lunes, 6 de enero de 2020

Capítulo 19 Subtítulo IV Apartado D



D. El cuarto obstáculo: El temor a Dios

1. ¿Qué verías si no tuvieras miedo de la muerte? ¿Qué sentirías y pensarías si la muerte no te atrajera? Simplemente recordarías a tu Padre. Recordarías al Creador de la Vida, la Fuente de todo lo que vive, al Padre del universo y del universo de los universos, así como de todo lo que se encuentra más allá de ellos. Y conforme esta memoria surja en tu mente, la paz tendrá todavía que superar el obstáculo final, tras el cual se consuma la salvación y al Hijo de Dios se le restituye completamente la cordura. Pues ahí acaba tu mundo.

2. El cuarto obstáculo a superar pende como un denso velo ante la faz de Cristo. No obstante, a medida que Su faz se revela tras él, radiante de júbilo porque Él mora en el Amor de Su Padre, la paz descorrerá suavemente el velo y se apresurará a encontrarse con Él y a unirse finalmente a Él. Pues este velo obscuro, que hace que la faz de Cristo se asemeje a la de un leproso y que los radiantes rayos del Amor de Su Padre que iluminan Su rostro con gloria parezcan chorros de sangre, se desvanecerá ante la deslumbrante luz que se encuentra más allá de él una vez que el miedo a la muerte haya desaparecido.

3. Este velo, que la creencia en la muerte mantiene intacto y que su atracción protege, es el más tenebroso de todos. La dedicación a la muerte y a su soberanía no es más que el voto solemne, la promesa que en secreto le hiciste al ego de jamás descorrer ese velo, de no acercarte a él y de ni siquiera sospechar que está ahí. Ése es el acuerdo secreto al que llegaste con el ego para mantener eternamente en el olvido lo que se encuentra más allá del velo. He aquí tu promesa de no permitir jamás que la unión te haga abandonar la separación; la profunda amnesia en la que el recuerdo de Dios parece estar totalmente olvidado; la brecha entre tu Ser y tú: el temor a Dios, el último paso de tu disociación.

4. Observa cómo la creencia en la muerte parece “salvarte”. Pues si ésta desapareciera, ¿a qué le podrías temer sino a la vida? La atracción de la muerte es lo que hace que la vida parezca ser algo feo, cruel y tiránico. Tu miedo a la muerte no es mayor que el que le tienes al ego.  Ambos son los amigos que has elegido, ya que en tu secreta alianza con ellos has acordado no permitir jamás que el temor a Dios se revoque, de manera que pudieras contemplar la faz de Cristo y unirte a Él en Su Padre.

5. Cada obstáculo que la paz debe superar se salva de la misma manera: el miedo que lo originó cede ante el amor que se encuentra detrás y, de este modo, el miedo desaparece. Y lo mismo ocurre con este último obstáculo. El deseo de deshacerte de la paz y de ahuyentar al Espíritu Santo se desvanece en presencia del sereno reconocimiento de que amas a Dios. La exaltación del cuerpo se abandona en favor del Espíritu, al que amas como jamás podrías haber amado al cuerpo. Y la atracción de la muerte desaparece para siempre a medida que la atracción del amor despierta en ti y te llama. Desde más allá de cada uno de los obstáculos que te impiden amar, el Amor Mismo ha llamado. Y cada uno de ellos ha sido superado mediante el poder de atracción que ejerce lo que se encuentra tras ellos. El hecho de que desearas el miedo era lo que hacía que parecieran insuperables. Mas cuando oíste la Voz del Amor tras los obstáculos, contestaste y éstos desaparecieron.

6. Y ahora te encuentras aterrorizado ante lo que juraste no volver a mirar nunca más. Bajas la vista, al recordar la promesa que les hiciste a tus “amigos”.  La “belleza” del pecado, la sutil atracción de la culpabilidad, la “santa” imagen encerada de la muerte y el temor de la venganza del ego a quien le juraste con sangre que no lo abandonarías, se alzan todos, rogándote que no levantes la mirada. Pues te das cuenta de que si miras ahí y permites que el velo se descorra, ellos desaparecerían para siempre. Todos tus “amigos”, tus “protectores” y tu “hogar” se desvanecerían. No recordarías nada de lo que ahora recuerdas.

7. Te parece que el mundo te abandonaría por completo solo con que alzases la mirada. Sin embargo, lo único que ocurriría es que serías tú quien lo abandonaría para siempre. En esto consiste el restablecimiento de tu voluntad.  Mira con los ojos bien abiertos a eso que juraste no mirar, y nunca más creerás que estás a merced de cosas que se encuentran más allá de ti, de fuerzas que no puedes controlar o de pensamientos que te asaltan en contra de tu voluntad. Tu voluntad es mirar ahí.  Ningún deseo desquiciado, ningún impulso trivial de volverte a olvidar, ninguna punzada de miedo ni el frío sudor de lo que aparenta ser la muerte pueden oponerse a tu voluntad. Pues lo que te atrae desde más allá del velo es algo que se encuentra muy profundo dentro de ti, algo de lo que no estás separado y con lo que eres completamente uno.


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