La irrealidad del pecado
1. La atracción de la
culpabilidad reside en el pecado, no en el error. El pecado volverá a repetirse por razón de
esta atracción. El miedo puede hacerse tan agudo que al pecado se le niega su
expresión. Pero mientras la culpabilidad
continúe siendo atractiva, la mente sufrirá y no abandonará la idea del
pecado. Pues la culpa todavía la llama;
y la mente la oye y la desea ardientemente y se deja cautivar voluntariamente
por su enfermiza atracción. El pecado es
una idea de perversidad que no puede ser corregida, pero que, sin embargo, será
siempre deseable. Al ser parte esencial
de lo que el ego cree que eres, siempre la desearás. Y solo un vengador, con una mente diferente de
la tuya, podría acabar con ella valiéndose del miedo.
2. El ego no cree que sea
posible que lo que realmente invoca el pecado es al amor, y no al miedo, y
que el amor siempre responde. Pues el ego lleva el pecado ante el miedo,
exigiendo castigo. Mas el castigo no es sino otra forma de proteger la
culpa, pues lo que merece castigo tuvo que haber sucedido realmente. El castigo
es siempre el gran protector del pecado, al que trata con respeto y a quien
honra por su perversidad. Lo que clama
por castigo, tiene que ser verdad. Y lo que es verdad no puede sino ser eterno,
y seguirá repitiéndose sin cesar. Pues deseas lo que consideras real y
no lo abandonas.
3. Un error, en cambio, no
ejerce atracción. Lo que ves claramente como una equivocación deseas que se
corrija. A veces un pecado se comete una y otra vez, con resultados obviamente
angustiosos, pero sin perder su atractivo. Mas de pronto cambias su condición,
de modo que de ser un pecado pase a ser simplemente un error. Ahora ya no lo
seguirás cometiendo; simplemente no lo volverás a hacer y te desprenderás de
él, a menos que todavía te sigas sintiendo culpable. Y en ese caso no harás sino cambiar una forma
de pecado por otra, reconociendo que era un error, pero impidiendo su
corrección. Eso no supone realmente un cambio en tu percepción, pues es el
pecado, y no el error, el que exige castigo.
4. El Espíritu Santo no
puede castigar el pecado. Reconoce los errores y Su deseo es corregirlos tal
como Dios le encargó que hiciera. Pero no conoce el pecado ni tampoco puede ver
errores que no puedan ser corregidos. Pues la idea de un error incorregible no
tiene sentido para Él. Lo único que el error pide es corrección, y eso es todo.
Lo que pide castigo no está realmente
pidiendo nada. Todo error es necesariamente una petición de amor. ¿Qué es, entonces, el pecado? ¿Qué otra cosa podría ser sino una equivocación
que quieres mantener oculta, una petición de ayuda que no quieres que sea oída
y que, por ende, se queda sin contestar?
5. En el tiempo, el Espíritu
Santo ve claramente que el Hijo de Dios puede cometer errores. En esto
compartes Su visión. Mas no compartes Su
criterio con respecto a la diferencia que existe entre el tiempo y la
eternidad. Y cuando la corrección se
completa, el tiempo se convierte en eternidad. El Espíritu Santo puede enseñarte a ver el
tiempo de manera diferente y a ver más allá de él, pero no podrá hacerlo
mientras sigas creyendo en el pecado. En
el error puedes creer, pues éste puede ser corregido por la mente. Pero el pecado es la creencia de que tu
percepción es inalterable y de que la mente tiene que aceptar como verdadero lo
que le dicta la percepción. Si la mente
no obedece, se la juzga como desquiciada. De ese modo la mente, que es el único
poder que podría cambiar la percepción, se mantiene en un estado de impotencia
y restringida al cuerpo por miedo al cambio de percepción que su Maestro, que
es uno con ella, le brindaría.
6. Cuando te sientas
tentado de pensar que el pecado es real, recuerda esto: si el pecado es real,
ni tú ni Dios lo son. Si la Creación es extensión, el Creador tiene que
haberse extendido a Sí Mismo; y es imposible que lo que forma parte de Él sea
completamente diferente del resto. Si el pecado es real, Dios no puede sino
estar en pugna Consigo Mismo. Tiene que estar dividido, debatiéndose entre el
bien y el mal; ser en parte cuerdo y en parte demente. Pues tiene que haber
creado aquello que quiere destruirlo y que tiene el poder de hacerlo. ¿No sería
más fácil creer que has estado equivocado que creer eso?
7. Mientras creas que tu
realidad o la de tu hermano está limitada a un cuerpo, seguirás creyendo en el
pecado. Mientras creas que los
cuerpos se pueden unir, seguirás encontrando atractiva a la culpa y
considerando el pecado como algo de inestimable valor. Pues la creencia de que
los cuerpos limitan a la mente conduce a una percepción del mundo en la que la
prueba de la separación parece abundar por todas partes. De este modo, Dios y Su Creación parecen estar
separados y haber sido derrocados. Pues
el pecado demostraría que lo que Dios creó santo no puede prevalecer contra él
ni seguir siendo lo que es ante su poderío.
Al pecado se le percibe como algo más poderoso que Dios, ante el cual
Dios Mismo se tiene que postrar y ofrecer Su Creación a Su conquistador. ¿Es
esto humildad o demencia?
8. Si el pecado es real,
tiene que estar permanentemente excluido de cualquier esperanza de curación.
Pues en ese caso habría un poder que trascendería al de Dios, un poder capaz
de fabricar otra voluntad que puede atacar y derrotar Su Voluntad, así como
conferirle a Su Hijo una voluntad distinta de la Suya y más fuerte. Y cada parte
fragmentada de la Creación de Dios tendría una voluntad diferente, opuesta a la
Suya, y en eterna oposición a Él y a las demás.
Tu relación santa tiene ahora como propósito la meta de demostrar que
eso es imposible. El Cielo le ha
sonreído, y en su sonrisa de amor la creencia en el pecado ha sido erradicada. Todavía
lo ves porque no te das cuenta de que sus cimientos han desaparecido. Su fuente
ya ha sido eliminada, y solo puedes abrigarlo por un breve período de tiempo
antes de que desaparezca del todo. Lo único
que queda es el hábito de buscarlo.
9. Sin embargo, al
contemplar el pecado con la sonrisa del Cielo en tus labios y con la bendición
del Cielo en tu mirada, no seguirás viéndolo por mucho más tiempo. Pues en la nueva percepción, la mente lo
corrige cuando parece presentarse y se vuelve invisible. Los errores se
reconocen de inmediato y se llevan enseguida ante la corrección para que sean
subsanados, no ocultados. Serás curado del pecado y de todas sus atrocidades en
el instante en que dejes de conferirle poder sobre tu hermano. Y lo ayudarás a
superar sus errores al liberarlo jubilosamente de la creencia en el pecado.
10. En el instante santo
verás refulgir la sonrisa del Cielo sobre ti y sobre tu hermano. Y derramarás
luz sobre él, en jubiloso reconocimiento de la gracia que se te ha concedido. Pues el pecado no puede prevalecer contra una
unión que el Cielo ve con beneplácito. Tu percepción sanó en el instante santo que el
Cielo te concedió. Olvídate de lo que has visto y eleva tus ojos con fe hacia
lo que ahora puedes ver. Las barreras que impiden el paso al Cielo
desaparecerán ante tu santa mirada, pues a ti que eras ciego se te ha concedido
la visión y ahora puedes ver. No busques lo que ha sido eliminado, sino la
gloria que ha sido restituida para que la veas.
11. Mira a tu Redentor y
contempla lo que Él quiere que veas en tu hermano, y no permitas que el pecado
se alce nuevamente y ciegue tus ojos. Pues el pecado te mantendría separado de
él, pero tu Redentor quiere que veas a tu hermano como a ti mismo. Vuestra relación es ahora un templo de curación,
un lugar donde todos los que están fatigados pueden venir a descansar. En ella se encuentra el descanso que les
espera a todos después de la jornada. Y gracias a vuestra relación todos ellos
se encuentran más cerca de ese descanso.
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