C.
El tercer obstáculo: La atracción de la muerte
1. A ti y a tu hermano, en
cuya relación especial el Espíritu Santo entró a formar parte, se les ha
concedido liberar —y ser liberados—del culto a la muerte. Pues esto fue lo que
se les ofreció y ustedes lo aceptaron. No obstante, tienen que aprender más
acerca de este extraño culto, pues encierra el tercer obstáculo que la paz debe
superar. Nadie puede morir a menos que elija la muerte. Lo que parece ser el
miedo a la muerte es realmente su atracción. La culpa es asimismo algo temido y
temible. Mas no ejerce ningún poder, excepto sobre aquellos que se sienten atraídos
por ella y la buscan. Y lo mismo ocurre con la muerte. Concebida por el ego, su
tenebrosa sombra se extiende sobre todo ser vivo porque el ego es el “enemigo”
de la vida.
2. Mas una sombra no puede
matar. ¿Qué es una sombra para los que
viven? Basta con que la pasen de largo para
que desaparezca. ¿Y qué ocurre con aquellos cuya consagración es no vivir; los
“pecadores” enlutados, el lúgubre coro del ego, quienes se arrastran
penosamente en dirección contraria a la vida, tirando de sus cadenas y marchando
en lenta procesión en honor de su sombrío dictador, señor y amo de la muerte?
Toca a cualquiera de ellos con las dulces manos del perdón y observa cómo
desaparecen sus cadenas junto con las tuyas. Ve cómo se despoja del ropaje de luto con el
que iba vestido a su propio funeral y óyele reírse de la muerte. Gracias a tu
perdón puede escapar de la sentencia que el pecado quería imponerle. Esto no es
arrogancia. Es la Voluntad de Dios. ¿Qué podría ser imposible para ti que
elegiste que Su Voluntad fuese la tuya? ¿Qué significado podría tener la muerte
para ti? Tu dedicación no es a la muerte ni a su amo. Cuando aceptaste el
glorioso propósito del Espíritu Santo en vez de el del ego, renunciaste a la
muerte y la substituiste por la vida. Ya sabemos que ninguna idea abandona su
fuente. Y la muerte es el resultado del pensamiento
al que llamamos ego, tan inequívocamente como la vida es el resultado del
Pensamiento de Dios.
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