Somos
responsables de lo que vemos
1.
Hemos repetido cuán poco se te pide para que aprendas este curso. Es la misma
pequeña dosis de buena voluntad que necesitas para que toda tu relación se
transforme en dicha; el pequeño regalo que le ofreces al Espíritu Santo a
cambio del cual Él te da todo, lo poco sobre lo que se basa la salvación, el
pequeño cambio de mentalidad por el que la crucifixión se transforma en
resurrección. Y puesto que es cierto, es tan simple que es imposible que no se entienda
perfectamente. Puede ser rechazado, pero no es ambiguo. Y si decides oponerte a
ello, no es porque sea incomprensible, sino más bien porque ese pequeño costo
parece ser, a tu juicio, un precio demasiado alto para pagar por la paz.
2.
Esto es lo único que tienes que hacer para que se te conceda la visión, la
felicidad, la liberación del dolor y poder escapar completamente del pecado. Di
únicamente esto, pero dilo de todo corazón y sin reservas, pues en ello radica
el poder de la salvación: Soy responsable de lo que veo. Elijo los sentimientos
que experimento y decido el objetivo que quiero alcanzar. Y todo lo que parece
sucederme yo mismo lo he pedido y se me concede tal como lo pedí. No te engañes
por más tiempo pensando que eres impotente ante lo que se te hace. Reconoce
únicamente que estabas equivocado y todos los efectos de tus errores
desaparecerán.
3.
Es imposible que el Hijo de Dios pueda ser controlado por sucesos externos a
él. Es imposible que él mismo no haya elegido las cosas que le suceden. Su
poder de decisión es lo que determina cada situación en la que parece
encontrarse, ya sea por casualidad o por coincidencia. Y ni las coincidencias ni las casualidades son
posibles en el universo tal como Dios lo creó, fuera del cual no existe nada. Si sufres, es porque decidiste que tu meta era
el pecado. Si eres feliz, porque pusiste
tu poder de decisión en manos de Aquel que no puede sino decidir a favor de
Dios por ti. Éste es el pequeño regalo que le ofreces al Espíritu Santo, e
incluso eso Él te lo da para que te lo des a ti mismo. Pues mediante este
regalo se te concede el poder de liberar a tu salvador para que él a su vez te
pueda dar la salvación a ti.
4.
No resientas tener que dar esta pequeña ofrenda, pues si no la das seguirás
viendo el mundo tal como lo ves ahora. Mas si la das, todo lo que ves
desaparecerá junto con él. Nunca se dio tanto a cambio de tan poco. Este
intercambio se efectúa y se conserva en el instante santo. Ahí, el mundo que no
deseas se lleva ante el que sí deseas. Y el mundo que sí deseas se te concede,
puesto que lo deseas. Mas para que esto tenga lugar, debes primero reconocer el
poder de tu deseo. Tienes que aceptar su fuerza, no su debilidad. Tienes que percibir que lo que es tan poderoso
como para construir todo un mundo puede también abandonarlo, y puede asimismo
aceptar corrección si está dispuesto a reconocer que estaba equivocado.
5.
El mundo que ves no es sino el testigo fútil de que tenías razón. Es un testigo
demente. Le enseñaste cuál tenía que ser su testimonio, y cuando te lo repitió,
lo escuchaste y te convenciste a ti mismo de que lo que decía haber visto era
verdad. Has sido tú quien se ha causado todo esto a sí mismo. Solo con que
comprendieras esto, comprenderías también cuán circular es el razonamiento en
que se basa tu “visión”. Eso no fue algo que se te dio. Ése fue el regalo que
tú te hiciste a ti mismo y que le hiciste a tu hermano. Accede, entonces, a que
se le quite y a que sea reemplazado por la Verdad. Y a medida que observes el cambio que tiene
lugar en él, se te concederá poder verlo en ti mismo.
6.
Tal vez no veas la necesidad de hacer esta pequeña ofrenda. Si ése es el caso,
examina más detenidamente lo que dicha ofrenda representa. Y no veas en ella
otra cosa que el absoluto intercambio de la separación por la salvación. El ego
no es más que la idea de que es posible que al Hijo de Dios le puedan suceder
cosas en contra de su voluntad y, por ende, en contra de la Voluntad de su
Creador, la cual no puede estar separada de la suya. Con esta idea fue con lo
que el Hijo de Dios reemplazó su voluntad, en rebelión demente contra lo que no
puede sino ser eterno. Dicha idea es la declaración de que él puede privar a
Dios de Su Poder y quedarse con él para sí mismo, privándose de este modo de lo
que Dios dispuso para él. Y es esta descabellada idea la que has entronado en
tus altares y a la que rindes culto. Y todo lo que supone una amenaza para ella
parece atacar tu fe, pues en ella es donde la has depositado. No pienses que te
falta fe, pues tu creencia y confianza en dicha idea son ciertamente firmes.
7.
El Espíritu Santo puede hacer que tengas fe en la santidad y darte visión para
que la puedas ver fácilmente. Mas no has dejado libre y despejado el altar
donde a estos dones les corresponde estar. Y donde ellos debieran estar has
colocado tus ídolos, los cuales has consagrado a otra cosa. A esa otra “voluntad” que parece decirte lo
que ha de ocurrir, le confieres realidad. Por lo tanto, aquello que te
demostraría lo contrario no puede por menos que parecerte irreal. Lo único que
se te pide es que le hagas sitio a la Verdad. No se te pide que inventes o que
hagas algo que está más allá de tu entendimiento. Lo único que se te pide es que dejes entrar a
la verdad, que ceses de interferir en lo que ha de acontecer de por sí y que
reconozcas nuevamente la presencia de lo que creíste haber desechado.
8.
Accede, aunque solo sea por un instante, a dejar tus altares libres de lo que
habías depositado en ellos, y no podrás sino ver lo que realmente se encuentra
allí. El instante santo no es un instante de creación, sino de reconocimiento. Pues
el reconocimiento procede de la visión y de la suspensión de todo juicio. Solo
entonces es posible mirar dentro de uno mismo y ver lo que no puede sino estar
allí, claramente a la vista y completamente independiente de cualquier
inferencia o juicio. Des-hacer no es tu función, pero sí depende de ti el que
le des o no la bienvenida. La fe y el deseo van de la mano, pues todo el mundo
cree en lo que desea.
9.
Ya hemos dicho que hacerse ilusiones es la manera en que el ego lidia con lo
que desea para tratar de convertirlo en realidad. No hay mejor demostración del
poder del deseo y, por ende, de la fe, para hacer que sus objetivos parezcan
reales y posibles. La fe en lo irreal conduce a que se tengan que hacer ajustes
en la realidad para que se amolde al objetivo de la locura. El objetivo del
pecado induce a la percepción de un mundo temible para justificar su propósito.
Verás aquello que desees ver. Y si la realidad de lo que ves es falsa, lo
defenderás no dándote cuenta de todos los ajustes que has tenido que hacer para
que sea como lo ves.
10.
Cuando se niega la visión, la confusión entre causa y efecto es inevitable. El
propósito ahora es mantener la causa oculta del efecto y hacer que el efecto
parezca ser la causa. Esta aparente autonomía del efecto permite que se le
considere algo independiente, capaz de ser la causa de los sucesos y
sentimientos que su hacedor cree que el efecto suscita. Anteriormente hablamos de
tu deseo de crear tu propio Creador, y de ser Su padre y no Su Hijo. Éste es el
mismo deseo. El Hijo es el Efecto que quiere negar su Causa. Y así, él parece
ser la causa y producir efectos reales. Pero lo cierto es que no puede haber
efectos sin causa, y confundir ambas cosas es simplemente no entender ninguna
de las dos.
11.
Es tan esencial que reconozcas que tú has fabricado el mundo que ves, como que
reconozcas que tú no te creaste a ti mismo. Pues se trata del mismo error. Nada que tu Creador no haya creado puede ejercer
influencia alguna sobre ti. Y si crees que lo que hiciste puede dictar lo que
debes ver y sentir, y tienes fe en que puede hacerlo, estás negando a tu
Creador y creyendo que tú te hiciste a ti mismo. Pues si crees que el mundo que
construiste tiene el poder de hacer de ti lo que se le antoje, estás
confundiendo Padre e Hijo, Fuente y Efecto.
12.
Las creaciones del Hijo son semejantes a las de su Padre. Mas al crearlas, el
Hijo no se engaña a sí mismo pensando que él es independiente de su Fuente. Su
unión con Ella es la fuente de su capacidad para crear. Aparte de esto no tiene
poder para crear, y lo que hace no tiene ningún significado; no altera nada en
la Creación, depende enteramente de la locura de su hacedor y ni siquiera podría
servir para justificarla. Tu hermano cree que él fabricó el mundo junto
contigo. De este modo, niega la Creación, y cree, al igual que tú, que el mundo
que fabricó lo engendró a él. De este
modo, niega haberlo fabricado.
13. Mas la verdad es que tanto tú como él fueron creados por un Padre amoroso, que os creó juntos y como uno solo. Ve lo que “prueba” lo contrario, y estarás negando toda tu realidad. Reconoce en cambio que fuiste tú quien fabricó todo lo que aparentemente se interpone entre tú y tu hermano y os mantiene separados al uno del otro, y a los dos de vuestro Padre, y tu instante de liberación habrá llegado. Todos los efectos de eso que hiciste desaparecerán porque su fuente se habrá puesto al descubierto. La aparente autonomía de su fuente es lo que te mantiene prisionero. Ése es el mismo error que pensar que eres independiente de la Fuente mediante la cual fuiste creado y que nunca has abandonado.
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