Inocencia e
invulnerabilidad
1. Dije anteriormente que el Espíritu Santo comparte el objetivo de
todos los buenos maestros, cuya meta final es hacerse innecesarios al
enseñarles a sus alumnos todo lo que ellos saben. Eso es lo único que el
Espíritu Santo desea, pues dado que comparte el Amor del Padre por Su Hijo,
intenta eliminar de la mente de éste toda traza de culpa para que pueda así
recordar a su Padre en paz. La paz y la culpa son conceptos antitéticos, y al
Padre sólo se le puede recordar estando en paz.
El amor y la culpa no pueden coexistir, y aceptar uno supone negar el
otro. La culpa te impide ver a Cristo,
pues es la negación de la irreprochabilidad del Hijo de Dios.
2. En el extraño mundo que has fabricado el Hijo de Dios ha
pecado. ¿Cómo, entonces, ibas a poder
verle? Al hacerlo invisible, surgió el
mundo del castigo procedente de la tenebrosa nube de culpabilidad que aceptaste
y que en tanta estima tienes. Pues la
irreprochabilidad de Cristo es la prueba de que el ego jamás existió ni jamás
podrá existir. Sin culpa, el ego no tiene
vida, y el Hijo de Dios está libre de toda culpa.
3. Al examinarte a ti mismo y juzgar honestamente tus acciones, puede
que sientas la tentación de preguntarte cómo es posible que puedas estar libre
de culpa. Mas ten en cuenta lo siguiente: no es en el tiempo donde no eres
culpable, sino en la eternidad. Has
“pecado” en el pasado, pero el pasado no existe. Lo que es siempre no tiene dirección. El tiempo parece ir en una dirección, pero
cuando llegues a su final, se enrollará hacia el pasado como una gran alfombra
extendida detrás de ti y desaparecerá.
Mientras sigas creyendo que el Hijo de Dios es culpable seguirás
caminando a lo largo de esa alfombra, creyendo que conduce a la muerte. Y la jornada parecerá larga, cruel y absurda,
pues, en efecto, lo es.
4. El viaje en que el Hijo de
Dios se ha embarcado es en verdad inútil, pero el viaje en el que su Padre le
embarca es un viaje de liberación y dicha.
El Padre no es cruel, y Su Hijo no puede herirse a sí mismo. La venganza que teme y que ve, nunca recaerá
sobre él, pues aunque cree en ella, el Espíritu Santo sabe que no es
verdad. El Espíritu Santo se encuentra
al final del tiempo que es donde tú debes estar, puesto que Él está
contigo. Él ya ha des-hecho todo lo que
es indigno del Hijo de Dios, pues ésa fue la misión que Dios le dio. Y lo que Dios da, siempre ha sido.
5. Me verás a medida que aprendas que el Hijo de Dios es inocente. Él
siempre anduvo en busca de su inocencia, y la ha encontrado. Pues cada cual está tratando de escapar de la
prisión que ha construido, y la manera de encontrar la liberación no se le ha
negado. Puesto que reside en él, la ha encontrado. Cuándo ha de encontrarla es sólo cuestión de
tiempo, y el tiempo no es sino una ilusión.
Pues el Hijo de Dios es inocente ahora, y el fulgor de su pureza
resplandece incólume para siempre en la Mente de Dios. El Hijo de Dios será siempre tal como fue
creado. Niega tu mundo y no juzgues al
Hijo de Dios, pues su eterna inocencia se encuentra en la Mente de su Padre y
lo protege para siempre.
6. Cuando hayas aceptado la Expiación, te darás cuenta de que no hay
culpa en el Hijo de Dios. Y solo cuando veas su inocencia podrás entender su
unicidad. Pues la idea de culpa da lugar a la creencia de que algunas personas
pueden condenar a otras y, como resultado, se proyecta separación en vez de
unidad. Solo te puedes condenar a ti mismo, y hacer eso te impide reconocer que
eres el Hijo de Dios. Has negado la
condición de su existencia, que es su perfecta irreprochabilidad. El Hijo de Dios fue creado del amor y mora en
el amor. La bondad y la misericordia le
han acompañado siempre, pues él jamás ha dejado de extender el Amor de su
Padre.
7. A medida que percibas a los santos compañeros que viajan a tu lado,
te darás cuenta de que no hay tal viaje, sino tan solo un despertar. El Hijo de
Dios, que nunca ha estado dormido, no ha dejado de tener fe en ti, al igual que
tu Padre. No hay ningún camino que
recorrer ni tiempo en el que hacerlo.
Pues Dios no espera a Su Hijo en el tiempo, ya que jamás ha estado
dispuesto a estar sin él. Y, por lo
tanto, así ha sido siempre. Permite que
el fulgor de la santidad del Hijo de Dios disipe la nube de culpabilidad que
nubla tu mente, y al aceptar como tuya su pureza, aprende de él que es tuya.
8. Eres invulnerable porque estás libre de toda culpa. Solo mediante
la culpa puedes seguir aferrado al pasado. Pues la culpa establece que serás
castigado por lo que has hecho, por lo tanto, depende del tiempo
unidimensional, que comienza en el pasado y se extiende hasta el futuro. Nadie
que crea esto puede entender lo que significa “siempre” y, de este modo, la
culpa le impide apreciar la eternidad. Eres inmortal porque eres eterno, y
“siempre” no puede sino ser ahora. La culpa, entonces, es una forma de
conservar el pasado y el futuro en tu mente para asegurar así la continuidad del
ego. Pues si se castiga el pasado, la
continuidad del ego queda garantizada. La garantía de tu continuidad, no
obstante, emana de Dios, no del ego. Y la inmortalidad es lo opuesto al tiempo,
pues el tiempo pasa, mientras que la inmortalidad es constante.
9. Aceptar la Expiación te enseña lo que es la inmortalidad, pues al
aceptar que estás libre de culpa te das cuenta de que el pasado nunca existió
y, por lo tanto, de que el futuro es innecesario y de que nunca tendrá lugar. En el tiempo, el futuro siempre se asocia con
expiar, y solo la culpa podría producir la sensación de que expiar es
necesario. Aceptar como tuya la
inocencia del Hijo de Dios es, por lo tanto, la forma en que Dios te recuerda a
Su Hijo y lo que éste es en verdad. Pues
Dios nunca ha condenado a Su Hijo que, al ser inocente, es también eterno.
10. No puedes desvanecer la culpa otorgándole primero realidad y luego
expiando por ella. Ése es el plan que el
ego propone en lugar de simplemente desvanecerla. El ego cree en la expiación por medio del
ataque, al estar completamente comprometido con la noción demente de que el
ataque es la salvación. Y tú, que en tanta estima tienes a la culpa, debes
también creer eso, pues, ¿de qué otra manera, salvo identificándote con el ego,
podrías tener en tanta estima lo que no deseas?
11. El ego te enseña a que te ataques a ti mismo porque eres culpable,
lo cual no puede sino aumentar tu culpa, pues la culpa es el resultado del
ataque. De acuerdo con las enseñanzas
del ego, entonces, es imposible escaparse de la culpa. Pues el ataque le confiere “realidad”, y si
la culpa es real, no hay manera de superarla.
El Espíritu Santo sencillamente la desvanece mediante el sereno
reconocimiento de que nunca ha existido. Al contemplar la inocencia del Hijo de
Dios, sabe que eso es la verdad. Y al ser la verdad con respecto a ti, no
puedes atacarte a ti mismo, pues sin culpa el ataque es imposible. Por lo tanto, estás a salvo porque el Hijo de
Dios es inocente. Y al ser completamente
puro, eres invulnerable.
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