Tu liberación de
la culpabilidad
1. Estás acostumbrado a la noción de que la mente puede ver la fuente
del dolor donde ésta no se encuentra. El dudoso servicio de tal desplazamiento
es ocultar la verdadera fuente de la culpabilidad y mantener fuera de tu
conciencia la percepción plena de que dicha noción es demente. El desplazamiento
siempre se perpetúa mediante la ilusión de que la fuente de la culpabilidad, de
la cual se desvía la atención, tiene que ser verdad; y no puede sino ser
temible o, de lo contrario, no habrías desplazado la culpa hacia lo que creíste
que era menos temible. Estás dispuesto, por consiguiente, a mirar a toda clase
de “fuentes”, siempre y cuando no sea la fuente que yace más adentro con la que
no guardan relación alguna.
2. Las ideas dementes no guardan ninguna relación real, pues por eso
es por lo que son dementes. Ninguna
relación real puede estar basada en la culpabilidad ni contener una sola mancha
de culpa que mancille su pureza. Pues todas las relaciones en las que la culpa
ha dejado impresa su huella se usan únicamente para evitar a la persona y
evadir la culpabilidad. ¡Qué relaciones tan extrañas has entablado para apoyar
este extraño propósito! Y te olvidaste
de que las relaciones reales son santas y de que no te puedes valer de ellas en
absoluto. Son para el uso exclusivo del Espíritu Santo, y esto es lo que hace
que sean puras. Si descargas tu culpa
sobre ellas, el Espíritu Santo no puede entonces usarlas. Pues al apropiarte para tus propios fines de
lo que deberías haberle entregado a Él, Él no podrá valerse de ello para
liberarte. Nadie que en cualquier forma que sea quiera unirse a otro para
salvarse él solo, hallará la salvación en esa extraña relación. No es una relación que se comparta, por
consiguiente, no es real.
3. En cualquier unión con un hermano en la que procures descargar tu
culpa sobre él, compartirla con él o percibirla en él, te sentirás culpable. No
hallarás tampoco satisfacción ni paz con él porque tu unión con él no es real.
Verás culpabilidad en esa relación porque tú mismo la sembraste en ella. Es
inevitable que quienes experimentan culpabilidad traten de desplazarla, pues
creen en ella. Sin embargo, aunque sufren, no buscan la causa de su sufrimiento
dentro de sí mismos para así poder abandonarla. No pueden saber que aman ni pueden
entender lo que es amar. Su mayor preocupación es percibir la fuente de la
culpabilidad fuera de sí mismos, más allá de su control.
4. Cuando mantienes que eres culpable, pero que la fuente de tu
culpabilidad reside en el pasado, no estás mirando en tu interior. El pasado no
se encuentra en ti. Las extrañas ideas
que asocias con él no tienen sentido en el presente. Dejas, no obstante, que se
interpongan entre tú y tus hermanos, con quienes no entablas verdaderas
relaciones en absoluto. ¿Cómo puedes
esperar valerte de tus hermanos como un medio para solventar el pasado y al
mismo tiempo verlos tal como realmente son? Aquellos que se valen de sus
hermanos para resolver problemas que no existen no pueden encontrar la
salvación. No la quisiste en el pasado. ¿Cómo puedes esperar encontrarla ahora si
impones tus vanos deseos en el presente?
5. Resuélvete, por consiguiente, a dejar de ser como has sido. No te
valgas de ninguna relación para aferrarte al pasado, sino que vuelve a nacer cada
día con cada una de ellas. Un minuto, o incluso menos, será suficiente para que
te liberes del pasado y le entregues tu mente a la Expiación en paz. Cuando les
puedas dar la bienvenida a todos, tal como quisieras que tu Padre te la diese a
ti, dejarás de ver culpabilidad en ti mismo. Pues habrás aceptado la Expiación,
la cual seguía refulgiendo en tu interior mientras soñabas con la culpa, si
bien no la veías porque no buscabas dentro de ti.
6. Mientras de algún modo creas que está justificado considerar a otro
culpable, independientemente de lo que haya hecho, no buscarás dentro de ti,
donde siempre encontrarías la Expiación. A la culpabilidad no le llegará su fin
mientras creas que está justificada. Tienes que aprender, por lo tanto, que la
culpa es siempre demente y que no tiene razón de ser. El propósito del Espíritu Santo no es
desvanecer la realidad. Si la culpa
fuera real, la Expiación no existiría. El propósito de la Expiación es desvanecer las
ilusiones, no considerarlas reales y luego perdonarlas.
7. El Espíritu Santo no conserva ilusiones en tu mente a fin de
atemorizarte ni te las enseña con miedo para mostrarte de lo que te ha salvado.
Eso de lo que te ha salvado ha
desaparecido. No le otorgues realidad a la culpa ni veas razón alguna que la
justifique. El Espíritu Santo hace lo
que Dios quiere que haga, y eso es lo que siempre ha hecho. Ha visto la separación, pero solo conoce la
unión. Enseña a sanar, pero sabe también lo que es la Creación. El Espíritu
Santo quiere que veas y enseñes tal como Él lo hace, y a través de Él. No obstante, lo que Él sabe tú lo desconoces
aunque es tuyo.
8. Ahora se te concede poder sanar y enseñar para dar lugar a lo que
algún día será ahora, pero que de
momento aún no lo es. El Hijo de Dios
cree estar perdido en la culpabilidad, solo en un mundo tenebroso donde el
dolor le acosa por todas partes desde el exterior. Cuando haya mirado dentro de sí y haya visto
la radiante luz que allí se encuentra, recordará cuánto lo ama su Padre. Y le parecerá increíble que hubiese podido
alguna vez pensar que su Padre no le amaba y que lo condenaba. En el momento en
que te des cuenta de que la culpa es una locura totalmente injustificada y sin
ninguna razón de ser, no tendrás miedo de contemplar la Expiación y aceptarla
totalmente.
9. Tú que has sido despiadado contigo mismo, no recuerdas el Amor de
tu Padre. Y al contemplar a tus hermanos
sin piedad, no recuerdas cuánto Lo amas. Tu amor por Él, no obstante, es por siempre
verdadero. La perfecta pureza en la que
fuiste creado se encuentra dentro de ti en paz radiante. No temas mirar a la excelsa verdad que mora en
ti. Mira a través de la nube de
culpabilidad que empaña tu visión, más allá de la obscuridad, hasta el santo
lugar donde verás la luz. El Altar de tu
Padre es tan puro como Aquel que lo elevó hasta Sí Mismo. Nada puede impedir que veas lo que Cristo quiere
que veas. Su Voluntad es como la de Su
Padre, y es misericordioso con todas las criaturas de Dios tal como quisiera
que tú lo fueras.
10. Libera a otros de la culpa como tú quisieras ser liberado. Ésa es la única manera de mirar en tu interior
y ver la luz del amor refulgiendo con la misma constancia y certeza con la que
Dios Mismo ha amado siempre a Su Hijo. Y
con la que Su Hijo lo ama a Él. En el amor no hay cabida para el miedo, pues el
amor es inocente. No hay razón alguna para que tú, que siempre has amado a tu
Padre, tengas miedo de mirar en tu interior y ver tu santidad. Tú no puedes ser
como has creído ser. Tu culpabilidad no
tiene razón de ser porque no está en la Mente de Dios, donde tú estás. Y ésta es la sensatez que el Espíritu Santo
quiere restituirte. Él solo desea desvanecer tus ilusiones. Pero quiere que
veas todo lo demás. Y en la visión de Cristo te mostrará la perfecta pureza que
se encuentra por siempre dentro del Hijo de Dios.
11. No puedes entablar ninguna relación real con ninguno de los Hijos
de Dios a menos que los ames a todos y que los ames por igual. El amor no hace
excepciones. Si otorgas tu amor a una sola parte de la Filiación
exclusivamente, estarás sembrando culpa en todas tus relaciones y haciendo que
sean irreales. Solo puedes amar tal como Dios ama. No intentes amar de forma
diferente de como Él lo hace, pues no hay amor aparte del Suyo. Hasta que no reconozcas que esto es verdad, no
tendrás idea de lo que es el amor. Nadie
que condena a un hermano puede considerarse inocente o que mora en la Paz de
Dios. Si es inocente y está en paz, pero
no lo ve, se está engañando, y eso significa que no se ha contemplado a sí
mismo. A él le digo: Contempla al Hijo de Dios, observa su pureza y permanece
muy quedo. Contempla serenamente su
santidad y dale gracias a su Padre por el hecho de que la culpa jamás haya
dejado huella alguna en él.
12. Ni una sola de las ilusiones que has albergado contra él ha
mancillado en forma alguna su inocencia. Su radiante pureza, que no se ve
afectada en modo alguno por la culpabilidad y es completamente amorosa, brilla
dentro de ti. Contemplémosle juntos y amémosle, pues en tu amor por él radica
tu inocencia. Y solo con que te contemples a ti mismo, la alegría y el aprecio
que sentirás por lo que veas erradicará la culpabilidad para siempre. Gracias,
Padre, por la pureza de Tu santísimo Hijo, a quien creaste libre de toda culpa
eternamente.
13. Al igual que tú, yo deposito mi fe y mi creencia en lo que tengo
en gran estima. La diferencia es que yo
amo solamente lo que Dios ama conmigo, y por esa razón el valor que te otorgo
trasciende el valor que tú te has atribuido a ti mismo, y es incluso igual que
el valor que Dios Mismo te otorgó. Amo
todo lo que Él creó y le ofrezco toda mi fe y todo el poder de mi creencia. Mi fe en ti es tan inquebrantable como el amor
que le profeso a mi Padre. Mi confianza en ti es ilimitada y está desprovista
del temor de que tú no me oigas. Doy gracias al Padre por tu hermosura y por
los muchos dones que me permitirás ofrecerle al Reino en honor de su plenitud,
que es la de Dios.
14. Alabado seas tú que haces que el Padre sea Uno con Su Propio Hijo.
Por separado no somos nada, pero unidos, brillamos con un fulgor tan intenso
que ninguno de nosotros por sí solo podría ni siquiera concebir. Ante el
glorioso esplendor del Reino la culpabilidad se desvanece, y habiéndose
transformado en bondad ya nunca volverá a ser lo que antes fue. Cada reacción
que experimentes estará tan purificada que será digna de ser ofrecida como un
himno de alabanza a tu Padre. Ve en lo que Él ha creado únicamente una alabanza
a Él, pues Él nunca cesará de alabarte a ti. Nos hallamos unidos en esta alabanza ante las
puertas del Cielo donde sin duda habremos de entrar debido a nuestra
inocencia. Dios te ama. ¿Y cómo iba a poder yo, entonces, no tener fe
en ti y amarlo a Él perfectamente?
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