La pequeñez en
contraposición a la grandeza
1. No te contentes con la pequeñez. Pero asegúrate de que entiendes lo
que es, así como la razón por la que jamás podrías sentirte satisfecho con
ella. La pequeñez es la ofrenda que te haces a ti mismo. La ofreces y la aceptas en lugar de la
grandeza. En este mundo no hay nada que tenga valor porque es un mundo que
procede de la pequeñez, de acuerdo con la extraña creencia de que la pequeñez
puede satisfacerte. Cuando te lanzas en pos de cualquier cosa en este mundo creyendo
que te ha de brindar paz, estás empequeñeciéndote y cegándote a la gloria. La pequeñez y la gloria son las únicas
alternativas de que dispones para dedicarles todos tus esfuerzos y toda tu
vigilancia. 8 Y siempre elegirás una a expensas de la otra.
2. Sin embargo, de lo que no te das cuenta cada vez que eliges, es de
que tu elección es tu evaluación de ti mismo. Opta por la pequeñez y no tendrás
paz, pues habrás juzgado que eres indigno de ella. Y cualquier cosa que ofrezcas como substituto
será un regalo de tan poco valor que te dejará insatisfecho. Es esencial que aceptes el hecho—y que lo
aceptes gustosamente—de que ninguna clase de pequeñez podrá jamás satisfacerte.
Eres libre de probar cuantas quieras,
pero lo único que estarás haciendo es demorar tu retorno al hogar, pues solo en la Grandeza, que es tu hogar, podrás
sentirte satisfecho.
3. Tienes una gran responsabilidad para contigo mismo, y es una
responsabilidad que tienes que aprender a recordar en todo momento. Al principio, la lección tal vez te parezca
difícil, pero aprenderás a amarla cuando te des cuenta de que es verdad y de
que no es más que un tributo a tu poder. Tú que has encontrado la pequeñez que
buscabas, recuerda esto: cada decisión que tomas procede de lo que crees ser, y
representa el valor que te atribuyes a ti mismo. Si crees que lo que no tiene valor puede
satisfacerte, no podrás sentirte satisfecho, pues te habrás limitado a ti
mismo. Tu función no es insignificante, y solo podrás escaparte de la pequeñez hallando
tu función y desempeñándola.
4. No hay duda acerca de cuál es tu función, pues el Espíritu Santo lo
sabe. No hay duda acerca de la grandeza de esa función, pues te llega a través
de Él desde la Grandeza. No tienes que
esforzarte por alcanzarla, puesto que ya dispones de ella. Mas debes canalizar todos tus esfuerzos contra
la pequeñez, pues para proteger tu grandeza en este mundo es preciso mantenerse
alerta. Mantenerse continuamente
consciente de la propia grandeza en un mundo en el que reina la pequeñez es una
tarea que los que se menosprecian a sí mismos no pueden llevar a cabo. Sin
embargo, se te pide que lo hagas como tributo a tu grandeza y no a tu pequeñez.
No se te pide que lo hagas solo. El Poder de Dios respaldará cada esfuerzo que
hagas en nombre de Su amado Hijo. Ve en
pos de la pequeñez, y te estarás negando a ti mismo Su Poder. Dios no está dispuesto a que Su Hijo se sienta
satisfecho con nada que no sea la totalidad.
Pues Él no se siente satisfecho sin Su Hijo y Su Hijo no puede sentirse
satisfecho con menos de lo que su Padre le dio.
5. Anteriormente te pregunté: “¿Qué prefieres ser, rehén del ego o
anfitrión de Dios?” Deja que el Espíritu
Santo te haga esa pregunta cada vez que tengas que tomar una decisión. Pues cada decisión que tomas la contesta y,
por lo tanto, le abre las puertas a la tristeza o a la dicha. Cuando Dios se
dio a Sí Mismo a ti en tu creación, te estableció como Su anfitrión para
siempre. Él no te ha abandonado ni tú lo
has abandonado a Él. Todos tus intentos
de negar Su Grandeza y de hacer de Su Hijo un rehén del ego, no pueden
empequeñecer a aquel a quien Dios ha unido a Sí Mismo. Cada decisión que tomas es o bien en favor del
Cielo o bien en favor del infierno, y te brinda la conciencia de la alternativa
que hayas elegido.
6. El Espíritu Santo puede mantener tu grandeza en tu mente a salvo de
toda pequeñez, con perfecta claridad y seguridad, y sin dejar que se vea
afectada por los miserables regalos que el mundo de la pequeñez desea
ofrecerte. Pero para que el Espíritu
Santo pueda hacer esto, no debes oponerte a lo que Él dispone para ti. Decídete
en favor de Dios por medio de Él. Pues la pequeñez y la creencia de que ésta te
puede satisfacer son decisiones que tomas con respecto a ti mismo. El poder y la gloria que hay en ti procedentes
de Dios son para todos los que, como tú, se consideran indignos y creen que la
pequeñez puede expandirse hasta convertirse en una sensación de grandeza que
los logre satisfacer. No des ni aceptes pequeñez. El anfitrión de Dios es digno
de todo honor. Tu pequeñez te engaña,
pero tu grandeza emana de Aquel que mora en ti, y en Quien tú moras. En el
Nombre de Cristo, el eterno Anfitrión de Su Padre, no toques a nadie con la
idea de la pequeñez.
7. En esta temporada (Navidad) en la que se celebra el nacimiento de
la Santidad en este mundo, únete a mí que me decidí en favor de la santidad en
tu nombre. Nuestra tarea conjunta consiste en restaurar la conciencia de
grandeza en aquel que Dios designó como Su anfitrión. Dar el don de Dios está
más allá de tu pequeñez, pero no más allá de ti, pues Dios quiere darse a Sí
Mismo a través de ti. Él se extiende
desde ti hacia todo el mundo, y más allá de todo el mundo hasta las creaciones
de Su Hijo sin abandonarte. Se extiende eternamente mucho más allá de tu
insignificante mundo, aunque sin dejar de estar en ti. No obstante, te ofrece
todas Sus extensiones, pues eres Su anfitrión.
8. ¿Es acaso un sacrificio dejar atrás la pequeñez y dejar de
deambular en vano? Despertar a la gloria no es un sacrificio. Pero sí es un
sacrificio aceptar cualquier cosa que no sea la gloria. Trata de aprender que
no puedes sino ser digno del Príncipe de la Paz, nacido en ti en honor de Aquel
de Quien eres anfitrión. Desconoces el significado del amor porque has
intentado comprarlo con baratijas, valorándolo así demasiado poco como para poder
comprender su grandeza. El amor no es insignificante, y mora en ti que eres el
anfitrión de Dios. Ante la grandeza que
reside en ti, la poca estima en que te tienes a ti mismo y todas las pequeñas
ofrendas que haces se desvanecen en la nada.
9. Bendita Criatura de Dios, ¿cuándo vas a aprender que solo la santidad puede hacerte feliz y darte
paz? Recuerda que no aprendes únicamente
para ti, de la misma manera en que yo tampoco lo hice. Puedes aprender de mí únicamente porque yo
aprendí por ti. Tan solo deseo enseñarte
lo que ya es tuyo, para que juntos podamos reemplazar la miserable pequeñez que
mantiene al anfitrión de Dios cautivo de la culpa y la debilidad, por la gozosa
conciencia de la gloria que mora en él. Mi nacimiento en ti es tu despertar a la
grandeza. No me des la bienvenida en un pesebre, sino en el Altar de la
Santidad, en el que Ésta mora en perfecta paz. Mi Reino no es de este mundo, puesto que está
en ti. Y tú eres de tu Padre. Unámonos
en honor a ti, que no puedes sino permanecer para siempre más allá de la
pequeñez.
10. Decide como yo que decidí morar contigo. Mi voluntad dispone lo mismo que la de mi
Padre, pues sé que Su Voluntad no varía y que se encuentra eternamente en paz
consigo misma. Nada que no sea Su Voluntad
podrá jamás satisfacerte. No aceptes
menos y recuerda que todo lo que aprendí es tuyo. Lo que mi Padre ama, yo lo amo del mismo modo
que Él; y al igual que Él, no puedo aceptarlo como lo que no es. Ni tú tampoco. Cuando hayas aprendido a aceptar lo que eres,
no inventarás otros regalos para ofrecértelos a ti mismo, pues sabrás que eres
íntegro, que no tienes necesidad de nada y que eres incapaz de aceptar nada
para ti. 8 Y habiendo recibido, darás gustosamente. El anfitrión de Dios no tiene que ir en pos de
nada, pues no hay nada que él tenga que encontrar.
11. Si estás completamente dispuesto a dejar que la salvación se lleve
a cabo de acuerdo con el plan de Dios y te niegas a tratar de obtener la paz
por tu cuenta, alcanzarás la salvación. Mas no pienses que puedes substituir Su plan
por el tuyo. En vez de eso, únete a mí en el Suyo para que juntos podamos
liberar a todos aquellos que prefieren permanecer cautivos, y proclamar que el
Hijo de Dios es Su anfitrión. Así pues,
no dejaremos que nadie se olvide de lo que tú quieres recordar, y de este modo, lo recordarás.
12. Evoca en todos únicamente el recuerdo de Dios y el del Cielo que
mora en ellos. Allí donde desees que tu
hermano esté, allí creerás estar tú. No
respondas a su petición de pequeñez y de infierno, sino solo a su llamamiento a la grandeza y al
Cielo. No te olvides de que su llamamiento
es el tuyo y contéstale junto conmigo. El Poder de Dios está a favor de Su anfitrión
eternamente, pues su único cometido es proteger la paz en la que Él mora. No deposites la ofrenda de la pequeñez ante Su
santo altar, el cual se eleva más allá de las estrellas hasta el mismo Cielo
por razón de lo que le es dado.
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