Los que se
acusan a sí mismos
1. Solo los que se acusan a sí mismos pueden condenar. Antes de tomar
una decisión de la que se han de derivar diferentes resultados tienes que
aprender algo, y aprenderlo muy bien. Tiene que llegar a ser una respuesta tan
típica para todo lo que hagas que acabe convirtiéndose en un hábito, de modo
que sea tu primera reacción ante toda tentación o suceso que ocurra. Aprende lo
siguiente, y apréndelo bien, pues con ello la demora en experimentar felicidad
se acorta por un tramo de tiempo que ni siquiera puedes concebir: nunca odias a
tu hermano por sus pecados, sino únicamente por los tuyos. Sea cual sea la
forma que sus pecados parezcan adoptar, lo único que hacen es nublar el hecho
de que crees que son tus pecados y, por lo tanto, que el ataque es su “justo”
merecido.
2. ¿Por qué iban a ser pecados sus pecados, a no ser que creyeras que
esos mismos pecados no se te podrían perdonar a ti? ¿Cómo iba a ser que sus
pecados sean reales, a no ser que creyeras que constituyen tu realidad? ¿Y por
qué los atacas por todas partes, si no fuera porque te odias a ti mismo? ¿Eres
acaso tú un pecado? Contestas afirmativamente cada vez que atacas, pues
mediante el ataque afirmas que eres culpable y que tienes que infligirle a otro
lo que tú te mereces. ¿Y qué puedes merecer sino lo que eres? Si no creyeras
que mereces ataque, jamás se te ocurriría atacar a nadie. ¿Por qué habrías de
hacerlo? ¿Qué sacarías con ello? ¿Y de qué manera podría beneficiarte el
asesinato?
3. Los pecados se perciben en el cuerpo, no en la mente. No se ven
como propósitos, sino como acciones. Los cuerpos actúan, pero las mentes no. Por
lo tanto, el cuerpo debe tener la culpa por lo que él mismo hace. No se le ve
como algo pasivo que simplemente se somete a tus órdenes sin hacer nada por su
cuenta. Si tú eres un pecado, no puedes sino ser un cuerpo, pues la mente no
actúa. Y el propósito tiene que encontrarse en el cuerpo y no en la mente. El
cuerpo debe actuar por su cuenta y motivarse a sí mismo. Si eres un pecado,
aprisionas a la mente dentro del cuerpo y le adjudicas el propósito de ésta a
su prisión, que entonces actúa en su lugar. Un carcelero no obedece órdenes,
sino que es el que se asegura que el prisionero las acate.
4. Mas es el cuerpo el que es el prisionero, no la mente. El cuerpo no
tiene pensamientos. No tiene la capacidad de aprender, perdonar o esclavizar. No
da órdenes que la mente tenga que acatar ni fija condiciones que ésta tenga que
obedecer. El cuerpo solo mantiene en prisión a la mente que está dispuesta a
morar en él. Se enferma siguiendo las órdenes de la mente que quiere ser su
prisionera. Y envejece y muere porque dicha mente está enferma. El aprendizaje
es lo único que puede producir cambios. El cuerpo, por lo tanto, al que le es
imposible aprender, jamás podría cambiar a menos que la mente prefiriese que él
cambiara de apariencia para amoldarse al propósito que ella le confirió. Pues
la mente puede aprender, y es en ella donde se efectúa todo cambio.
5. La mente que se considera a sí misma un pecado solo tiene un
propósito: que el cuerpo sea la fuente del pecado para que la mantenga en la
prisión que ella misma eligió y que vigila, y donde se mantiene a sí misma
separada, prisionera durmiente de los perros rabiosos del odio y de la maldad,
de la enfermedad y del ataque, del dolor y de la vejez, de la angustia y del
sufrimiento. Aquí es donde se conservan los pensamientos de sacrificio, pues
ahí es donde la culpa impera y donde le ordena al mundo que sea como ella: un
lugar donde nadie puede hallar misericordia ni sobrevivir a los estragos del
temor, excepto mediante el asesinato y la muerte. Pues ahí te conviertes en un
pecado, y el pecado no puede morar allí donde moran el júbilo y la libertad,
pues éstos son sus enemigos y él los tiene que destruir. El pecado se conserva
mediante la muerte, y aquellos que creen ser un pecado no pueden sino morir por
razón de lo que creen ser.
6. Alegrémonos de que verás aquello en lo que crees y de que se te
haya concedido poder cambiar tus creencias. El cuerpo simplemente te seguirá. Jamás
te puede conducir adonde tú no quieres ir. No es un centinela de tu sueño ni
interfiere en tu despertar. Libera a tu cuerpo del encarcelamiento, y no verás
a nadie prisionero de lo que tú mismo te has escapado. Tampoco querrás retener
en la culpabilidad a aquellos que habías decidido eran tus enemigos ni mantener
encadenados a la ilusión de un amor cambiante a aquellos que consideras amigos.
7. Los inocentes otorgan libertad como muestra de gratitud por su
liberación. Y lo que ven apoya su liberación del encarcelamiento y de la
muerte. Haz que tu mente sea receptiva al cambio, y ni a tu hermano ni a ti se
os podrá imponer ninguna pena ancestral. Pues Dios ha decretado que no se pueda
pedir ni hacer ningún sacrificio.
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