El perdón y el
final del tiempo
1. ¿Cuán dispuesto estás a perdonar a tu hermano? ¿Hasta qué punto
deseas la paz en lugar de los conflictos interminables, el sufrimiento y el
dolor? Estas preguntas son en realidad la misma pregunta, aunque formuladas de
manera diferente. En el perdón reside tu paz, pues en él radica el fin de la
separación y del sueño de peligro y destrucción, de pecado y muerte, de locura
y asesinato, así como de aflicción y pérdida. Éste es el “sacrificio” que pide
la salvación y, a cambio de todo ello, gustosamente ofrece la paz.
2. ¡No jures morir, santo Hijo de Dios! Pues eso es hacer un trato que
no puedes cumplir. Al Hijo de la Vida no
se le puede destruir. Es inmortal como su Padre. Lo que él es no puede ser
alterado. Él es lo único en todo el universo que necesariamente es uno. A todo
lo que parece eterno le llegará su fin. Las estrellas desaparecerán, y la noche
y el día dejarán de ser. Todas las cosas que van y vienen, la marea, las
estaciones del año y las vidas de los hombres; todas las cosas que cambian con
el tiempo y que florecen y se marchitan se irán para no volver jamás. Lo eterno
no se encuentra allí donde el tiempo ha fijado un final para todo. El Hijo de
Dios jamás puede cambiar por razón de lo que los hombres han hecho de él. Será
como siempre ha sido y como es, pues el tiempo no fijó su destino ni marcó la
hora de su nacimiento ni la de su muerte. El perdón no lo cambiará. No
obstante, el tiempo solo está a la espera del perdón para que las cosas del
tiempo puedan desaparecer, ya que no son de ninguna utilidad.
3. Nada sobrevive a su propósito. Si algo fue concebido para morir,
morirá, a no ser que se niegue a aceptar ese propósito como propio. El cambio
es lo único que se puede convertir en una bendición aquí, donde ningún
propósito es fijo por muy inmutable que parezca ser. No creas que puedes fijar
un objetivo que no concuerde con el propósito que Dios te encomendó, y hacer
que sea inmutable y eterno. Puedes adjudicarte un propósito que no te
corresponde, pero no puedes deshacerte del poder de cambiar de parecer y
establecer otro propósito en tu mente.
4. Poder cambiar es el mayor regalo que Dios le dio a todo lo que tú
quisieras hacer eterno, para asegurarse de que el Cielo fuera lo único que no
desapareciese. No naciste para morir. Y no puedes cambiar, ya que tu función la
fijó Dios. Todos los demás objetivos, excepto uno, operan en el tiempo y
cambian de manera que éste se pueda perpetuar. Pues el perdón no se propone
conservar el tiempo, sino abolirlo una vez que deja de ser de utilidad. Y una
vez que deja de ser útil, desaparece. Y ahí donde una vez parecía reinar, se
restaura ahora a plena conciencia la función que Dios le encomendó a Su Hijo. El
tiempo no puede fijar un final para el cumplimiento de esta función ni para su
inmutabilidad. La muerte no existe porque todo lo que vive comparte la función
que su Creador le asignó. La función de la vida no puede ser morir. Tiene que
ser la extensión de la Vida, para que sea eternamente una para siempre y sin
final.
5. Este mundo te atará de pies y manos y destruirá tu cuerpo,
únicamente si piensas que se construyó para crucificar al Hijo de Dios. Pues
aunque el mundo sea un sueño de muerte, no tienes por qué dejar que sea eso
para ti. Deja que esto cambie y todas las cosas en el mundo no podrán sino
cambiar también. Pues aquí todo se define en función del propósito que tú le
asignas.
6. ¡Qué bello es el mundo cuyo propósito es perdonar al Hijo de Dios! ¡Cuán
libre de miedo está y cuán repleto de bendiciones y felicidad! ¡Y qué dicha es
morar por un tiempo en un lugar tan feliz! Mas no debemos olvidarnos de que en
un mundo así no transcurre mucho tiempo antes de que la intemporalidad venga
calladamente a ocupar el lugar del tiempo.
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