La restitución
de la justicia al amor
1. El Espíritu Santo puede usar todo lo que le ofreces para tu
salvación. Pero no puede usar lo que te niegas a entregarle, ya que no puede
quitártelo sin tu consentimiento. Pues si lo hiciera, creerías que te lo arrebató
en contra de tu voluntad. Y así, no aprenderías que tu voluntad es no tenerlo. Él
no necesita que estés completamente dispuesto a entregárselo, pues si ése fuera
el caso, no tendrías ninguna necesidad de Él. Pero sí necesita que prefieras
que Él lo tome a que tú te lo quedes solo para ti, y que reconozcas que no
sabes qué es lo que no supone una pérdida para nadie. Eso es lo único que se
tiene que añadir a la idea de que nadie tiene que perder para que tú ganes. Nada
más.
2. He aquí el único principio que la salvación requiere. No es
necesario que tu fe en él sea firme e inquebrantable ni que esté a salvo del
ataque de todas las creencias que se oponen a él. No tienes una lealtad fija. Pero
recuerda que los que ya se han salvado no tienen necesidad de salvación. No se
te pide que hagas lo que le resultaría imposible a alguien que todavía está
dividido contra sí mismo. No esperes poder encontrar sabiduría en semejante
estado mental. Pero siéntete agradecido de que lo único que se te pide es que
tengas un poco de fe. ¿Qué les puede quedar a los que todavía creen en el
pecado sino un poco de fe? ¿Qué podrían saber del Cielo y de la justicia de los
que se han salvado?
3. Existe una clase de justicia en la salvación de la que el mundo no
sabe nada. Para el mundo, la justicia y la venganza son lo mismo, pues los
pecadores ven la justicia únicamente como el castigo que merecen, por el que
tal vez otro debe pagar, pero del que no es posible escapar. Las leyes del
pecado exigen una víctima. Quién ha de ser esa víctima es irrelevante. Pero el
costo no puede ser otro que la muerte, y tiene que pagarse. Esto no es
justicia, sino demencia. Sin embargo, allí donde el amor significa odio, y la
muerte se ve como la victoria y el triunfo sobre la eternidad, la
intemporalidad y la vida, ¿cómo se podría definir la justicia sin que la
demencia formase parte de ella?
4. Tú que no sabes lo que es la justicia puedes todavía preguntar lo que
es y así aprenderlo. La justicia contempla a todos de la misma manera. No es
justo que a alguien le falte lo que otro tiene. Pues eso es venganza, sea cual
sea la forma que adopte. La justicia no exige ningún sacrificio, pues todo
sacrificio se hace a fin de perpetuar y conservar el pecado. El sacrificio es
el pago que se ofrece por el costo del pecado, pero no es el costo total. El
resto se toma de otro y se deposita al lado de tu pequeño pago, para así
“expiar” por todo lo que quieres conservar y no estás dispuesto a abandonar. De
esta forma, consideras que tú eres en parte la víctima, pero que alguien más lo
es en mayor medida. Y en el costo total, cuanto más grande sea la parte que el
otro pague, menor será la tuya. Y la justicia, al ser ciega, queda satisfecha
cuando recibe su pago, sin que le importe quién es el que paga.
5. ¿Cómo iba a ser eso justicia? Dios no sabe nada de esa justicia. Pero
sí sabe lo que es la Justicia y lo sabe muy bien. Pues Él es totalmente justo
con todo el mundo. La venganza es algo ajeno a la Mente de Dios precisamente porque
Él conoce la Justicia. Ser justo es ser equitativo, no vengativo. Es imposible
que la equidad y la venganza puedan coexistir, pues cada una de ellas
contradice a la otra y niega su realidad. No puedes compartir la justicia del
Espíritu Santo mientras de alguna manera tu mente pueda concebir ser especial. Sin
embargo, ¿sería Él justo si condenase a un pecador por los crímenes que éste no
cometió aunque él crea que los cometió? ¿Y a dónde habría ido a parar la
justicia si Él les exigiera a los que están obsesionados con la idea del
castigo que, sin ninguna ayuda, la dejaran a un lado y percibiesen que no es
verdad?
6. A los que todavía creen que el pecado tiene sentido les resulta
extremadamente difícil entender la justicia del Espíritu Santo. No pueden sino
creer que Él comparte su confusión y, por lo tanto, no pueden evadir la
venganza que forzosamente comporta su propia creencia de lo que es la justicia.
Y así, tienen miedo del Espíritu Santo y perciben en Él la “ira” de Dios. Y no
pueden confiar en que no los va a aniquilar con rayos extraídos de las “llamas”
del Cielo por la Propia Mano iracunda de Dios. Pues creen que el Cielo es el
infierno y tienen miedo del amor. Y cuando se les dice que nunca han pecado,
les invade una profunda sospecha y les sobrecoge el escalofrío del miedo. Su
mundo depende de la estabilidad del pecado. Y perciben la “amenaza” de lo que
Dios entiende por justicia como algo más destructivo para ellos y para su mundo
que la venganza, la cual comprenden y aman.
7. Y así, piensan que perder el pecado sería una maldición. Y huyen
del Espíritu Santo como si de un mensajero del infierno se tratase, que fue
enviado desde lo alto, disfrazado de amigo y redentor, para hacer recaer sobre
ellos la venganza de Dios valiéndose de ardides y de engaños. ¿Qué otra cosa
podría ser Él para ellos sino un demonio que se viste de ángel para engañarlos?
¿Y qué escape les puede ofrecer sino la puerta que conduce al infierno, la
cual, sin embargo, parece ser la puerta al Cielo?
8. La justicia, no obstante, no puede castigar a aquellos que, aunque
claman por castigo, tienen un Juez que sabe que en realidad son completamente
inocentes. Él está obligado en justicia a liberarlos y a darles todo el honor
que merecen y que se han negado a sí mismos al no ser justos y no poder
entender que son inocentes. El amor no es comprensible para los pecadores
porque creen que la justicia se escindió del amor y que representa algo
distinto. Y de esta manera, se percibe al amor como algo débil y a la venganza
como muestra de fortaleza. Pues el amor perdió cuando el juicio se separó de su
lado y ahora es demasiado débil para poder salvar a nadie del castigo. Pero la
venganza sin amor ha cobrado fuerza al estar separada y aparte del amor. ¿Y qué
otra cosa sino la venganza puede ser ahora lo que ayuda y salva, mientras que
el amor es un espectador pasivo, impotente, injusto, endeble e incapaz de
salvar?
9. ¿Y qué puede pedirte el Amor a ti que piensas que todo esto es
verdad? ¿Podría Él, siendo justo y amoroso, creer que en tu confusión tienes
algo que dar? No se te pide que tengas mucha confianza en Él, sino la misma que
ves que Él te ofrece y que reconoces que no podrías tener en ti mismo. Él ve
todo aquello de lo que eres merecedor a la luz de la Justicia de Dios, pero
también se da cuenta de que no puedes aceptarlo. Su función especial consiste
en ofrecerte los regalos que los inocentes merecen. Y cada regalo que aceptas
le brinda alegría a Él y a ti. Él sabe que el Cielo se enriquece con cada
regalo que aceptas. Y Dios se alegra cuando Su Hijo recibe lo que la amorosa
justicia sabe que le corresponde. Pues el amor y la justicia no son diferentes.
Y precisamente porque son lo mismo la misericordia se encuentra a la derecha de
Dios y le da a Su Hijo el poder de perdonarse a sí mismo sus pecados.
10. ¿Cómo se le iba a poder privar de algo a aquel que todo lo merece?
Pues eso sería una injusticia, y ciertamente no sería justo para toda la
santidad que hay en él, por mucho que no la reconozca. Dios no sabe de injusticias.
Él no permitiría que Su Hijo fuera juzgado por aquellos que quieren destruirlo
y que no pueden ver su valía en absoluto. ¿Qué testigos fidedignos podrían convocar
para que hablaran en su defensa? ¿Y quién vendría a interceder en su favor, en
lugar de abogar por su muerte? Tú no le harías justicia. No obstante, Dios se aseguró de que se hiciese
justicia con el Hijo que Él ama y de que ésta lo protegiese de cualquier
injusticia que tratases de cometer contra él, al creer que la venganza es su
merecido.
11. De la misma manera en que al especialismo no le importa quién paga
el costo del pecado con tal de que se pague, al Espíritu Santo le es
indiferente quién es el que por fin contempla la inocencia, con tal de que ésta
se vea y se reconozca. Pues con un solo testigo basta. La simple justicia no
pide nada más. El Espíritu Santo le pregunta a cada uno si quiere ser ese
testigo, de forma que la justicia pueda ser restituida al amor y quede allí
satisfecha. Cada función especial que Él asigna es solo para que cada uno
aprenda que el amor y la justicia no están separados y que su unión los
fortalece a ambos. Sin amor, la justicia está llena de prejuicios y es débil. Y
el amor sin justicia es imposible. Pues el amor es justo y no puede castigar
sin causa. ¿Y qué causa podría haber que justificase un ataque contra los que
son inocentes? El amor, entonces, corrige todos los errores con justicia, no
con venganza. Pues eso sería injusto para con la inocencia.
12. Tú puedes ser un testigo perfecto del poder del amor y de la
justicia, si comprendes que es imposible que el Hijo de Dios merezca venganza. No
necesitas percibir que esto es verdad en toda circunstancia. Tampoco necesitas
corroborarlo con tu experiencia del mundo, que no es sino una sombra de todo lo
que realmente está sucediendo dentro de ti. El entendimiento que necesitas no
procede de ti, sino de un Ser más grande, tan excelso y santo que no podría dudar
de Su propia Inocencia. Tu función especial es invocarlo, para que te sonría a
ti cuya inocencia Él comparte. Su entendimiento será tuyo. Y así, la función
especial del Espíritu Santo se habrá consumado. El Hijo de Dios ha encontrado
un testigo de su inocencia y no de sus pecados. ¡Cuán poco necesitas ofrecerle
al Espíritu Santo para que simplemente se te haga justicia!
13. Sin imparcialidad no hay justicia. ¿Cómo iba a poder ser justo el
especialismo? No juzgues, mas no porque tú seas un miserable pecador, sino
porque no puedes. ¿Cómo iban a poder entender los que se creen especiales que
la justicia es igual para todo el mundo? Quitar a uno para dar a otro es una
injusticia contra ambos, pues los dos son iguales ante los ojos del Espíritu
Santo. Su Padre les dio a ambos la misma herencia. El que desea tener más o
tener menos, no es consciente de que lo tiene todo. El que él se crea privado
de algo no le da el derecho de ser juez de lo que le corresponde a otro. Pues
en tal caso, no puede sino sentir envidia y tratar de apoderarse de lo que le
pertenece a aquel a quien juzga. No es imparcial ni puede ver de manera justa
los derechos de otro porque no es consciente de los suyos propios.
14. Tienes derecho a todo el universo, a la paz perfecta, a la
completa absolución de todas las consecuencias del pecado, y a la vida eterna,
gozosa y completa desde cualquier punto de vista, tal como la Voluntad de Dios
dispuso que Su santo Hijo la tuviese. Ésta es la única justicia que el Cielo
conoce y lo único que el Espíritu Santo trae a la tierra. Tu función especial
te muestra que solo la justicia perfecta puede prevalecer sobre ti. Y así,
estás a salvo de cualquier forma de venganza. El mundo engaña, pero no puede
reemplazar la Justicia de Dios con su propia versión. Pues solo el amor es
justo y solo él puede percibir lo que la justicia no puede sino concederle al
Hijo de Dios. Deja que el amor decida, y nunca temas que, por no ser justo, te
vayas a privar a ti mismo de lo que la Justicia de Dios ha reservado para ti.
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