La nube de
culpabilidad
1. La culpabilidad sigue siendo lo único que oculta al Padre, pues la
culpabilidad es el ataque que se comete contra Su Hijo. Los que se sienten
culpables siempre condenan y, una vez que han condenado, lo siguen haciendo,
vinculando el futuro al pasado tal como estipula la ley del ego. Guardarle fidelidad a esta ley impide el paso
de la luz, pues exige que se le guarde fidelidad a la obscuridad y prohíbe el
despertar. Las leyes del ego son
estrictas y cualquier violación se castiga severamente. Por lo tanto, no las obedezcas, pues son las
leyes del castigo. Y aquellos que las
acatan creen que son culpables y, por consiguiente, no pueden sino condenar. Las Leyes de Dios tienen que intervenir entre
el futuro y el pasado para que puedas liberarte. La Expiación se alza entre
ellos como una lámpara que resplandece con tal fulgor que la cadena de
obscuridad a la que te ataste a ti mismo desaparece.
2. Librarse uno de la culpa es lo que des-hace completamente al ego. No hagas de nadie un ser temible, pues su
culpabilidad es la tuya, y al obedecer las severas órdenes del ego, haces que
su condena recaiga sobre ti y no podrás escapar del castigo que él inflige a
los que lo obedecen. El ego premia la
fidelidad que se le guarda con dolor, pues tener fe en él es dolor. Y la fe solo se puede recompensar en función
de la creencia en la que se depositó. La fe le infunde poder a la creencia, y
dónde se deposita dicha fe es lo que determina la recompensa, pues la fe siempre se deposita en lo que se
valora, y lo que valoras se te devuelve.
3. El mundo te puede dar únicamente lo que tú le diste, pues al no ser
otra cosa que tu propia proyección, no tiene ningún significado aparte del que
tú viste en él y en el que depositaste tu fe. Sé fiel a la obscuridad y no podrás ver porque
tu fe será recompensada tal corno la diste. Aceptarás tu tesoro, y si depositas tu fe en
el pasado, el futuro será igual. Cualquier cosa que tienes en gran estima la
consideras tuya. El poder que le otorgas al atribuirle valor hace que sea así.
4. La Expiación conlleva una revaluación de todo lo que tienes en gran
estima, pues es el medio a través del cual el Espíritu Santo puede separar lo
falso de lo verdadero, lo cual has aceptado en tu mente sin hacer ninguna
distinción entre ambos. No puedes, por
lo tanto, valorar lo uno sin lo otro, y la culpabilidad se ha convertido en
algo tan real para ti como la inocencia. Tú no crees que el Hijo de Dios sea inocente
porque ves el pasado, pero no lo ves a él. Cuando condenas a un hermano estás diciendo:
“Yo que soy culpable elijo seguir siéndolo”. Has negado su libertad, y al hacer eso, has
negado el testigo de la tuya. Con igual
facilidad podías haberlo liberado del pasado y eliminado de su mente la nube de
culpabilidad que lo encadena a él. Y en
su libertad habrías encontrado la tuya.
5. No lo condenes por su culpabilidad, pues su culpa reside en el pensamiento
secreto de que él te ha hecho lo mismo a ti. ¿Le enseñarías entonces que su
desvarío es real? La idea de que el inocente Hijo de Dios puede atacarse a sí
mismo y declararse culpable es una locura. No creas esto de nadie, en ninguna forma, pues
la condenación y el pecado son lo mismo, y creer en uno es tener fe en el otro,
lo cual invita al castigo en lugar de al amor. Nada puede justificar la demencia, y pedir que
se te castigue no puede sino ser una locura.
6. No consideres a nadie culpable entonces y estarás afirmando la
verdad de tu inocencia ante ti mismo. Cada vez que condenas al Hijo de Dios te
convences a ti mismo de tu propia culpabilidad. Si quieres que el Espíritu Santo te libere de
ella, acepta Su ofrecimiento de Expiación para todos tus hermanos. Pues así es como aprendes que es verdad para
ti. Nunca te olvides de que es imposible
condenar al Hijo de Dios parcialmente. Los que consideras culpables se convierten en
los testigos de tu culpabilidad, y es en ti donde la verás, pues estará ahí
hasta que sea des-hecha. La culpa se encuentra en tu mente, la cual se ha
condenado a sí misma. No sigas
proyectando culpa, pues mientras lo hagas no podrá ser des-hecha. Cada vez que
liberas a un hermano de su culpa, grande es el júbilo en el Cielo, donde los
testigos de tu paternidad se regocijan.
7. La culpabilidad te ciega, pues no podrás ver la luz mientras sigas
viendo una sola mancha de culpa dentro de ti. Y al proyectarla, el mundo te parecerá tenebroso
y estar envuelto en ella. Arrojas un
obscuro velo sobre él y esto te impide verlo porque no puedes mirar en tu
interior. Tienes miedo de lo que verías, pero lo que temes ver no está ahí. Aquello de lo que tienes miedo ha
desaparecido. Si mirases en tu interior,
verías solamente la Expiación, resplandeciendo serenamente y en paz sobre el
Altar a tu Padre.
8. No tengas miedo de mirar en tu interior. El ego te dice que lo único que hay dentro de
ti es la negrura de la culpabilidad, y te exhorta a que no mires. En lugar de eso, te insta a que contemples a
tus hermanos y veas la culpabilidad en ellos. Mas no puedes hacer eso sin condenarte a
seguir estando ciego, pues aquellos que
ven a sus hermanos en las tinieblas, y los declaran culpables en las tinieblas
en las que los envuelven, tienen demasiado miedo de mirar a la luz interna. Dentro de ti no se encuentra lo que crees que
está ahí, y en lo que has depositado tu fe. Dentro de ti está la santa señal de
la perfecta fe que tu Padre tiene en ti. Tu Padre no te evalúa como tú te evalúas a ti
mismo. Él se conoce a Sí Mismo y conoce también la verdad que mora en ti. Sabe que no hay diferencia alguna entre Él y
dicha verdad, pues Él no sabe de diferencias. ¿Puedes acaso ver culpabilidad
allí donde Dios sabe que hay perfecta inocencia? Puedes negar Su Conocimiento,
pero no lo puedes alterar. Contempla,
pues, la luz que Él puso dentro de ti y date cuenta de que lo que temías
encontrar ahí ha sido reemplazado por el amor.
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