre del miedo a la muerte. Sin embargo,
si se pensase en la muerte simplemente como el fin del dolor, ¿se le tendría
miedo? Hemos visto antes esta extraña paradoja en el sistema de pensamiento del
ego, pero nunca tan claramente como aquí. Pues el ego tiene que dar la
impresión de que mantiene al miedo alejado de ti para conservar tu fidelidad.
Pero tiene que generar miedo para protegerse a sí mismo. Una vez más, el ego intenta—y lo logra con
demasiada frecuencia—hacer ambas cosas, valiéndose de la disociación para
mantener sus metas contradictorias unidas, de manera que parezcan estar
reconciliadas. El ego enseña, por lo
tanto, que la muerte es el final en lo que respecta a cualquier esperanza de
alcanzar el Cielo. Sin embargo, puesto que tú y el ego no podéis estar
separados, y puesto que él no puede concebir su propia muerte, te seguirá
persiguiendo porque la culpa es eterna. Tal es la versión que el ego tiene de la
inmortalidad. Y eso es lo que su versión
del tiempo apoya.
5. El ego enseña que el Cielo está aquí y ahora porque el futuro es el
infierno. Hasta cuando ataca tan
despiadadamente que trata de quitarle la vida al que cree que su voz es la
única que existe, incluso a ése le habla del infierno. Pues le dice que el infierno también está
aquí, y lo incita a que salte del infierno al olvido total. El único tiempo que el ego le permite
contemplar a cualquiera con ecuanimidad es el pasado. E incluso ahí, su único
valor es que ya no existe.
6. ¡Cuán desolado y desesperante es el uso que el ego hace del tiempo!
¡Y cuán aterrador! Pues tras su fanática
insistencia de que el pasado y el futuro son lo mismo se oculta una amenaza a la
paz todavía más insidiosa. El ego no hace alarde de su amenaza final, pues
quiere que sus devotos sigan creyendo que les puede ofrecer una escapatoria. Pero
la creencia en la culpabilidad no puede sino conducir a la creencia en el
infierno, y eso es lo que siempre hace. De la única manera en que el ego permite que
se experimente el miedo al infierno es trayendo el infierno aquí, pero siempre
como una muestra de lo que te espera en el futuro. Pues nadie que se considere
merecedor del infierno puede creer que su castigo acabará convirtiéndose en
paz.
7. El Espíritu Santo enseña, por lo tanto, que el infierno no existe. El infierno es únicamente lo que el ego ha
hecho del presente. La creencia en el
infierno es lo que te impide comprender el presente, pues tienes miedo de él. El Espíritu Santo conduce al Cielo tan
ineludiblemente como el ego conduce al infierno. Pues el Espíritu Santo, que solo conoce el presente, se vale de él para
desvanecer el miedo con el que el ego quiere inutilizarlo. Tal como el ego usa el tiempo, es imposible
librarse del miedo. Pues el tiempo, de
acuerdo con las enseñanzas del ego, no es sino un recurso de enseñanza para
incrementar la culpa hasta que ésta lo envuelva todo y exija eterna venganza.
8. El Espíritu Santo quiere desvanecer todo esto ahora. No es el
presente lo que da miedo, sino el pasado y el futuro, mas éstos no existen. El
miedo no tiene cabida en el presente cuando cada instante se alza nítido y
separado del pasado, sin que la sombra de éste se extienda hasta el futuro. Cada instante es un nacimiento inmaculado y
puro en el que el Hijo de Dios emerge del pasado al presente. Y el presente se
extiende eternamente. Es tan bello, puro
e inocente, que en él solo hay
felicidad. En el presente no se recuerda la obscuridad, y lo único que existe
es la inmortalidad y la dicha.
9. Esta lección no requiere tiempo para aprenderse. Pues ¿qué es el tiempo sin pasado ni futuro? El
que te hayas descarriado tan completamente ha requerido tiempo, pero ser lo que
eres no requiere tiempo en absoluto. Empieza a usar el tiempo de la misma manera en
que lo hace el Espíritu Santo: como un instrumento de enseñanza para alcanzar
la paz y la felicidad. Elige este
preciso instante, ahora mismo, y piensa en él como si fuese todo el tiempo que
existe. Ahí nada del pasado puede afectarte, y ahí es donde te encuentras
completamente absuelto, complemente libre y sin condenación alguna. Desde este instante santo donde tu santidad
nace de nuevo, seguirás adelante en el tiempo libre de todo temor y sin
experimentar ninguna sensación de cambio con el paso del tiempo.
10. El tiempo es inconcebible sin cambios, mas la santidad no cambia. Aprende de este instante algo más que el
simple hecho de que el infierno no existe. En este instante redentor reside el Cielo. Y el Cielo no cambiará, pues nacer al bendito
presente es librarse de los cambios. Los
cambios son ilusiones que enseñan los que no se pueden ver a sí mismos libres
de culpa. En el Cielo no se producen cambios
porque Dios es inmutable. En el instante
santo en que te ves a ti mismo resplandeciendo con el fulgor de la libertad,
recuerdas a Dios. Pues recordarle es
recordar la libertad.
11. Si sientes la tentación de desanimarte pensando cuánto tiempo va a
tomar poder cambiar de parecer tan radicalmente, pregúntate a ti mismo: “¿Es
mucho un instante?” ¿No le ofrecerías al
Espíritu Santo tan poco de tu tiempo para tu salvación? Él no te pide nada más, pues no tiene
necesidad de nada más. Requiere mucho
más tiempo enseñarte a que estés dispuesto a darle esto que lo que Él tarda en
valerse de ese ínfimo instante para ofrecerte el Cielo en su totalidad. A
cambio de ese instante, Él está listo para darte el recuerdo de la eternidad.
12. Mas nunca le podrás dar al Espíritu Santo ese instante santo en
favor de tu liberación, mientras no estés dispuesto a dárselo a tus hermanos en
favor de la suya. Pues el instante de la santidad es un instante que se
comparte, y no puede ser solo para ti. Cuando
te sientas tentado de atacar a un hermano, recuerda que su instante de
liberación es el tuyo. Los milagros son
los instantes de liberación que ofreces y que recibirás. Dan testimonio de que
estás dispuesto a ser liberado y a ofrecerle el tiempo al Espíritu Santo a fin
de que Él lo use para Sus propósitos.
13. ¿Cuánto dura un instante? Dura tan poco para tu hermano como para
ti. Practica conceder ese bendito
instante de libertad a todos los que están esclavizados por el tiempo, haciendo
así que para ellos éste se convierta en su amigo. Mediante tu dación, el Espíritu Santo te da a
ti el bendito instante que tú les das a tus hermanos. Al ofrecerlo, Él te lo
ofrece a ti. No seas reacio a dar lo que
quieres recibir de Él, pues al dar te unes a Él. En la cristalina pureza de la liberación que
otorgas radica tu inmediata liberación de la culpa. Si ofreces santidad no
puedes sino ser santo.
14. ¿Cuánto dura un instante? Dura el tiempo que sea necesario para
restablecer la perfecta cordura, la perfecta paz y el perfecto amor por todo el
mundo, por Dios y por ti; el tiempo que sea necesario para recordar la
inmortalidad y a tus creaciones inmortales que la comparten contigo; el tiempo
que sea necesario para intercambiar el infierno por el Cielo. Dura el tiempo suficiente para que puedas
trascender todo lo que el ego ha hecho y ascender hasta tu Padre.
15. El tiempo es tu amigo si lo pones a disposición del Espíritu
Santo. Él necesita muy poco para restituirte
todo el Poder de Dios. Aquel que
trasciende el tiempo por ti entiende cuál es su propósito. La santidad no radica en el tiempo, sino en la
eternidad. Jamás hubo un solo instante en el que el Hijo de Dios pudiera haber
perdido su pureza. Su estado inmutable
está más allá del tiempo, pues su pureza permanece eternamente inalterable y
más allá del alcance del ataque. Ante su
santidad el tiempo se detiene y deja de cambiar. Y así, deja de ser tiempo. Pues al estar
atrapado en el único instante de la eterna santidad de la Creación de Dios, se
transforma en eternidad. Da el instante
eterno, para que en ese radiante instante de perfecta liberación se pueda recordar
la eternidad por ti. Ofrece el milagro
del instante santo por medio del Espíritu Santo y deja que sea Él Quien se
encargue de dártelo a ti.
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