A.
El primer obstáculo: El deseo de deshacerte de la paz
1. El primer obstáculo que
la paz debe salvar es tu deseo de deshacerte de ella. Pues no puede extenderse a menos que la
conserves. Tú eres el centro desde donde ella irradia hacia fuera, para invitar
a otros a entrar. Eres su hogar: su tranquila morada desde donde se extiende
serenamente hacia el exterior, aunque sin abandonarte jamás. Si la dejaras sin
hogar, ¿cómo podría entonces morar dentro del Hijo de Dios? Si la paz se ha de
diseminar por toda la Creación, tiene que empezar contigo y desde ti extenderse
a cada hermano que llame, y de este modo llevarle descanso por haberse unido a
ti.
2. ¿Por qué querrías dejar
a la paz sin hogar? ¿Qué es lo que crees que tendría que desalojar para poder
morar contigo? ¿Cuál parece ser el costo
que tanto te resistes a pagar? La
pequeña barrera de arena todavía se interpone entre tu hermano y tú. ¿La reforzarías ahora? No se te pide que la abandones solo para
ti. Cristo te lo pide para Sí Mismo. Él quiere llevar paz a todo el mundo, mas
¿cómo lo podría hacer sino a través de ti? ¿Dejarías que un pequeño banco de arena, un
muro de polvo, una aparente y diminuta barrera se interpusiera entre tus
hermanos y la salvación? Sin embargo, este diminuto residuo de ataque que
todavía tienes en tanta estima para poder usarlo contra tu hermano, es el
primer obstáculo con el que la paz que mora en ti se topa en su expansión. Este
pequeño muro de odio todavía quiere oponerse a la Voluntad de Dios y mantenerla
limitada.
3. El propósito del
Espíritu Santo se encuentra en paz dentro de ti. Pero aún no estás dispuesto a
dejar que se una a ti completamente. Todavía te opones un poco a la Voluntad de
Dios. Y esa pequeña oposición es un
límite que quieres imponerle a toda ella. La Voluntad de Dios es una sola, no muchas. No
tiene opuestos, pues aparte de ella no hay ninguna otra. Lo que todavía quieres conservar detrás de tu
pequeña barrera y mantener separado de tu hermano parece ser más poderoso que
el universo, pues da la impresión de restringir a éste y a su Creador. Y lo que este pequeño muro pretende es nublar
el propósito del Cielo y mantenerlo oculto de él.
4. ¿Rechazarías la
salvación que te ofrece el dador de la salvación? Pues eso es lo que estás haciendo. De la misma manera en que la paz no podría
alejarse de Dios, tampoco podría alejarse de ti. No tengas miedo de este pequeño obstáculo, pues no puede frenar la Voluntad de Dios. La paz fluirá a través de él y se unirá a ti
sin impedimentos. No se te puede negar
la salvación. Es tu meta. Aparte de eso
no hay nada más que elegir. No tienes
ninguna meta aparte de la de unirte a tu hermano ni ninguna aparte de aquella
que le pediste al Espíritu Santo que compartiera contigo. El pequeño muro se
derrumbará silenciosamente bajo las alas de la paz. Pues la paz enviará a sus
mensajeros desde ti a todo el mundo, y las barreras se derrumbarán ante su llegada
con la misma facilidad con la que superará aquellas que tú interpongas.
5. Vencer al mundo no es
más difícil que superar tu pequeño muro. Pues en el milagro de tu relación
santa—una vez libre de esa barrera—se encuentran todos los milagros. No hay grados de dificultad en los milagros,
pues todos ellos son el mismo. Cada uno supone una dulce victoria de la
atracción del amor sobre la atracción de la culpabilidad. ¿Cómo no iba a poder lograrse
esto dondequiera que se emprendiera? La
culpa no puede levantar barreras reales contra ello. Y todo lo que parece interponerse entre tu
hermano y tú tiene que desaparecer por razón de la llamada que contestaste.
Desde ti que respondiste, Aquel que te contestó quisiera llamar a otros. Su hogar reside en tu relación santa. No
trates de interponerte entre Él y Su santo propósito, pues es también el tuyo. Permítele, en cambio, que extienda dulcemente
el milagro de vuestra relación a todos los que están incluidos en dicho milagro
tal como fue concedido.
6. Reina un silencio en el
Cielo, una feliz expectativa, un pequeño respiro lleno de júbilo en
reconocimiento del final de la jornada. Pues el Cielo te conoce bien, tal como
tú lo conoces a él. Ninguna ilusión se
interpone ahora entre tu hermano y tú. No pongas tu atención en el pequeño muro de
sombras. El sol se ha elevado por encima de él. ¿Cómo iba a poder una sombra impedir que
vieses el sol? De igual modo, las
sombras tampoco pueden ocultar de ti la luz en la que a las ilusiones les llega
su fin. Todo milagro no es más que el final de una ilusión. Tal fue la jornada; tal su final. Y en la
meta de la verdad que aceptaste, a todas las ilusiones les llegará su fin.
7. El insignificante y
demente deseo de deshacerte de Aquel que invitaste y expulsarlo, no puede
sino generar conflicto. A medida que contemplas el mundo, ese
insignificante deseo, desarraigado y flotando a la deriva, puede posarse
brevemente sobre cualquier cosa, pues ahora no tiene ningún propósito. Antes de
que el Espíritu Santo entrara a morar contigo parecía tener un magno objetivo:
la dedicación fija e inalterable al pecado y a sus resultados. Ahora deambula sin rumbo, vagando a la deriva,
causando tan solo pequeñas interrupciones en la llamada del amor.
8. Este minúsculo deseo,
esta diminuta ilusión, este residuo microscópico de la creencia en el pecado,
es todo lo que queda de lo que en un tiempo pareció ser el mundo. Ya no es una
inexorable barrera a la paz. Su vano deambular
hace que sus resultados parezcan ser más erráticos e impredecibles que antes.
Sin embargo, ¿qué podría ser más inestable que un sistema ilusorio rígidamente
organizado? Su aparente estabilidad no
es otra cosa que la debilidad que lo envuelve, la cual lo abarca todo. La variabilidad que el pequeño residuo produce
indica simplemente cuán limitados son sus resultados.
9. ¿Cuán poderosa puede
ser una diminuta pluma ante las inmensas alas de la verdad? ¿Podría acaso oponerse al vuelo de un águila o
impedir el avance del verano? ¿Podría
interferir en los efectos que el sol veraniego produciría sobre un jardín
cubierto de nieve? Ve con cuánta facilidad se puede levantar y transportar este
pequeño vestigio para no volver jamás. Despídete de él con alegría, no con
pesar, pues de por sí no es nada ni
significaba nada cuando la fe que tenías en su protección era mayor. ¿No preferirías
darle la bienvenida al cálido sol veraniego en lugar de poner tu atención en un
copo de nieve que está derritiéndose y tiritar al acordarte del frío invernal?
No hay comentarios:
Publicar un comentario