El santo lugar
de encuentro
1. Has ocultado en las tinieblas la gloria que Dios te dio, así como
el poder con que Él dotó a Su inocente Hijo. Todo ello yace oculto en cada
rincón tenebroso, envuelto en culpabilidad y en la obscura negación de la
inocencia. Detrás de las sombrías
puertas que has cerrado no hay nada porque no hay nada que pueda opacar el
regalo de Dios. El que las hayas cerrado
es lo que te impide reconocer el poder de Dios que refulge en ti. No destierres
el poder de tu mente, sino permite que todo lo que oculta tu gloria sea llevado
ante el juicio del Espíritu Santo para que allí quede disuelto. Todo aquel a
quien Él quiere salvar para la gloria es salvado para ella. Él le prometió al Padre que tú serías liberado
de la pequeñez y llevado a la gloria a través Suyo. Él es completamente fiel
a lo que le prometió a Dios, pues comparte con Él la promesa que se le dio para
que la compartiera contigo.
2. Él aún la comparte, para tu beneficio. Cualquier otra cosa que te
prometa algo diferente, sea grande o pequeño, de mucho o poco valor, Él la
reemplazará con la única promesa que se le dio para que la depositara sobre el
Altar a tu Padre y a Su Hijo. No hay
ningún altar a Dios que no incluya a Su Hijo. Y cualquier cosa que se lleve
ante dicho Altar que no sea igualmente digna de Ambos, será reemplazada por
regalos que sean completamente aceptables tanto para el Padre como para el
Hijo. ¿Puedes acaso ofrecerle
culpabilidad a Dios? No puedes, entonces,
ofrecérsela a Su Hijo. Pues Ellos no están separados, y los regalos que se le
hacen a Uno, se le hacen al Otro. No conoces a Dios porque desconoces esto. Y sin embargo, conoces a Dios y también sabes
esto. Todo ello se encuentra a salvo dentro de ti, allí donde refulge el
Espíritu Santo. Y Él no refulge donde hay división, sino en el lugar de
encuentro donde Dios, unido a Su Hijo, le habla a Éste a través de Él. La comunicación entre lo que no puede ser
dividido no puede cesar. En ti y en el Espíritu Santo reside el santo lugar de
encuentro del Padre y del Hijo, Quienes jamás han estado separados. Ahí no es
posible ninguna clase de interferencia en la comunicación que Dios Mismo ha dispuesto
tener con Su Hijo. El amor fluye constantemente entre Padre e Hijo sin
interrupción ni hiatos tal como Ambos disponen que sea. Y por lo tanto, así es.
3.
No dejes que tu mente vague por corredores sombríos, lejos del centro de la
luz. Tú y tu hermano pueden elegir extraviarse, pero solo se pueden volver a
unir a través del Guía que se les ha proporcionado. Él te conducirá sin duda
alguna allí donde Dios y Su Hijo esperan tu reconocimiento de Ellos. Ellos están unidos en el propósito de darte el
regalo de unidad ante el cual toda separación desaparece. Únete a lo que eres. No puedes unirte a nada, excepto a la
realidad. La Gloria de Dios y de Su Hijo es ciertamente tuya. Ellos no tienen
opuesto, y no hay nada más que puedas otorgarte a ti mismo.
4. No existe substituto para la verdad. Y la verdad hará que esto te
resulte evidente a medida que se te conduce al lugar donde has de encontrarte
con ella. Y se te conducirá allí
mediante una dulce comprensión que no te puede conducir a ninguna otra parte. Donde Dios está, allí estás tú. Ésa es la verdad. Nada puede convertir el Conocimiento que Dios
te dio en falta de conocimiento. Todo lo
que Dios creó conoce a su Creador. Pues
así es como el Creador y Sus Creaciones crean la Creación. En el santo lugar de encuentro el Padre y Sus
Creaciones están unidos, y junto con Ellos lo están también las creaciones de
Su Hijo. Hay un solo eslabón que los une
a todos y los mantiene en la unidad desde la cual tiene lugar la Creación.
5. El eslabón a través del cual
el Padre se une a quienes Él da el poder de crear jamás puede ser destruido. El
Cielo en sí es la unión de toda la Creación Consigo Misma y con Su único
Creador. Y el Cielo sigue siendo lo que la Voluntad de Dios dispone para ti. No deposites ninguna otra ofrenda sobre tus
altares, pues no hay nada que pueda coexistir con el Cielo. Ahí tus insignificantes
ofrendas se depositan junto al regalo de Dios, y solo lo que es digno del Padre
es aceptado por el Hijo, a quien va destinado. A quien Dios se da a Sí Mismo,
Dios se ha dado. Tus insignificantes ofrendas desaparecerán del altar donde Él
ha depositado la Suya Propia.
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