La hora del
renacer
1. Mientras estés en el tiempo, tendrás el poder de demorar la
perfecta unión que existe entre Padre e Hijo. Pues en este mundo, la atracción de la
culpabilidad se interpone entre ellos. En la eternidad, ni el tiempo ni las
estaciones del año tienen significado alguno. Pero aquí, la función del Espíritu Santo es
valerse de ambas cosas, mas no como lo hace el ego. Ésta es la temporada en la
que se celebra mi nacimiento en el mundo. Mas no sabes cómo celebrarlo. Deja que el
Espíritu Santo te enseñe, y déjame celebrar tu nacimiento a través de Él. El único regalo que puedo aceptar de ti es el
regalo que yo te hice. Libérame tal como yo elijo liberarte a ti. Celebramos la
hora de Cristo juntos, pues ésta no significa nada si estamos separados.
2. El instante santo es verdaderamente la hora de Cristo. Pues en ese
instante liberador, no se culpa al Hijo de Dios por nada y, de esta manera, se
le restituye su poder ilimitado. ¿Qué
otro regalo puedes ofrecerme cuando yo elijo ofrecerte solo éste? Verme a mí supone verme en todo el mundo y
ofrecerles a todos el regalo que me ofreces a mí. Soy tan incapaz de recibir sacrificios como lo
es Dios, y todo sacrificio que te exiges a ti mismo me lo exiges a mí también. Debes
reconocer que cualquier clase de sacrificio no es sino una limitación que se le
impone al acto de dar. Y mediante esa
limitación limitas la aceptación del regalo que yo te ofrezco.
3. Nosotros que somos uno, no podemos dar por separado. Cuando estés
dispuesto a reconocer que nuestra relación es real, la culpabilidad dejará de
ejercer atracción sobre ti. Pues en nuestra unión aceptarás a todos nuestros
hermanos. Nací con el solo propósito de dar el regalo de la unión. Dámelo a mí,
para que así puedas disponer de él. La
hora de Cristo es la hora señalada para el regalo de la libertad que se le
ofrece a todo el mundo. Y al tú aceptarla, se la ofreces a todos.
4. En tus manos está hacer que esta época del año sea santa, pues en
tus manos está hacer que la hora de Cristo tenga lugar ahora. Es posible hacer
esto de inmediato, pues lo único que ello requiere es un cambio de percepción,
ya que únicamente cometiste un error. Parecen haber sido muchos, pero todos ellos
son en realidad el mismo. Pues aunque el ego se manifiesta de muchas formas, es
siempre la expresión de una misma idea: lo
que no es amor es siempre miedo y nada más que miedo.
5. No es necesario seguir al miedo por todas las tortuosas rutas
subterráneas en las que se oculta en la obscuridad, para luego emerger en
formas muy diferentes de lo que es. Pero sí es necesario examinar cada una de
ellas mientras aún conserves el principio que las gobierna a todas. Cuando
estés dispuesto a considerarlas, no como manifestaciones independientes, sino
como diferentes expresiones de una misma idea, la cual ya no deseas,
desaparecerán al unísono. La idea es
simplemente ésta: crees que es posible ser anfitrión del ego o rehén de Dios. Éstas son las opciones que crees tener ante
ti, y crees asimismo que tu decisión tiene que ser entre una y otra. No ves
otras alternativas, pues no puedes aceptar el hecho de que el sacrificio no
aporta nada. El sacrificio es un
elemento tan esencial en tu sistema de pensamiento, que la idea de salvación
sin tener que hacer algún sacrificio no significa nada para ti. Tu confusión entre lo que es el sacrificio y
lo que es el amor es tan aguda que te resulta imposible concebir el amor sin
sacrificio. Y de lo que debes darte
cuenta es de lo siguiente: el sacrificio no es amor, sino ataque. Solo con que
aceptases esta idea, tu miedo al amor desaparecería. Una vez que se ha
eliminado la idea del sacrificio ya no podrá seguir habiendo culpabilidad. Pues
si hay sacrificio, alguien siempre tiene que pagar para que otro gane. Y la única cuestión pendiente es a qué precio
y a cambio de qué.
6. Como anfitrión del ego, crees que puedes descargar tu culpa siempre
que así lo desees y de esta manera comprar paz. Y no pareces ser tú el que
paga. Y aunque si bien es obvio que el ego exige un pago, nunca parece que es a
ti a quien se lo exige. No estás
dispuesto a reconocer que el ego, a quien tú invitaste, traiciona únicamente a
los que creen ser su anfitrión. El ego
nunca te permitirá percibir esto, ya que este reconocimiento lo dejaría sin
hogar. Pues cuando este reconocimiento
alboree claramente, ninguna apariencia que el ego adopte para ocultarse de tu
vista te podrá engañar. Toda apariencia
será reconocida tan solo como una
máscara de la única idea que se oculta tras todas ellas: que el amor exige
sacrificio y es, por lo tanto, inseparable del ataque y del miedo. Y que la culpa es el costo del amor, el cual
se paga con miedo.
7. ¡Cuán temible, pues, se ha vuelto Dios para ti! a ¡Y cuán grande el
sacrificio que crees que Su Amor exige! Pues amar totalmente supondría un sacrificio
total. Y de este modo, el ego parece
exigirte menos que Dios, y de entre ellos, consideras al ego el menor de los
dos males; a uno de ellos tal vez se le deba temer un poco, pero al otro, a ése
hay que destruirlo. Pues consideras que
el amor es destructivo, y lo único que te preguntas es: ¿quién va a ser
destruido, tú u otro? Buscas la
respuesta a esta pregunta en tus relaciones especiales, en las que en parte
pareces ser destructor y en parte destruido, aunque incapaz de ser una u otra
cosa completamente. Y crees que esto te
salva de Dios, Cuyo absoluto Amor te destruiría completamente.
8. Crees que todo el mundo exige algún sacrificio de ti, pero no te
das cuenta de que eres tú el único que exige sacrificios, y únicamente de ti
mismo. Exigir sacrificios, no obstante, es algo tan brutal y tan temible que no
puedes aceptar dónde se encuentra dicha exigencia. El verdadero costo de no
aceptar este hecho ha sido tan grande, que antes que mirarlo de frente has
preferido renunciar a Dios. Pues si Dios te exigiera un sacrificio total,
parecería menos peligroso proyectarlo a Él al exterior y alejarlo de ti, que
ser Su anfitrión. A Él le atribuiste la
traición del ego, e invitaste a éste a ocupar Su lugar para que te protegiera
de Él. Y no te das cuenta de que a lo
que le abriste las puertas es precisamente lo que te quiere destruir y lo que
exige que te sacrifiques totalmente. Ningún sacrificio parcial puede aplacar a este
cruel invitado, pues es un invasor que tan solo aparenta ser bondadoso, pero siempre con
vistas a hacer que el sacrificio sea total.
9. No lograrás ser un rehén parcial del ego, pues él no cumple sus promesas
y te desposeerá de todo. Tampoco puedes
ser su anfitrión solo en parte. Tienes que elegir entre la libertad absoluta y
la esclavitud absoluta, pues éstas son las únicas alternativas que existen. Has intentado transigir miles de veces a fin
de evitar reconocer la única alternativa por la que te tienes que decidir. Sin
embargo, reconocer esta alternativa tal como es, es lo que hace que elegirla
sea tan fácil. La salvación es simple,
por ser de Dios, y es, por lo tanto, muy fácil de entender. No trates de proyectarla y verla como algo que
se encuentra en el exterior. En ti se
encuentran tanto la pregunta como la respuesta, lo que te exige sacrificio así
como la Paz de Dios.
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