El
miedo a mirar dentro
1. El Espíritu Santo jamás te enseñará que
eres un pecador. Corregirá tus errores, pero eso no es algo que le pueda causar
temor a nadie. Tienes un gran temor a mirar en tu interior y ver el pecado que
crees que se encuentra allí. No tienes miedo de admitir esto. El ego considera muy apropiado que se asocie
el miedo con el pecado, y sonríe con aprobación. No teme dejar que te sientas avergonzado. No
pone en duda la creencia y la fe que tienes en el pecado. Sus templos no se tambalean por razón de ello.
Tu certeza de que dentro de ti anida el pecado no hace sino dar fe de tu deseo
de que esté allí para que se pueda ver. Sin embargo, esto tan solo aparenta ser la
fuente del temor.
2.
Recuerda que el ego no está solo. Su dominio está circunscrito y teme a su
“enemigo” desconocido, a Quien ni siquiera puede ver. Te pide imperiosamente que no mires dentro de
ti, pues si lo haces tus ojos se posarán sobre el pecado y Dios te cegará. Esto es lo que crees, por lo tanto, no miras. Mas no es éste el temor secreto del ego ni
tampoco el tuyo que eres su siervo. El
ego, vociferando destempladamente y demasiado a menudo, profiere a gritos que
lo es. Pues bajo ese constante griterío
y esas declaraciones disparatadas, el ego no tiene ninguna certeza de que lo
sea. Tras tu temor de mirar en tu interior por razón del pecado, se oculta
todavía otro temor y uno que hace temblar al ego.
3.
¿Qué pasaría si miraras en tu interior y no vieras ningún pecado? Esta
“temible” pregunta es una que el ego nunca plantea. Y tú que la haces ahora
estás amenazando demasiado seriamente todo su sistema defensivo como para que
él se moleste en seguir pretendiendo que es tu amigo. Aquellos que se han unido
a sus hermanos han abandonado la creencia de que su identidad reside en el ego.
Una relación santa es aquella en la que te unes con lo que en verdad forma
parte de ti. Tu creencia en el pecado ha sido quebrantada, y ya no estás
totalmente reacio a mirar dentro de ti y no ver pecado alguno.
4.
Tu liberación no es aún total: todavía es parcial e incompleta, aunque ya ha
despuntado en ti. Al no estar completamente loco, has estado dispuesto a
contemplar una gran parte de tu demencia y a reconocer su locura. Tu fe está
comenzando a interiorizarse más allá de la demencia hacia la razón. Y lo que tu
razón te dice ahora, el ego no lo quiere oír. El propósito del Espíritu Santo
fue aceptado por aquella parte de tu mente que el ego no conoce y que tú tampoco conocías. Sin embargo, esa parte, con la que ahora te
identificas, no teme mirarse a sí misma.
No conoce el pecado. ¿De qué otra forma, si no, habría estado dispuesta
a considerar el propósito del Espíritu Santo como el suyo propio?
5.
Esta parte ha visto a tu hermano y lo ha reconocido perfectamente desde los
orígenes del tiempo. Y no ha deseado más
que unirse a él y ser libre nuevamente, como una vez lo fue. Ha estado
esperando el nacimiento de la libertad, la aceptación de la liberación que te
espera. Y ahora reconoces que no fue el ego el que se unió al propósito del
Espíritu Santo y, por lo tanto, que tuvo que haber sido otra cosa. No creas que
esto sea una locura, pues es lo que te dice la razón y se deduce perfectamente
de lo que ya has aprendido.
6.
En las enseñanzas del Espíritu Santo no hay inconsistencias. Éste es el razonamiento de los cuerdos. Has percibido la locura del ego, y no te ha
dado miedo porque elegiste no compartirla.
Pero aún te engaña a veces. No obstante, en tus momentos más lúcidos,
sus desvaríos no producen ningún terror en tu corazón. Pues te has dado cuenta
de que no quieres los regalos que el ego te quitaría de rabia por tu
“presuntuoso” deseo de querer mirar dentro de ti. Todavía quedan unas cuantas
baratijas que parecen titilar y atraer tu atención. No obstante, ya no “venderías” el Cielo por
ellas.
7.
Y ahora el ego tiene miedo. Mas lo que él oye aterrorizado, la otra parte de tu
mente lo oye como la más dulce melodía: el canto que añoraba oír desde que el
ego se presentó en tu mente por primera vez. La debilidad del ego es su fortaleza. El himno
de la libertad, que canta en alabanza de otro mundo, le brinda esperanzas de
paz. Pues recuerda al Cielo, y ve ahora que el Cielo por fin ha descendido a la
tierra, de donde el dominio del ego lo había mantenido alejado por tanto
tiempo. El Cielo ha llegado porque encontró un hogar en tu relación en la
tierra. Y la tierra no puede retener por
más tiempo lo que se le ha dado al Cielo como suyo propio.
8.
Contempla amorosamente a tu hermano, y recuerda que la debilidad del ego se
pone de manifiesto ante vuestra vista. Lo que el ego pretendía mantener separado se
ha encontrado y se ha unido, y ahora contempla al ego sin temor. Criatura inocente de todo pecado, sigue el
camino de la certeza jubilosamente. No
dejes que te detenga la demente insistencia del miedo a que la certeza resida
en la duda. Eso no tiene sentido. ¿Qué importa cuán imperiosamente se proclame? Lo que es insensato no cobra sentido porque se
repita o se aclame. El camino de la paz está libre y despejado. Síguelo
felizmente y no pongas en duda lo que no puede sino ser cierto.
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