El sueño de perdón
1. El que es esclavo de ídolos lo es porque está dispuesto a serlo. Y
dispuesto tiene que estar para poderse postrar en adoración ante lo que no
tiene vida y buscar poder en lo que es impotente. ¿Qué le sucedió al santo Hijo
de Dios para que su deseo fuera dejarse caer más bajo que las piedras del suelo
y esperar que los ídolos lo elevasen? Escucha, pues, tu historia en el sueño
que tejiste y pregúntate si no es verdad que no crees que sea un sueño.
2. En la mente que Dios creó perfecta como Él Mismo se adentró un
sueño de juicios. Y en ese sueño el Cielo se trocó en infierno y Dios se convirtió
en el enemigo de Su Hijo. ¿Cómo puede despertar el Hijo de Dios de este
sueño? Es un sueño de juicios. Para
despertar, por lo tanto, tiene que dejar de juzgar. Pues el sueño parecerá
prolongarse mientras él forme parte de él. No juzgues, pues el que juzga tiene
necesidad de ídolos para evitar que sus juicios recaigan sobre sí mismo. Tampoco
puede conocer al Ser al que ha condenado. No juzgues, pues si lo haces, pasas a
formar parte de sueños malvados en los que los ídolos se convierten en tu
“verdadera” identidad, así como en la salvación del juicio que, lleno de terror
y culpabilidad, emitiste acerca de ti mismo.
3. Todas las figuras del sueño son ídolos, concebidos para que te
salven del sueño. No obstante, fueron concebidos para salvarte de aquello de lo
que forman parte. De esta manera, el ídolo mantiene el sueño vivo y temible,
pues, ¿quién podría desear un ídolo a no ser que estuviera aterrorizado y lleno
de desesperación? Esto es lo que el ídolo representa. Venerarlo, por lo tanto,
es venerar la desesperación y el terror, así como el sueño de donde éstos
proceden. Todo juicio es una injusticia
contra el Hijo de Dios, “por lo que es justo que el que le juzgue no eluda la
pena que se impuso a sí mismo dentro del sueño que forjó”. Dios sabe de
justicia, no de castigos. Pero en el sueño de juicios tú atacas y te condenas a
ti mismo; y deseas ser el esclavo de ídolos que se interponen entre tus juicios
y la pena que éstos conllevan.
4. No puede haber salvación en el sueño tal como lo estás soñando. Pues
los ídolos no pueden sino ser parte de él, para salvarte de lo que crees haber
hecho y de lo que crees que hiciste para volverte un pecador y extinguir la luz
interna. Criatura de Dios, la luz aún se encuentra en ti. No estás sino
soñando, y los ídolos son los juguetes con los que sueñas que juegas. ¿Quiénes,
sino los niños, tienen necesidad de juguetes? Los niños juegan a gobernar el
mundo, y le otorgan a sus juguetes el poder de moverse, hablar, pensar, sentir
y comunicarse por ellos. Sin embargo, todo lo que los juguetes parecen hacer
solo tiene lugar en las mentes de los que juegan con ellos. No obstante, ansían
olvidarse de que ellos mismos son los autores del sueño en el que los juguetes
son reales, y no quieren reconocer que los deseos de éstos son en realidad los
suyos propios.
5. Las pesadillas son sueños pueriles. En ellos los juguetes se han
vuelto contra el niño que pensó haberles otorgado realidad. Mas ¿tiene acaso un
sueño el poder de atacar? ¿Podría un juguete volverse enorme y peligroso, feroz
y salvaje? Esto es lo que el niño cree, pues tiene miedo de sus pensamientos y
se los atribuye a los juguetes. Y la realidad de éstos se convierte en la suya
propia porque los juguetes parecen salvarlo de sus pensamientos. Sin embargo, los juguetes mantienen sus
pensamientos vivos y reales, pero él los ve fuera de sí mismo, desde donde
pueden volverse contra él puesto que los traicionó. El niño cree que necesita
los juguetes para poder escapar de sus pensamientos porque cree que sus
pensamientos son reales. Y así, convierte todo en un juguete para hacer que su
mundo siga siendo algo externo a él, y pretender que él no es más que una parte
de ese mundo.
6. Llega un momento en que la infancia debería dejarse atrás para
siempre. No sigas aferrándote a los juguetes de la niñez. Deséchalos, pues ya
no tienes necesidad de ellos. El sueño de juicios no es más que un juego de
niños, en el que el niño se convierte en un padre poderoso, pero con la limitada
sabiduría de un niño. Lo que le hiere es destruido; lo que le ayuda, bendecido.
Excepto que juzga con el criterio de un niño que no sabe distinguir entre lo
que le hace daño y lo que le sanaría. Cosas adversas parecen acontecerle, y
tiene miedo del caos que ve en un mundo que cree gobernado por las leyes que él
mismo promulgó. El mundo real, no obstante, no se ve afectado por el mundo que
él cree real ni sus leyes han cambiado porque él no las entienda.
7. El mundo real es también un sueño. Excepto que en él los personajes
han cambiado y no se ven como ídolos traicioneros. El mundo real es un sueño en
el que no se usa a nadie para que sea el substituto de otra cosa ni tampoco se
le interpone entre los pensamientos que la mente concibe y lo que ve. No se usa
a nadie para lo que no es, pues las cosas infantiles hace mucho que se dejaron
atrás. Y lo que una vez fue un sueño de juicios se ha convertido ahora en un
sueño donde todo es dicha porque ése es su propósito. Ahí solo pueden tener
lugar sueños de perdón, pues el tiempo está a punto de finalizar. Y las figuras
que entran a formar parte del sueño se perciben ahora como hermanos, a los que
ya no se juzga, sino que se les ama.
8. No es necesario que los sueños de perdón sean de larga duración. No
se concibieron para separar a la mente de sus pensamientos ni intentan probar
que el sueño lo está soñando otro. En ellos se puede oír una melodía que todos
recuerdan, si bien no la han oído desde antes de los orígenes del tiempo. El
perdón, una vez que es total, hace que la intemporalidad esté tan cerca que
entonces se puede oír el himno del Cielo, no con los oídos, sino con la
santidad que nunca se ausentó del altar que se encuentra eternamente en lo más
profundo del Hijo de Dios. Y cuando éste vuelve a oír este himno, se da cuenta
de que nunca había dejado de escucharlo. ¿Y adónde va a parar el tiempo una vez
que se han abandonado los sueños de juicios?
9. Siempre que tienes miedo, de la clase que sea—y tienes miedo si no
estás experimentando una profunda felicidad, certeza de que dispones de ayuda y
una serena confianza de que el Cielo te acompaña—ten por seguro que has forjado
un ídolo que crees que te va a traicionar. Pues bajo tus esperanzas de que el
ídolo te salve, yace la culpa y el dolor de la auto traición y de la
incertidumbre, tan profundos y amargos, que el sueño no puede ocultar completamente
tu sensación de fracaso. El resultado de tu auto traición tiene que ser el
miedo, pues el miedo es un juicio que inevitablemente conduce a la frenética
búsqueda de ídolos y de la muerte.
10. Los sueños de perdón te recuerdan que estás a salvo y que no te
has atacado a ti mismo. De esta manera, tus terrores infantiles desaparecen y
los sueños se convierten en la señal de que has comenzado de nuevo y no de que
has tratado una vez más de venerar ídolos y de perpetuar el ataque. Los sueños
de perdón son benévolos con todo aquel que forma parte de ellos. Y así, liberan
completamente al soñador de los sueños de miedo. Él deja entonces de tener
miedo de sus propios juicios, pues no ha juzgado a nadie ni ha intentado
liberarse mediante juicios de lo que los propios juicios imponen. Y ahora
recuerda continuamente lo que había olvidado cuando los juicios parecían ser la
manera de salvarle de la sanción que ellos mismos imponen.
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