Los dos mundos
1. Se te ha dicho que
lleves la obscuridad a la luz y la culpa a la santidad. Se te ha dicho también que el error tiene que
ser corregido allí donde se originó. Lo que el Espíritu Santo necesita, por lo
tanto, es esa diminuta parte de ti, el insignificante pensamiento que parece estar
separado y desconectado. El resto está completamente al cuidado de Dios y no
necesita guía. Pero ese pensamiento descabellado
e ilusorio necesita ayuda porque, en su demencia, cree que él es el Hijo de
Dios, completo en sí mismo y omnipotente, único gobernante del reino que
estableció aparte para someterlo, mediante la locura, a la obediencia y a la esclavitud.
Ésa es la pequeña parte que crees haberle robado al Cielo. ¡Devuélvesela! El Cielo no la ha perdido, pero tú has
perdido de vista al Cielo. Deja que el Espíritu Santo la saque del desolado
reino donde la confinaste, rodeada de tinieblas, protegida por el ataque y
reforzada por el odio. Dentro de sus barricadas todavía se encuentra un
diminuto segmento del Hijo de Dios, completo y santo, sereno y ajeno a lo que
tú crees que le rodea.
2. No te mantengas
separado, pues Aquel que sí lo rodea te ha brindado la unión, y ha llevado tu
minúscula ofrenda de obscuridad a la luz eterna. ¿Cómo se logra eso? Muy fácilmente, pues está basado en lo que ese
mísero reino realmente es. El árido
desierto, las tinieblas y la falta de vida solo se ven a través de los ojos del
cuerpo. La desolada visión que éstos te
ofrecen está distorsionada, y los mensajes que te transmiten a ti que la inventaste
para poner límites a tu conciencia son insignificantes y limitados y están tan
fragmentados que no tienen sentido.
3. Parece como si desde el
mundo de los cuerpos, al que la demencia dio lugar, se le devolvieran a la
mente que lo concibió mensajes descabellados.
Y esos mensajes dan testimonio de dicho mundo y lo proclaman real. Pues
enviaste a esos mensajeros para que te trajesen esos mensajes. De lo único que
dichos mensajes te hablan es de cosas externas.
No hay mensaje que hable de lo que está subyacente, pues el cuerpo no
podría hablar de ello. Sus ojos no lo
pueden percibir; sus sentidos siguen siendo completamente inconscientes de ello
y su lengua no puede transmitir sus mensajes.
Pero Dios puede llevarte hasta allí, si estás dispuesto a seguir al
Espíritu Santo a través del aparente terror, confiando en que Él no te
abandonará ni te dejará allí. Pues Su propósito no es atemorizarte, aunque el
tuyo lo sea. Te sientes seriamente tentado de abandonar al Espíritu Santo al
primer roce con el anillo de temor, pero Él te conducirá sano y salvo a través
del temor y más allá de él.
4. El círculo de temor
yace justo debajo del nivel que el cuerpo percibe y aparenta ser la base sobre
la que el mundo descansa. Ahí se
encuentran todas las ilusiones, todos los pensamientos distorsionados, todos
los ataques dementes, la furia, la venganza y la traición que se concibieron
para conservar la culpa intacta, de modo que el mundo pudiera alzarse desde él
y mantenerla oculta. Su sombra se eleva hasta la superficie, lo suficiente para
poder conservar sus manifestaciones más externas en la obscuridad y para
causarle al mundo desesperación y soledad y mantenerlo en la más profunda
tristeza. La intensidad de la culpa, no obstante, está velada tras pesados
cortinajes, y se mantiene aparte de lo que se concibió para ocultarla. El
cuerpo es incapaz de ver esto, pues surgió de ello para ofrecerle protección,
la cual depende de que esto no se vea.
Los ojos del cuerpo nunca lo verán. Pero verán lo que dicta.
5. El cuerpo seguirá
siendo el mensajero de la culpa y actuará tal como ella le dicte mientras tú
sigas creyendo que la culpa es real. Pues la supuesta realidad de la culpa es
la ilusión que hace que parezca ser densa, opaca e impenetrable y la verdadera
base del sistema de pensamiento del ego. Su delgadez y transparencia no se vuelven
evidentes hasta que ves la luz que yace tras ella. Y ahí, ante la luz, la ves como el frágil velo
que es.
6. Esta barrera tan
aparentemente sólida y ese falso suelo que parece una roca, son como un banco
de nubes negras que flotan muy cerca de la superficie, dando la impresión de
ser una sólida muralla ante el sol. Su
apariencia impenetrable no es más que una ilusión. Cede mansamente ante las
cumbres que se elevan por encima de ella
y no tiene ningún poder para detener a nadie que quiera atravesarla y
ver el sol. Esta aparente muralla no es lo suficientemente fuerte como para
detener la caída de un botón o para sostener una pluma. Nada puede descansar sobre ella, pues no es
sino una base ilusoria. Trata de tocarla y desaparece; intenta asirla y tus manos
no agarran nada.
7. Pero en ese banco de
nubes es fácil ver todo un mundo. Las cordilleras, los lagos y las ciudades que
ves son todos producto de tu imaginación; y desde las nubes, los mensajeros de
tu percepción regresan a ti, asegurándote que todo eso se encuentra allí. Se destacan figuras que se mueven de un lado
a otro; las acciones parecen reales, y aparecen formas que pasan de lo bello a
lo grotesco. Y esto se repite una y otra vez, mientras quieras seguir jugando
el juego infantil de pretender ser otra cosa. Sin embargo, por mucho que quieras
jugar ese juego e independientemente de cuánta imaginación emplees, no lo
confundes con el mundo que le subyace ni intentas hacer que sea real.
8. Asimismo debería ser
con las tenebrosas nubes de la culpabilidad, las cuales son igualmente
vaporosas e insubstanciales. No te pueden magullar al atravesarlas. Deja que tu
Guía te muestre su naturaleza insubstancial a medida que te conduce más allá de
ellas, pues debajo de ellas hay un mundo de luz sobre el que esas nubes no
arrojan sombras. Sus sombras solo nublan el mundo que se encuentra más allá de
ellas, el cual está aún más alejado de la luz. Sin embargo, no pueden arrojar
sombras sobre la luz.
9. Este mundo de luz, este
círculo de luminosidad, es el mundo real, donde la culpabilidad se topa con el
perdón. Ahí el mundo exterior se
ve con ojos nuevos, libre de toda sombra de culpa. Ahí te encuentras perdonado,
pues ahí has perdonado a todo el mundo. He aquí la nueva percepción donde todo
es luminoso y brilla con inocencia; donde todo ha sido purificado con las aguas
del perdón y se encuentra libre de cualquier pensamiento maligno que alguna vez
hayas proyectado sobre él. Ahí no se ataca al Hijo de Dios y a ti se te da la
bienvenida. Ahí se encuentra tu inocencia, esperando para envolverte, protegerte
y prepararte para el paso final de tu viaje interno. Ahí se dejan de lado los
sombríos y pesados cortinajes de la culpabilidad, los cuales quedan dulcemente
reemplazados por la pureza y el amor.
10. Pero ni siquiera el
perdón es el final. El perdón hace que
todo sea bello, pero no puede crear. Es
la fuente de la curación, el emisario del amor, pero no su Fuente. Se te conduce ahí para que Dios pueda dar el
paso final sin impedimentos, pues ahí nada se opone al amor, sino que le
permite ser lo que es. Un paso más allá
de este santo lugar de perdón—paso éste que te lleva aún más adentro, pero que tú
no puedes dar—te transporta a algo completamente diferente. Ahí reside la
Fuente de la Luz; ahí nada se percibe, se perdona o se transforma, sino que
simplemente se conoce.
11. Este curso te
conducirá al Conocimiento, pero el Conocimiento en sí está más allá del alcance
de nuestro programa de estudios. Y no es
necesario que tratemos de hablar de lo que por siempre ha de estar más allá de
las palabras. Lo único que tenemos que
recordar es que todo aquel que alcance el mundo real, más allá del cual el aprendizaje
no puede ir, irá más allá de él, pero de una manera diferente. Allí donde acaba el aprendizaje, allí
comienza Dios, pues el aprendizaje termina ante Aquel que es completo donde Él
Mismo comienza y donde no hay final.
No debemos ocuparnos de lo que es inalcanzable. Aún es mucho lo que nos queda por
aprender, pues todavía tenemos que
alcanzar la condición de estar listos para el Conocimiento.
12. El amor no es algo que
se pueda aprender. Su significado reside
en sí mismo. Y el aprendizaje finaliza una vez que has reconocido todo lo que
no es amor. Ésa es la interferencia; eso es lo que hay que
eliminar. El amor no es algo que se
pueda aprender porque jamás ha habido un
instante en que no lo conocieses. El aprendizaje no tiene objeto ante la Presencia de tu Creador, Cuyo
reconocimiento de ti y el tuyo de Él trasciende el aprendizaje en tal medida,
que todo lo que has aprendido no significa nada en comparación, y queda
reemplazado para siempre por el conocimiento del amor y su único significado.
13. Tu relación con tu
hermano ha sido extraída del mundo de las sombras, y su impío propósito
conducido sano y salvo a través de las barreras de la culpabilidad, lavado en
las aguas del perdón y depositado radiante en el mundo de la luz donde ha quedado
firmemente enraizado. Desde allí te exhorta a que sigas el mismo camino que tu
relación tomó, al haber sido elevada muy por encima de las tinieblas y depositada
tiernamente ante las puertas del Cielo. El
instante santo en el que tú y tu hermano os unisteis no es más que el mensajero
del amor, el cual se envió desde más allá del perdón para recordarte lo que se
encuentra allende el perdón. Sin
embargo, es a través del perdón como todo ello se recordará.
14. Y cuando el recuerdo
de Dios haya llegado a ti en el santo lugar del perdón, no recordarás nada más
y la memoria será tan inútil como el aprendizaje, pues tu único propósito será
crear. Mas no podrás saber esto hasta que toda percepción haya sido limpiada y
purificada y finalmente eliminada para siempre.
El perdón des-hace únicamente lo que no es verdad, despejando las
sombras del mundo y conduciéndolo—sano y salvo dentro de su dulzura—al mundo
luminoso de la nueva y diáfana percepción. Allí se encuentra tu
propósito ahora. Y es allí donde te aguarda la paz.
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